Cuero pudriéndose al sol fue lo único que quedó de tres vacas descuartizadas; escena habitual en Los Llanos, región ganadera por excelencia de Venezuela, donde robos de reses, invasiones, expropiaciones y controles gubernamentales tienen en jaque a los productores.
Al ver las pieles tiradas en la carretera, camino a su finca de ordeño en San Silvestre, en el occidental estado Barinas, José Labrador detiene su camioneta y estalla.
«Es como si nos dijeran: Estamos matando ganado. ¿Y qué?», suelta este ranchero de 46 años ante la impunidad que rodea los asaltos.
El asedio ha llevado a que la producción de carne a duras penas cubra 40% del consumo interno, frente a 97% de hace dos décadas, según la Federación Nacional de Ganaderos (Fedenaga).
«Ya no me puedo quedar a dormir en la finca (…). Da miedo», declaró a la AFP José Antonio Espinoza, dueño de tierras en San Silvestre en las que pastan 600 cabezas de ganado.
Tiene ejemplares ‘Brahman’ y ‘Carora’ -tradicionales en Venezuela- y búfalos, arreados por hombres a caballo.
Hasta 74 toros llegaron a robarle en un año a la familia Espinoza, dedicada a la cría de bovinos por seis generaciones.
El sobrevuelo de los zamuros (buitres) avisa que otra vez hubo matanza. Solo quedan huesos y pellejos, pues la carne surte un mercado negro que floreció con el desabastecimiento.
Rebaño mermado
Postal de los recios llanos venezolanos, los grandes rebaños pastando o cruzando cañadas parecen quedar en el pasado, pues el hato se redujo dramáticamente.
Hoy Venezuela, con 30 millones de habitantes, tiene menos de 10 millones de cabezas de ganado; en 1999, con 20 millones de personas, había 14 millones de reses.
La escasez encarece la carne en ciudades como Caracas, a 560 km de Barinas, donde el sueldo mínimo alcanza para poco más de dos kilos.
Indiscriminadas, las matanzas se llevan por delante a toros reproductores y vacas lecheras, productivos hasta por una década. Una vaca puede dar 4.000 litros de leche anuales.
«Me mataron un toro, con una carga genética increíble, que iba a ser tremendo padrote», comentó Labrador a la AFP.
Las invasiones también acosan. Tras años de amenazas, unos 20 pistoleros invadieron una conocida hacienda de maíz de San Silvestre en febrero de 2016 y la saquearon durante tres días.
«Desvalijaron nueve tractores y tres cosechadoras, destruyeron la casa (…). Nos cansamos de denunciar y ni la Guardia Nacional ni la policía intervinieron», relató Marisela Febres, su propietaria.
Nunca recuperó los terrenos. Considerándolos ociosos, el estatal Instituto Nacional de Tierras se los adjudicó este año a los ocupantes.
Pero las calamidades no paran ahí. Ganaderos de la frontera con Colombia denuncian extorsiones de grupos armados.
«Franco retroceso»
Desde la llegada del expresidente Hugo Chávez al poder en 1999, se ha expropiado cinco millones de hectáreas con capacidad agrícola y pecuaria, estima Fedenaga.
Además, fija los precios de alimentos básicos, a menudo por debajo de los costos de producción, llevando a muchos a la quiebra.
«Vamos en franco retroceso (…). Quienes nos mantenemos en el campo, trabajamos con uñas y dientes», dijo a la AFP Armando Chacín, presidente de Fedenaga.
A puertas de matadero, el kilo de carne se paga al equivalente de 50 centavos de dólar.
Un buen animal, cuyo proceso de gestación, cría y engorde toma cuatro años, deja unos 250 dólares, que apenas cubren el costo de un neumático de camioneta en medio de una inflación que el FMI proyecta en 10.000.000% en 2019.
La crianza tampoco es fácil. Escasean desde las semillas y los fertilizantes para cultivar el alimento del ganado, hasta las vacunas.
«Si no hay medicinas para la gente, imagínate para los animales», dijo Labrador mientras observaba a uno de sus trabajadores guiar al becerro Miguelito. Todos sus ejemplares tienen nombres pronunciados con cadencia para amansarlos, vieja tradición llanera.
Para tratar infecciones de ubres se recurre a métodos tradicionales, como una mezcla de aceite y ajo.
Fórmula de fracaso
El consumo de carne per cápita pasó de 20 kilos anuales en 1999 a solo 7 kilos actualmente, según FEDENAGA. Aún así, no hay suficiente oferta.
Chacín advierte que las políticas gubernamentales, lejos de solucionar el problema, lo agravan.
El pasado 30 de noviembre, el gobierno ocupó una veintena de mataderos acusando a sus dueños de especulación y bajó los precios de la carne a un tercio de lo que se venía vendiendo en la calle.
Ofensivas similares acabaron en fracasos. Un gigantesco matadero de Barinas sacrificaba 3.000 reses diarias cuando fue expropiado en 2007; hoy no llega a 200.
Ha habido incluso casos de gobernadores oficialistas que exigen a los ganaderos venderles parte de la producción, poniendo ellos los precios, para distribuirla a bajo costo.
Así se rompe una cadena mediante la cual criadores del estado Apure, por ejemplo, venden reses en Barinas o Zulia, donde es más fácil cebarlas por la fertilidad de los suelos y la estabilidad del clima.
Allí, el peso de un toro salta de 250 a unos 500 kilos, oportunidad perdida al bloquear el ganado.
Pese a los problemas, Labrador se regocija en la faena con Miguelito y Malandrín y la portentosa vaca Carne Molida. Con estilo llano, pide sensatez para elevar el rebaño. Así «va a aumentar la oferta, a mí me va a costar menos producir y la gente va a pagar menos. Yo lo que quiero es producir». AFP