Opinión

Alertar no es suficiente

18 de julio de 2021

359 vistas

Francisco Corsica


En textos anteriores me he referido a la importancia de la educación y de mantener en óptimas condiciones los espacios académicos, especialmente por las nuevas modalidades de estudio que la emergencia sanitaria iniciada el año pasado han acarreado. Entre ambas, la segunda es indispensable para el retorno a las aulas de clases.

Pocas veces una nota como esta resulta fácil de escribir. Solamente con recordar y recapitular los hechos mi teclado se resiente por la fuerza que le imprimen mis manos al escribir estas palabras. Impotencia, rabia o dolor. Seguramente, son las tres reunidas. Nada justifica que algo como lo que estamos por comentar suceda.

Creo que cuando el cavernícola descubrió el fuego, jamás se imaginó la capacidad de destrucción de su hallazgo. Lo debió aprovechar para el propio beneficio: alumbrarse en la noche, recibir calor o rostizar sus alimentos. Tal vez lo usó para defenderse de animales y de cualquier otro ser que lo amenazase en ese estado de naturaleza, pero nada más. En fin, esa duda es mejor que la aclare un antropólogo. Yo me limito a afirmar que el fuego es luz y calor. También destrucción.

Estas premisas no son azarosas ni sirven para rellenar. De hecho, complementan muy bien el objetivo de estas palabras. A lo mejor pudieron leer en las noticias y en las redes sociales sobre un incendio que ocurrió en la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos (EEPA) de la Universidad Central de Venezuela el 30 de junio pasado.

Inició en horas de la tarde y fue difícil de controlar. Según se denunció ese día, los bomberos universitarios no tenían agua para apagar las llamas, cada vez más expandidas. Alcaldías del área metropolitana tuvieron que mandar camiones cisterna para ayudar a los bomberos. Se merecen una ovación: son unos héroes. Ante tantas adversidades, trabajan con las uñas y cumplen con su deber. Simplemente admirable.

Me resulta imposible dejar de lado asunto. No solamente por ser un orgulloso ucevista, sino porque —entre tantos más— esa es mi escuela. La misma que tanto añoro volver a ver y de la que espero graduarme más temprano que tarde. Conozco sus pasillos, sus aulas y su patio interno. He visto clases con casi todos sus profesores —mis profesores— y reconozco muchos rostros que hacen vida allá.

Ahí estaba la EEPA, ese galponcito deteriorado con un cúmulo gigantesco de vivencias, esperando lánguida el regreso presencial a clases poscoronavirus. Más de un año de espera es demasiado tiempo para el conocimiento humano. Ciertamente, ha sido una vuelta al sol prácticamente perdida para el mundo. Si debía ser triste ver sus aulas vacías y sus pizarrones en blanco, más doloroso tiene que ser apreciar su techo calcinado y sus paredes ahumadas. Observar y llorar suceden simultáneamente.

Lamento no poder florear estas palabras, poniéndolas más dulces o agradables de leer. Mi conciencia sería la primera en objetarlas si así procediera. Lo más triste es que ya se había advertido de las condiciones en que se encontraba. Por si fuera poco, los fundadores de la escuela —hace varias décadas atrás— pensaron que esa sede debía ser temporal y que se tenía que construir una nueva dentro de la misma universidad. Por mucho que se diga, un galpón adaptado para impartir clases no es una escuela. Sí se necesita una nueva sede, planificada de antemano para las tareas que va a cumplir. Como podrán notar, nada de eso pasó y henos aquí.

Afortunadamente —y parece más una alegría de tísico que cualquier otra cosa— la universidad no se define solamente como un conjunto de paredes, escaleras y pasillos. Hay que ver un poco más allá de las narices. La mejor prueba de ello es que me encuentro cursando un semestre en línea y llevo más de un año sin visitar la facultad. Si bien no prefiero esta modalidad, gracias a ella he continuado.

Desgraciadamente esto ocurre por una serie de circunstancias que en artículos anteriores he abordado suficientemente. Cada espacio requiere mantenimiento, de otra forma estos no perdurarán. Hay que hacer el esfuerzo donde se requiera. Todas las universidades lo piden a gritos. La desidia no puede apoderarse de nosotros. Porque si no, ¿Qué viene después? ¿Que nos caiga el techo encima, cortocircuitos, inundaciones, moho en todas partes? De ser así, falta un largo trecho para el ansiado regreso a clases.

¡Quieres recibir el periódico en la puerta de tu negocio!

1 Mes

  • 3 Ejemplares semanales
  • Entrega gratis (Delivery)
  • Aviso impreso 2×5
  • Descuento del 5% en publicidad Digital
  • Osequio de Instagram
    1 Post 1 historia

Mensual
54.000 Cop

Pago único

Suscribirse

3 meses

  • 3 Ejemplares semanales
  • Entrega gratis (Delivery)
  • Aviso impreso 2×5
  • Descuento del 10% en publicidad Digital
  • Osequio de Instagram
    1 Post + 1 historia
  • Descuento del 5%

Mensual
51.300 Cop

Pago único

Suscribirse

6 meses

  • 3 Ejemplares semanales
  • Entrega gratis (Delivery)
  • Aviso impreso 2×5
  • Descuento del 20% en publicidad Digital
  • Osequio de Instagram
    2 Post + 1 historia
  • Descuento del 5%

Mensual
48.600 Cop

Pago único

Suscribirse