Fredy Contreras Rodríguez *
Oyendo a la gente sobre el cáncer de la corrupción -esa misma que “ama, sufre y espera” como dijo Don Rómulo Gallegos-, se entiende mejor el reto que hoy enfrentan los líderes de los poderes públicos nacionales y la responsabilidad histórica que han asumido para enfrentar y combatir sin más dilaciones el flagelo de la corrupción, con prisa y sin pausa, de una vez por todas y sin cálculos.
El pueblo de a pie tiene clara conciencia del asunto. La gente sabe bien lo que está ocurriendo y reclama atender el combate a la corrupción como la tarea más importante de estos tiempos, para salvar al Estado democrático y social de Derecho y de Justicia de 1999, cimentándolo en definitiva sobre los valores supremos que lo orientan y que sea conducido por los mejores hombres y mujeres de la nación con honradez, transparencia, responsabilidad, capacidad y conciencia patriótica. Es de vida o muerte ganar esta guerra y deslastrarnos de tanto pillo en cargos públicos municipales, estadales y nacionales.
Basta participar en cualquier conversación para concluir que la gente sabe… Y sabe bastante del asunto. El pueblo sabe que la corrupción siempre ha existido; que es un problema de siempre, difícil de combatir y erradicar; que es un cáncer que arrastramos desde nuestro nacimiento como patria libre. La gente sabe que estamos viviendo una situación peligrosa que mina la moralidad pública abriendo espacios a la barbarie; que indigna y produce malestar colectivo, pues -paradójicamente- la opulencia de los corruptos contrasta con la difícil situación que vive el pueblo. Pero de igual forma, la gente valora la firme reacción del Gobierno frente a los corruptos sin taparlos y la ve con esperanzas y expectativas.
El pueblo cree que se esperó mucho para atacar la corrupción; que se denuncian casos y no se hace mayor cosa porque el sistema de justicia está permeado por la “epidemia”; que las complicidades entre funcionarios fomentan y estimulan la práctica del mal. También el pueblo dice que no se oyeron a tiempo los llamados y advertencias de Chávez -muchas veces dramáticos-, quien tenía conciencia plena del problema dentro de la Revolución Bolivariana como heredera de la burocracia del bipartidismo, plagada de vicios y mañas contra la cosa pública, y no desaprovechaba oportunidad para denunciarla en su interés de limpiar al Poder Público de corrupción, ineficiencia y burocratismo.
La opinión colectiva expresa que la corrupción es señal inequívoca de la ausencia de valores éticos y de flagrante violación de la ley; que el amiguismo es una práctica que facilita la corrupción y dificulta su combate por la impunidad que aparece cuando es imposible hacerle saber a un jefe del gobierno que su subalterno anda en prácticas lesivas al interés patrimonial del Estado; que la corrupción desmoraliza al pueblo al ver que los fines del Estado, en particular la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo, se ven afectados cuando “los de arriba” roban y dilapidan y “los de abajo” pasan necesidades y sacrificios.
“Hay corruptos por todos lados” dicen algunos, que creen que la corrupción se encuentra extendida en todo el cuerpo social y ponen de ejemplo el descarado robo de dineros públicos, ejecutado por la mafia de políticos opositores apoyada por el Gobierno de EEUU. También dicen otros que los pésimos salarios públicos son la excusa apropiada para la proliferación de la “corrupción famélica”. Sin embargo, es opinión generalizada de la gente señalar que estamos a tiempo para vencerla y sabe que el gobierno la está atacando con firmeza y de igual forma sabe que es un deber ciudadano fundado en el Principio de corresponsabilidad, apoyar la acción gubernamental para que la “epidemia” no se salga de las manos.
Continuará…
*Ingeniero industrial. Agricultor urbano.