Jueves 27 del mes de junio que acaba de esfumarse. 8:30 a.m. Llegó al colegio Eulalia Bracamonte (nombre ficticio, por razones obvias), representante de dos alumnos, uno de 6to grado y el otro del 2do año de educación media general. “Buenos días profesor”. Me dijo con la mirada puesta en un cuadro de Simón Bolívar que cuelga en una pared de mi oficina. Le respondí: feliz día mi señora. ¿En qué podemos servirle? Hubo una pausa de unos cinco segundos. La pausa me pareció fría y aterradora. Intuí que algo anormal le pasaba por la mente a Eulalia. Y con una forzada sonrisa me respondió: “Ni tan felices profe… Tengo un problema que quiero que Ud. me ayude”. Le tendí una silla de plástico de color blanco. Cuénteme, a ver qué podemos hacer. Con voz amarga y temblorosa me soltó esta perla: “Profe, no hallo qué hacer. Estoy en un dilema. Voy a retirar a los dos niños del colegio porque me los llevo para Colombia. Aquí no tengo con quién dejarlos. Allá está su papa recogiendo café. Él quiere que yo también me vaya con los niños. Aquí no consigo trabajo. Lo poco que consigo es ´bachaqueando´ cualquier cosa que algunas veces me trae el papá de los muchachos”. Hubo una pausa. Dejé que continuara desahogándose. Sus ojos se inundaron de lágrimas. Solo le dije: respire profundo. Continuó con su crónica: “el problema es que no quiero retirarlos del colegio. Ellos son buenos estudiantes. Vea sus notas…” En efecto, me hizo llegar los dos boletines y el promedio del mayor estaba en unos 18 puntos. El pequeño (el de 6to grado), alcanzaba las competencias en todas las áreas con la calificación cualitativa “A”. Mientras revisaba los boletines, Eulalia Bracamonte continuaba: “ellos tampoco quieren irse del colegio. Eso me preocupa más. No hallo qué hacer. Por eso quiero que usted me ayude, me oriente, para que no pierdan el próximo año”. Difícil situación con la que me tropiezo casi finalizando el año escolar. Claro, ya he vivido experiencia similar con otros representantes, incluso se han llevado a sus muchachos fuera del país, o a vender pendejadas en las calles de la ciudad.
En el caso de Eulalia, solo me pasó por la mente la exoneración o becar a los niños, pero el problema es que ella tenía que emigrar a buscar sustento para sus dos hijos y no podían quedar solos a la buena de Dios. La situación de Eulalia la podíamos solventar (pensé) apartándoles sus respectivos cupos para el año escolar venidero. La señora me arrojó este perla: “Mire profe, yo vivo un poco lejos y algunas mañanas no tengo cómo enviarlos al colegio. Primero por el transporte, es pésimo. Las camionetas pasan cada una o dos horas. Segundo, a las 6 de la mañana todavía está oscuro…y ahora casi todos los días se va la luz…cómo hago para mandarlos sin desayuno y sin plata, para que compren algo para su merienda…”. Un estampido de tristeza cruzó por nuestras mentes. Bajó la cabeza para que no viera el llanto silencioso que en ese momento le embargaba. Solo atiné a decirle: la entiendo totalmente, señora. La entiendo y me pongo en sus zapatos. Que por cierto, apenas llegó al colegio, vi que calzaba unas botas de gomas color negro que se usan para el invierno.
Hubo una pausa y le comenté, a manera de reflexión: cuando estaba pequeño recuerdo que viví momentos rigurosos. No similares porque nací y me críe en Caracas. Pero mi madre era también
mamá y papá a la vez. Tuvo que lidiar con 11 hijos. Pero, a Dios gracias y el sacrificio de ella, pudimos salir adelante. Eulalia me escuchó con mucha atención. Ya estaba un poco más tranquila. Le pregunté: ¿y los niños, dónde están? Me respondió preocupada: “en la casa de una vecina”. Breve pausa. Prosiguió: “Otra cosa, profe, tengo miedo de que si me voy con los niños corremos el riesgo que nos roben lo poco que tenemos en la casa y además nos la invadan… ya han invadido algunas casas que quedan solas”. Duramos hablando un poco más de una hora. Le pude resolver a medias el problema. Pero quedé con la espina de que Eulalia no es la única. Muchos venezolanos, en esta hora menguada, están viviendo un calvario socioeconómico sin precedente. Se abre el debate. (Alfredo Monsalve López) /
@monsalvel