Germán Carías Sisco
No obstante la vigilancia policial casi permanente, se intensifican los robos en varios cementerios del país. Después del desmembramiento de la pandilla de ladrones de tumbas que saqueaba osamentas, huesos, cruces y ornamentaciones en el cementerio del Cuadrado en Maracaibo y la captura de los profanadores en los sepulcros de los sabios Jesús Enrique Lozada y Humberto Fernández también en los camposantos del Corazón de Jesús, y de La Limpia, se han seguido perpetrando con cierta frecuencia en los municipales de San Cristóbal, Barquisimeto y Carora. Más recientemente en el Cementerio del Este de La Guairita en El Hatillo, fueron descubiertos los robos nocturnos en sucesión de miles de placas de bronce adosados a las lápidas. Asimismo, se han reportado hurtos en el de Valencia al evidenciarse que los asaltantes de los lugares sacros desiertos y de poca custodia oficial o privada, son ahora de mayor incidencia en algunos países europeos, entre ellos España, tanto de día como de noche. No solo los hampones arrasan panteones suntuosos, sino tumbas modestas para cargar con crucifijos, floreros y coronas a las pocas horas de los entierros. En algunas capitales, la profanación en los cementerios es problema de orden público, pero sin aparente solución. Incluso el robo de cadáveres para venderlos en mercados clandestinos y en ciertas escuelas de medicina. Como tantas veces exaltó en sus rimas el poeta romántico español José de Espronceda y Delgado (25/03/1808+23 05/1842) al contradecir en sus divagaciones a la prostituta Jarifa en una noche de orgía de “Yo sí creo en la paz de los sepulcros” con su contundente aserto lírico de “Ya ni en la paz de los sepulcros, creo” al criticar los cambios violentos de la sociedad.
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