Opinión

Don Germán Carías, un sentido hasta luego

28 de agosto de 2018

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Desde las profundidades del abismo donde domicilia su fortaleza la gélida y solitaria muerte; uno de sus infames brazos prolongó su movimiento hacia nuestro mundo como suele hacerlo.  Apretó su protervo puño como el ladrón furtivo, incapaz de discernir sobre las almas que hurta, sea de aquellas atrapadas como un pecio o las que decidieron en vida cincelarse con el fuego eterno del sacrificio, lucha y el atrevimiento siempre permanente de tener esperanzas críticas y apostar por el futuro.  Hoy, la guadaña del óbito se ha llevado al maestro, amigo y padre adoptivo Don Germán Carías Sisco.

Conocimos a “Don Germán” -como popularmente se le nombraba- en 1998 cuando fue designado como Director de Información de la otrora Universidad Católica del Táchira, por su Rector-Fundador, el R.P. Dr. José del Rey Fajardo sj.  Inmediatamente su gran espíritu y su capacidad de trabajo se hizo acreedor de una admiración permanente. Una tarde de abril de 1999, en la sede del entonces CDE-Loyola, nos invita para que publiquemos semanalmente una columna de prensa en el Diario La Nación de San Cristóbal, a pesar que entre 1993 y 1996, Marcelino Valero ya nos había divulgado varios escritos.  Accedí a la petición como joven entusiasmado, siendo articulista hasta el 2009 cuando por complicaciones profesionales dejamos de hacerlo.  La preciada enseñanza del artículo fue el cultivar la disciplina mental y el compromiso con los lectores.  Así, nuestras 45 líneas fue un vehículo para consolidar una amistad de 20 años.  Posteriormente, cuando por la mezquindad del “Chavismo de Dios y su Jefe, Caifás” tuvimos que salir del Táchira, las comunicaciones y el cariño jamás cesaron.  Al contrario, se fortalecieron.  Todavía recuerdo nuestros almuerzos de trabajo todos los viernes, junto al Dr. Yovani Castro y al también desaparecido y siempre recordado Dr. Arsenio Bustos.

Don Germán Carías ejerció por 77 años la pasión de ser periodista.  Inclusive, cuando la noche enferma asaltó su yelmo no quebró su pluma.  Seguía publicando por La Nación su columna “Cronística”, que religiosamente todos los lunes hacía gala de un manejo exquisito del castellano.  En pocas líneas sabía reseñar la realidad, mostrando sin amortiguadores ni amortizaciones, el viacrucis del tachirense durante más de una década.  La responsabilidad prusiana sin indulgencia, fue una de las características del amigo Germán, hasta el punto que era de las pocas voces que denunciaron crítica y proféticamente, en los años emergentes del chavismo, los excesos de un régimen político que ha hecho jirones a todo un país.  Germán fue firme en sus convicciones, sin amilanarse ni comprometerse con ninguna facción o partido político, ni siquiera ideológico.  Era un genuino independiente, libre, que supo sortear la espada cuando ésta se blandía contra él, así como también cuando la cruz buscó imponerse contra toda lógica.

Fue Don Germán el primer periodista de investigación en Venezuela.  Funda la Cátedra con el mismo nombre en la UCAB a principios de los años 70 del siglo pasado, siendo una referencia obligada en los estudios de comunicación social que en jerga periodística se le conoce como “Los grandes reportajes de Germán Carías”.  Se disfrazó de pordiosero en 1958, haciéndose pasar por indigente en el centro de Barquisimeto a los efectos de conocer el submundo de la miseria y la mendicidad; tan igual como recorrió La Charneca, fungiendo como un taxista desempleado.  Demostró la existencia de una Venezuela al margen del escandaloso despilfarro de la renta petrolera, que ya mostraba sus signos.  Ingresó ataviado a las entonces colonias móviles de El Dorado, asumiendo una identidad falsa de un supuesto convicto, para descubrir cómo funcionaba el sistema penitenciario en tierras guayanesas.  Expuso en aquel célebre libro “Cuando se juzgan a los jueces” (1978), los escándalos de corrupción y el ripio del Poder Judicial venezolano.  Esto le trajo consigo una persecución por varios magistrados que se vieron descubiertos en sus desmanes y venalidades.  Y a pesar de los autos de detención, nunca se amilanó.

En una de nuestras tantas conversaciones nos hizo la confidencia de sus investigaciones con la naciente guerrilla colombiana, siendo uno de los primeros en tomarle una entrevista al forajido de Manuel Marulanda Vélez, mejor conocido como Tirofijo.  En su labor quijotesca de un periodismo inquisitivo -que lamentablemente se ha extinguido en Venezuela- fue uno de los primeros que se adentró en sacar a la luz pública ese aquelarre oscuro del tráfico de drogas al entrevistar a Pablo Escobar Gaviria.   Cuando conversábamos de estos pasajes de su biografía, se sentía satisfecho de haber informado a los venezolanos de los sucesos latinoamericanos que sacudieron el siglo XX.  Reportó -in situ- el ascenso del Sandinismo (1979).  La invasión de EEUU a República Dominicana (1965).  La polémica elección de Misael Pastrana Borrero como Presidente de Colombia (1970).  El derrocamiento de Fulgencio Batista, siendo uno de los primeros periodistas en entrevistar en La Habana a Fidel Castro.  La muerte del Dictador Francisco Franco (1975). Casi pierde su vida como corresponsal de Guerra en el sangriento conflicto armado de El Salvador (1980).  Entrevistó a Salvador Allende así como reseñó el golpe de Estado de Pinochet.  Sentarse con Don Germán a oírlo, requería tiempo por sus interesantes anécdotas en la labor noble de un periodista de investigación.

Ya en la última década, con 90 años a cuesta, las fuerzas comenzaron a abandonarlo.  Sin embargo, siempre me decía: “como quisiera tener 20 años menos para adentrarme a investigar la corrupción del gobierno y sus enchufados, desenmascarar las mentiras de lo que vulgarmente se llama Poder Popular, así como, las estafas de las misiones”.  Realmente Don Germán, siempre estarás con nosotros.  Esta vez pido tu indulgencia porque me he pasado de las 45 líneas en este texto, límite comprensible para que todos pudiesen tener espacios en La Nación, que a su vez era una forma férrea de defender la libertad de expresión.  Donde quiera que estés, siempre te recordaremos con ese ¡a la orden! que te caracterizaba cuando tomabas el teléfono.  Qui habet audes audiendi audiat.

Emilio J. Urbina Mendoza (*)

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