Opinión

Doña Hildamar de Tesser

9 de junio de 2021

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Néstor Melani Orozco

Había olor a libros y un retrato de Diógenes Escalante entre los perros dálmatas y la sonoridad francesa, como si París estuviese en las neblinas de la plaza Jauregui de aquella ciudad de La Grita, donde la eternidad se mezclaba en los versos.  Mientras su compañero, Antón Charles Tesser, improvisaba notas en una vieja guitarra, cantando en holandés, y el humo azul junto a las copas de Irlanda convertía aquella casa más que bendita en una morada de la poesía.

Allí estaba Hildamar Escalante de Tesser, la periodista compañera de los Mazzey o de Miguel Otero Silva, de la Universidad Central de Venezuela. La que dictaba lecciones de inglés y francés en el portentoso Liceo Militar Jáuregui, cuando La Grita vivía de asombros con el teniente Reyes Zumeta y el chileno Laurencio Gallardo Vega publicaba su «Temple de Madrugada», con olivos y noches de versos para idealizar a Alonel, poeta del sur, y poder entender y hablar de las nuevas Semillas de Gaurencio Zambrano, con su canto más allá de Violeta Parra.

 Así vi a Doña Hildamar en la sabiduría, única, casi maja de una ceremonia de oraciones y el monumento mayor de las letras; con miles de libros y Europa a sus pies, desde Amsterdan hasta Hamburgo, o de América su Caracas, a New York, ciudad esta última donde hizo estudios éticos de periodismo junto a Jacqueline Kennedy, entre las rosas blancas de Walt Witman, el lírico anciano, la voz notable de su admirado Frank Sinatra.

 Donde un día tradujo «Poetas del Norte al Castellano», libro hermoso. Y documental.

 Una noche, en casa del maestro Segundo Nieto Melani, ella me narró sus viajes y me dejó saber los conciertos, los museos y el mundo diplomático. Vida que dejó en sus recuerdos, para después sentirse muy enamorada de aquella Grita, ciudad de tantas virtudes, junto a su compañero, frente al buen escocés o una copa de vino de La Rioja.

 Un día me dijo: «haz clases a los alumnos del Liceo», y vive el arte. Yo era muy muchacho. Ella tenía mil razones…

 Esencias que entendí muy después en mis viajes por Europa. Sus cafés, los poetas, el arte. Y llena de amor describió «La presencia de encontrar la cultura es saberla vivir y sentirla en los conciertos, aprender de los teatros y amarla en los significados armoniosos de los artistas», y entre su bondad, su falda de medio paso, las zapatillas inglesas y sus labios rojos.

Eterna y verdadera.

 Tiempo después se mudaron al barrio «Las Delicias», casi vecinos del poeta Rafael Rojas Rojas…

Un día de amor, «Tony». Antón Charles se murió casi soñando con Beethoven, y quince días después ella se fue cantando las coplas del poeta francés Bauldelaire. . .

Amando la Luna y llevando la pena de su tío Diógenes, entre la tinta azul de una carta y la pureza de su alma.

En La Grita se debería colocar un monumento a su magisterio y a su poesía, para todos los días saber entender su vida y colocar a sus pies claveles rojos.

Por toda la eternidad.

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Cronista de La Grita.
Premio Internacional de Dibujo «Joan Miro»-1987.  Barcelona España.
Maestro Honorario.
Doctor en Arte.

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