Opinión

Dos encuentros en AA

29 de junio de 2025

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Porfirio Parada

Porfirio Parada

Un día fui a Alcohólicos Anónimos en la ciudad. No me da pena escribirlo, fui porque me invitaron, porque me dijeron por medio de un gesto y sin palabras específicas que yo tenía un problema. Esta comunidad internacional fundada en 1935 en Estados Unidos es muy reconocida a nivel mundial. Yo que en días previos había bebido, me dijeron para ir ese fin de semana en plena resaca, el ratón estaba rodeando mi cabeza, tenía malestar y malhumor. Me sentía solo, pero Dios le brinda a uno fuerzas que uno mismo ignora. Era un día cualquiera en el mundo, la gente haciendo su día a día, el viento soplando, el sol brillando, la gente buscando la plata y yo con la invitación a un lugar que me había burlado por años. Había visto su imagen y siglas AA en varios sitios, incluso me acuerdo que había o hay un Alcohólicos Anónimos al lado de una licorería. Por varios años me reía mucho cuando lo veía. Días recientes he leído que este actor famoso Brad Pitt estuvo en reuniones de Alcohólicos Anónimos luego de separarse de la que fue su esposa, Angelina Jolie, también actriz, cayendo en una lucha consigo mismo. Bueno, sin saber mucho, sin esperar nada, con la mente atornillada y sin claridad, con el cuerpo y la sangre revuelta de licor, me aparecí en el lugar.

Fue un sábado por la tarde, llegué al barrio donde queda, pero estaba perdido en su ubicación, me daba pena empezar a preguntar a la gente dónde quedaba un Alcohólicos Anónimos en el sector, por si me reconocían y me etiquetaban de borracho. Sin embargo, no me hallaba, todavía desorientado pregunté a un señor disimulando mis gestos, casi como en secreto, en voz baja, y el señor gentilmente me orientó, me señaló con sus manos. Llegué y vi la imagen, la doble A, en azul con blanco, había una escalera, cuando empecé a subir me dio algo de nervios, temor y pena, en un instante pensé arrepentirme, pero seguí, me sentí como cuando uno iba por primera vez a la escuela, un mundo desconocido que estaba a punto de conocer. Toqué un timbre y ya había gente adentro. Cuando abrieron me trataron muy cordialmente, me dieron la bienvenida, y dije que estaba esperando a una persona que me invitó, cuando empezó el encuentro, no había llegado tal persona y me sentía algo incomodo, pero traté de poner de mi parte para estar en esa nueva experiencia de mi vida.

Les resumo, hacen como una introducción, de qué se trata, sus objetivos, una reseña histórica, vi que personas, la mayoría hombres, se saludaban entre ellos, mostrando un compañerismo, el lugar algo cerrado, me dieron un café, uno de los momentos del encuentro era pasar adelante, y hablar sobre su experiencia personal, contar su enfermedad, decir lo que poco se dice durante la vida cotidiana. Ellos les hablan de un libro, les dicen de unos pasos a seguir, son como doce pasos, principios y pautas, escuché a personas que nunca había visto, dando testimonio de su vida alcoholizada, ellos trabajando sobre esos pasos, sus atrasos y avances, hablar de saltarse algunos pasos, hablar de recaer en el licor, hablar de superarse o sentirse estancado en el vicio, reconocerse y desconocerse casi al mismo tiempo. Me sorprendí, pero reafirmé que hay gente golpeada como uno en la vida, que van caminando y quizás sonrían, pero por dentro están jodidamente golpeadas por el autosaboteo. Cuando hablé dije mi nombre, bueno no quise decir Porfirio, mencioné mi otro nombre, mi sobrenombre, dije: “bueno me llamo Chuy”, y todos al unísono contestaron: “hola Chuy” Me acordé de esas películas gringas, que muestran las intenciones de un borracho que reconoce su vicio e intenta con éxito o en fracaso en fracaso sanarse, entrando a un círculo rodeado de otros integrantes viciosos, se presenta ante los demás y los saluda, todos les responde el saludo, bueno así me pasó.

Les compartí de una manera muy resumida mi vicio y mi descontrol, desde que edad estoy tomando, mis borracheras, cuando he perdido el conocimiento, mi irresponsabilidad, mi juego con la muerte, y luego me senté, escuché a otros, reflexioné. Luego finalizó el encuentro y me fui con un vacío roto. Volví a las dos semanas, y en esa oportunidad estaba la persona que me había invitado para ir a Alcohólicos Anónimos. Hay una parte de los encuentros que el coordinador pregunta si alguien (nuevo, es decir yo, en ese momento) quiere entrar a un plan de desintoxicación para curarse de la enfermedad del alcoholismo, y cumplir los doce pasos que dice el libro azul, y si deseaba el plan que levantara la mano para afirmar e iniciar.

Y en ese momento hubo un silencio, un silencio largo que se convirtió en agotador, en ese momento me volví a sentir solo pero después sentí de repente la fuerza y la confianza de Dios conmigo (como me ha pasado durante varios años y momentos de mi vida) y luego veía los ojos de los presentes que no me veían, pero me estaban viendo, me veían con sus espaldas, con sus brazos, con sus cabellos y ropas, con su respiración, me veían con su propio silencio esperando que levantara la mano. Sentí un silencio comprometedor y muy incómodo, me dije a mi mismo, que quizás existiera otra manera de solucionar el problema y no levanté la mano. También pensé que esto era un paso importante para ir corrigiendo. Cuando terminó la reunión fui uno de los primeros que partió del lugar sin despedirse. ¿Acaso no me dejé ayudar? Igualmente quedé muy agradecido por la experiencia, y la oportunidad, por los menos de expresar parte de mi vida y de mi dolor, mi mal hábito ante un grupo de personas que buscan la misma respuesta o solución que intenté buscar luego de una invitación desinteresada. Una ayuda real o imaginaria para solucionar esta adicción que jode la vida de uno, y en parte a la de los demás.

Lic. Comunicación Social
Locutor de La Nación Radio
 

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