Opinión
El aislamiento social y la amistad
lunes 8 diciembre, 2025
Hogan Vega y Dorli Silva
La recesión de la amistad se refiere a la disminución de la manera en que se acoge, se acepta y se vive la amistad, basada en principios de reciprocidad, confianza, apoyo mutuo, respeto y la creación de un vínculo que fortalece el bienestar emocional y el crecimiento personal. Este fenómeno, observado en muchos países, se atribuye a las causas siguientes, como los cambios en el trabajo, la sustitución de interacciones cara a cara por las tecnologías digitales y redes sociales, la creciente falta de lugares comunitarios, cambios culturales, la pandemia de COVID-19 y el auge del trabajo remoto. En consecuencia, se incluyen un aumento de la soledad y aislamiento, un impacto negativo en la salud mental y física.
En otras palabras, la recesión de la amistad es una pandemia silenciosa que se utiliza ampliamente en la actualidad para referirse a la soledad no deseada y el aislamiento social debido a su gran alcance global y su profundo impacto en la salud pública, comparable al de las enfermedades más conocidas. Por lo tanto, el uso del término “pandemia silenciosa” o “epidemia de soledad” es una forma de concienciar sobre la gravedad y la naturaleza oculta del problema. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha elevado el aislamiento social y la soledad al nivel de una amenaza crítica para la salud global, estableciendo una Comisión Global de Conexión Social.
Por consiguiente, el impacto en la salud física es la razón principal por la que se le llama “pandemia”, es por sus efectos fisiológicos documentados, que imitan los riesgos de las enfermedades crónicas: Riesgo de mortalidad, varios estudios asocian la soledad crónica con un aumento significativo del riesgo de mortalidad prematura (algunos estudios mencionan un riesgo comparable al de fumar hasta 15 cigarrillos al día u obesidad); enfermedades cardiovasculares, donde las personas solitarias tienen un mayor riesgo de desarrollar enfermedades cardíacas y sufrir accidentes cerebrovasculares; inflamación crónica, donde el aislamiento activa la respuesta biológica al estrés, llevando a la inflamación crónica en el cuerpo, un factor subyacente de muchas enfermedades crónicas.
De ahí que el impacto en la salud mental y cognitiva afecte profundamente el cerebro, lo que justifica la alarma: Por trastornos mentales, al aumentar significativamente el riesgo de depresión, ansiedad y pensamientos suicidas; deterioro cognitivo, por la falta de interacción social, se asocia con un mayor riesgo de deterioro cognitivo y demencia, ya que la conexión social actúa como un estímulo protector para el cerebro. De modo similar, la naturaleza “silenciosa” se debe a varios factores sociales y psicológicos: Vergüenza y estigma, a diferencia de una enfermedad viral, la soledad a menudo se vive con culpa, vergüenza o resignación, lo que dificulta que las personas la reconozcan o pidan ayuda; subjetividad, no se trata solo de la cantidad de contactos (aislamiento social objetivo), sino de la calidad y la sensación subjetiva de desconexión emocional (“sentirse solo rodeado de gente”). Esta subjetividad hace que sea más difícil de medir y diagnosticar; causas ocultas, donde el problema está impulsado por tendencias sociales modernas como la urbanización (proceso de concentración), el aumento de personas que viven solas, la disgregación de la familia extensa y, paradójicamente, el uso excesivo de plataformas digitales que, si bien conectan, a veces desplazan la interacción cara a cara de calidad.
Sin duda, la preocupación por la “pandemia silenciosa” de la soledad y el aislamiento es una llamada de atención para reconocer que la conexión social, y por ende la amistad, no es un lujo, sino una necesidad humana fundamental y un pilar de la salud pública. Por otra parte, el concepto de integridad en el contexto de las relaciones afectivas (amistad, pareja, familia, otros) va más allá de la simple honestidad; se refiere a la coherencia moral, la confiabilidad y la autenticidad que fundamentan lazos fuertes y duraderos. Cuando hablamos de integridad entre personas que se aman, nos referimos a un conjunto de prácticas y valores que aseguran que la relación sea un espacio seguro, predecible y de crecimiento mutuo.
Sin embargo, la integridad es la base que permite que el afecto se traduzca en confianza duradera y seguridad emocional. Como resultado, en primer lugar, coherencia entre palabras y acciones, actuar de acuerdo con lo que se dice y lo que se promete. En el amor y la amistad, esto significa cumplir los compromisos, grandes o pequeños; cuando hay coherencia, la otra persona aprende que puede depender de ti. Esto reduce la ansiedad en la relación y fortalece el sentimiento de ser valorado y protegido. La falta de coherencia erosiona la confianza y puede llevar a la sensación de ser manipulado o abandonado.
En segundo lugar, honestidad radical y transparencia, ser honesto no solo sobre hechos, sino sobre los sentimientos, miedos e intenciones. Esto incluye ser transparente con las debilidades y los errores; la integridad requiere vulnerabilidad. Al ser auténtico, creas un espacio donde el otro también se siente seguro para serlo. Una mentira, incluso una “mentira piadosa”, introduce una grieta y obliga a cuestionar la validez de todas las interacciones anteriores. En tercer lugar, respeto por los límites y la autonomía, donde reconocer que la otra persona es un individuo separado con derechos, límites y necesidades propias. La integridad se manifiesta al respetar esos límites incluso cuando no se entienden o se está en desacuerdo; el amor basado en la integridad no es posesivo. Respeta la autonomía y fomenta el crecimiento individual. La violación de límites (como la invasión de la privacidad o la presión emocional) es una falta de integridad que transforma el afecto en control. En cuarto lugar, responsabilidad y rendición de cuentas (accountability), al asumir la responsabilidad por las propias acciones y su impacto en la relación. Esto significa reconocer el daño causado, disculparse genuinamente y hacer esfuerzos para reparar la situación; donde la integridad permite que el conflicto sea constructivo. En una relación íntegra, los errores son oportunidades para reafirmar el compromiso. La persona que evita la responsabilidad demuestra una falta de respeto por los sentimientos de quien ama.
Otra forma de contribuir, en el contexto de la longevidad de las relaciones, la integridad no es opcional, sino el mecanismo de mantenimiento: Mediante la confianza, la fiabilidad de las promesas que se cumplen, con el resultado de sensación de seguridad emocional; intimidad es una manifestación de integridad, donde vivir bien, es compartir el verdadero ser, con el resultado de una aceptación mutua; crecimiento es la manifestación de retroalimentación constructiva, decir verdades difíciles con amor, con el resultado de fomentar la mejora sin juicio; resiliencia, es el compromiso ético, al permanecer leal en la adversidad, con el resultado de tener capacidad para superar crisis y tensiones.
En síntesis, la integridad es la armadura de la amistad y el cimiento del amor. Asegura que el afecto sea genuino y no una fachada. Al integrar la ética en la forma en que interactuamos con aquellos que amamos, no solo honramos a la otra persona, sino que también nos honramos a nosotros mismos, construyendo lazos que resisten el paso del tiempo y las dificultades. Como complemento, la frase “Algunos ángeles no tienen alas, tienen cuatro patas” es una cita popular que se refiere a las mascotas (perros y gatos), transformándolas en “ángeles terrenales” que nos brindan amor incondicional, lealtad y compañía, en lugar de los seres alados tradicionales, destacando que su amor y presencia son tan divinos como los de un ángel celestial, donde se refleja un sentimiento universal sobre la conexión especial entre humanos y animales, y la forma en que ellos nos hacen mejores personas. Juan Pablo II dijo: “Amar a los animales es un privilegio de las almas buenas”.
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