Opinión

 El año agridulce

31 de diciembre de 2024

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César Pérez Vivas

Termina un año complejo, lleno de luchas intensas por la libertad y la democracia en nuestra nación. 2024 nos deja un sabor agridulce. Dulce, porque logramos unir a la nación para canalizar su fuerza ciudadana y hacerla presente, de manera clara e indubitable, en el proceso electoral presidencial, propinándole a la dictadura la derrota electoral más contundente que haya conocido un régimen político en mucho tiempo.

Agrio, porque, aun habiendo logrado la contundente victoria ciudadana del 28 de julio pasado, la camarilla roja optó por desconocer la mayoría expresada en las urnas y, a sangre y fuego, fraguar un burdo fraude con el objetivo de perpetuarse en el poder. El sentimiento de indignación se ha elevado porque Nicolás Maduro no solo decidió desconocer la soberanía popular, sino que diseñó y ejecutó un plan de violencia institucional y física para aplastar toda manifestación de protesta, alcanzando niveles nunca antes vistos, al menos en un siglo de nuestra historia.

Del año que termina debemos rescatar nuestra gran victoria electoral. Desafiando la soberbia y la violencia del Estado-PSUV, demostramos con creces la decidida voluntad de cambio que existe en nuestra nación. Las multitudinarias manifestaciones de apoyo a la alternativa democrática, representada por Edmundo González Urrutia y liderada por María Corina Machado, rompieron todos los registros conocidos.

Cuanto más se empeñaba la camarilla roja en impedir nuestro avance, hostigarnos con grupos armados y con organismos de seguridad, perseguir a quienes nos brindaban apoyo, confiscar equipos de transporte y sonido o montar eventos paralelos, más se empeñaba la ciudadanía en dar testimonio, con su presencia, de su anhelo de cambio y de su respaldo a la alternativa democrática.

Logramos derrotar todas las tácticas perversas de fraccionamiento, confusión y abstención que en el pasado habían funcionado para el régimen. La firme determinación del Comando Con Venezuela de participar en la elección presidencial, conscientes de los elementos fraudulentos y del brutal ventajismo oficialista, hizo fracasar el plan de llevar a la verdadera oposición política a la abstención, así como la táctica de fraccionamiento.

Todo el esfuerzo oficial por cooptar actores políticos, forjados en partidos democráticos o fabricados artificialmente, para convertirlos en agentes simuladores y colaboradores de la abstención y la división del voto, también fracasó. La ciudadanía entendió claramente que dichos personajes eran simples mercenarios de la dictadura, disfrazados de candidatos o dirigentes opositores.

La cúpula roja pensó que, por la abrupta convocatoria, la brevedad de los lapsos y la decisión de impedir el voto de los venezolanos en el exterior, no estaríamos en capacidad de cubrir el 100% de las mesas de votación, especialmente aquellas instaladas a última hora en instalaciones militares y sedes oficiales, donde creían controlar mejor a sus supuestos electores. Les demostramos que estuvimos presentes y que neutralizamos la orden impartida 12 horas antes del inicio de las votaciones de no entregar a nuestros testigos la copia del acta de cada mesa. Ya para ese momento, estaba en marcha el plan de anunciar un resultado fraudulento.

La estructura electoral formada e instalada en todos los centros logró, con la ayuda de testigos del PSUV y cuadros militares, obtener el 97% de las actas. Estas fueron llevadas a nuestros centros de acopio, donde se escanearon los códigos QR, demostrando al mundo, en menos de 24 horas, la victoria de la democracia y la aplastante derrota infligida a la dictadura.

Por supuesto, nos llena de profunda indignación el desconocimiento de este resultado por parte de Maduro y la forma burda, oscura, inconstitucional e inmoral en que el presidente del CNE presentó, la madrugada del 29 de julio, un resultado amañado. Este, después de cinco meses, no lo han podido sostener ni validar porque, simplemente, es matemáticamente, legalmente y lógicamente insostenible.

No tengo dudas de que el camino recorrido en 2024 era el que teníamos que transitar. Hoy, Nicolás Maduro se encuentra en la situación política, personal y colectiva más comprometida desde el inicio del socialismo del siglo XXI. Lo lamentable es que, con su postura, compromete la paz, el bienestar y la gobernabilidad de nuestra Venezuela. Cada día, los jefes de la camarilla nos amenazan con aplastarnos, utilizando las armas de la República y burlándose de la voluntad soberana expresada en las urnas. Cada día incrementan la represión y el hostigamiento.

No es ética ni políticamente sostenible una actitud contemplativa, mucho menos colaboracionista, por parte de los diversos sectores de la sociedad frente a la usurpación que Maduro pretende consumar el 10 de enero. Frente a esta determinación de la dictadura, debemos sostener y defender la verdad y nuestra determinación de luchar para hacer valer ese resultado.

La cúpula roja podrá prolongar por un tiempo más su presencia en el poder, pero no podrá gobernar. No tiene ni gente apta para hacerlo ni el apoyo de la nación ni del mundo democrático. El 2025 será el año de alinear todos los elementos necesarios para sacar del poder, físicamente, a la camarilla usurpadora; porque política, electoral y moralmente ya han sido despedidos.

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