Opinión

El cuatro

14 de abril de 2021

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Néstor Melani Orozco (*)


Sentí el sonido del cuatro con aquella armonía de la llanura de Taguanes, porque la noche antes de la gloriosa Batalla de Carabobo, para un amanecer del Día de San Juan en la creencia católica traída por las humillaciones españolas y entre mulatos, negros, originarios. El cuatro, hijo de la viruela y más ancestral que el laúd. Y de amor se convirtió en los arreos en las puntualidades de las estepas llaneras.

En el cantar de los gallos y la bravura del tiempo.

 El cuatro de nogal más adentro y libre que el charango de las alturas del alto Perú, visto en la copla. Hacedor del joropo junto a  la egipcia-griega arpa.

Entre los conceptos de su eternidad y los ecos en el tiple de los Andes…

Por tantas memorias es nuestro instrumento revestido de una promesa de amor en la ventana de la lluvia, en la solidaridad hermosa de los estudiantes, es el tímpano de la gloria, con él aprendimos a cantar «El Gloria al Bravo Pueblo». Con su simiente de esperanza se ha diseñado el alba de revoluciones y desde los cantos y los gritos en la purificación sincera del pensamiento venezolano.

Con el cuatro se idealiza Bolívar en las campañas liberadoras y la noche preciosa de Guayaquil frente a José de San Martín, se conversaron allí los misterios más secretos de las logias  y de recuerdos, el héroe de los gauchos llevó a su final en París un viejo cuatro que le regaló el Libertador y aún lo describía entonando una canción poética.

Es el cuatro el «Alma Llanera» del compositor de la Zarzuela: Rafael Bolívar Coronado, como de las «Brisas del Torbes» de Eloy Galaviz, a quien Luis Felipe Ramón y Rivera le hizo su dueño.

Detrás del cuatro, Francisco Lazo Martí escribió la poesía llanera. Y cuanto al instrumento casi de una esencia milenaria contada en la Biblia, Teresa de la Parra lloró sus angustias a la orilla de un candil amarillento y debajo de las tormentas del invierno.

Fue del general Páez, en el cuatro como sus puntos cardinales de un juego estratégico de la guerra. Y bizarro, el negro Camejo cantó la noche antes de la despedida.

Y de cuatros, los llaneros de Zaraza convocaron la presencia de caballos y de vientos los sonidos cubiertos en llamas entre las sombras del fuego de las llanuras.

Con la boca de un mechurio de gas en la tierra de Monagas, y en la primera lanza del mundo, donde allí estuvo  la sonoridad  de los siglos.

Y junto a sus «Angelitos Negros», Andrés Eloy Blanco se fue por los páramos para jurarle a «Luz Caraballo» su amor inocente…

Mas con petróleo  crudo y oro negro de obreros cantando las afinidades de una patria consagrada  a los hechos de la música…

Remedio de los santos y cómplice de los  ritos…

El primer acorde que conocimos en la vida fue el cuatro, aquel precioso instrumento de cuatro cuerdas. Como de los mensajes esotéricos y las palabras brindadas del llanto de un velorio de angelitos… a quien el  olvidado folklorista  Luis Arturo  Domínguez  realizo una ceremonia a su dimensión popular.

Y de allí, ¡todo!

 El cuatro. La otra idea  clásica para una orquesta, con los destellos primitivos de una oración sefardita  o de un oriente. De la bandola, como de la verdad convertida en ánima humana.

Desde el  rumor andino y de la gaita Mora y santa zuliana…

Y sobre el galerón el sol naciente del Esequibo.

Entre la novia del alma, los caminos del corazón con el cuatro, cuando una noche, en el Ateneo del Táchira, Freddy Reina deleitó todas las   formas del cuatro y Chelique Sarabia, cincuenta años atrás, con él describió su universal «Ansiedad».

Mas desde las conjuras sociales, Alí Primera cantó con el cuatro los hirientes sacrificios de un país.  Y desde los Diablos Danzantes de Yare vieron el ritual junto al instrumento divino en un vitral armonioso en la casa de Carlos Orozco «Carreto» desde «Las Cuerdas Andinas».

Miren de Dios, el santo padre Karol Wojtyla al recibir un cuatro de manos de Simón Díaz, fabricado por el lutier tachirense Ramón Eladio Contreras. Y desde «Raíces de Venezuela», Domingo Moret describió una noche en mi casona de La Grita lo sublime de la eternidad sonora del instrumento de los sueños.

Y hasta de la popularidad humana de un barrio de ranchos de una ciudad  entre luces se ha escuchado una fiesta junto al cuatro.

Cuán de Silvestre García invocando los sueños, y de Salvador Moreno dibujando la elegancia que se describe en un acorde de una orquesta y de polifonía se convirtió en el legado patrimonial, desde la emancipación de 1813 hasta nuestros días.

Vi cómo mi amigo, Dr. Roberto Barrios, quien fue compañero de música de Rodrigo Riera y de Jesús Soto, una noche en la Casa de la Cultura de La Grita describió enormemente cómo se podía entonar una de las sinfonías de Beethoven a través de la puntualidad de un cuatro.

En una visita de Raúl Delgado Esteves a mi taller de pintor vio el viejo cuatro que fue de mi tío Benedetto, el mejor panadero del mundo  y dándole unos acordes habló del cuatro compañero de las corales… y testigo de mil caminos…

Ojalá todos, nosotros, pudiéramos comprender su magnificencia. Cuántas horas y tiempos, Fanny Zulay Rojas, antropóloga, narró en hojas para un libro las propuestas del instrumento testigo de la guerra de Independencia, del manifiesto del llanero y de los delirios  hermosos de la canción del pueblo…

Hugo Chávez se detiene a sentir su cancionero de Quijote y mártir  a través del cuatro y canta con el diablo, como de pasión Alberto Arvelo Torrealba. Y   Luis Mariano Rivera describió a su Araya de sal, mientras Serenata Guayanesa pintó al Orinoco, y del cuatro, Emerio Darío Lunar en Cabimas añoro más eternidades junto a su armónico  entre botiquines y las tormentosas tristezas.

Y desde Omán de los dioses árabes,  José Roberto Arellano  dictarle clases  de música a los niños del Arabia con la grandeza de su cuatro.

Silabario grande de los pentagramas de la venezolanidad …

Del Dr. José Antonio Sánchez meditar sobre ‘Cheo’ Hurtado y conseguir las consonantes del ‘Pollo’ Brito entre una memoria en Seboruco con el lutier Édgar Ramírez, más de los misterios de las afirmaciones.

Casi como de «Los Comisarios» de Héctor Poleo y la Luna apareciendo dentro del alma.

Y entre mis recuerdos hermosos no vi más interesante acto que presenciar cómo mi padre, ‘Pepe’ Melani, afinaba el cuatro. Me lo recordó «Carreto» una tarde gritense, comiendo quesadillas.

Entonces de amor es digno, sagrado saber desde el cielo andino, donde el azul es más profundo sobre la connotación mundial del cuatro…

El más sublime patrimonio cultural de la humanidad…

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De Mi Libro:

VIAJEROS DEL TIEMPO

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(*) Artista Plástico. 

Cronista de la Grita. 

Premio Internacional de Dibujo  «Joan Miro»-1987.  Barcelona. Catalunya. España. 

Honorario Sociedad Bolivariana de New York. 

Maestro Honorario. 

Doctor en Arte.

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