Raúl Márquez
Corría el mes de noviembre de 1985 y recuerdo que con mis compañeros anhelábamos que llegara pronto la época navideña para compartir en familia, que los más pequeños recibieran los regalos del niño Jesús y esperar que nos compraran los estrenos del 24 y 31.
Entonces estudiaba sexto grado en la Unidad Educativa Inés Labrador de Lara de San Rafael de El Piñal, en el municipio Fernández Feo, uno de los centros educativos más importantes del sur del Táchira.
La mañana del jueves 14 de noviembre, un hecho inusual irrumpió en la monotonía de aquellos días escolares. Desde el amanecer, cuando papá se paró para calentar el carro, dijo que el capó estaba lleno de un polvillo raro.
El comentario quedó en el aire. Cuando llegué a la escuela me enteré de que era ceniza la que cubría carros, casas y que, de manea imperceptible, se fijaba al pavimento. Entonces pensábamos que provenía de algún incendio de vegetación o algo así.
Como en aquel tiempo no contábamos con Internet, no sabíamos que se trataba del eco de una tragedia sucedida a cientos de kilómetros, en los Andes colombianos. De eso nos enteramos en el noticiero del mediodía.
La noche del 13 de noviembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz expulsó gases, ceniza y aire caliente, lo que devino en el desprendimiento de una parte de un casco de nieve.
Esto provocó que una serie de “lahares” —flujos con sedimentos, agua y piedras enormes— bajaran a unos 60 kilómetros por hora por el río Lagunilla, así como otros cauces y laderas del volcán, y arrasaran con el municipio de Armero, a unos 170 kilómetros de Villamaría.
Una de las escenas más tristes, en medio del desastre natural que dejó unos 25 mil muertos, fue la de Omaira Sánchez, de 13 años, que quedó atrapada entre los escombros de su casa y con el lodo hasta el cuello.
Según una crónica del diario El Tiempo, Sánchez agonizó tres días ante las cámaras de televisión del mundo.
«Aunque parezca increíble, Omaira está fuera del agua del pecho hacia arriba pero de la cintura hacia abajo se encuentra atascada entre los escombros de lo que fuera la plancha del techo de su casa y dice que debajo de sus pies siente cadáveres y que son los de su tía María Adela Garzón y que posiblemente también allí está el cuerpo de su padre, Álvaro Enrique Sánchez, un conductor de combinada cogedora de arroz», indica el diario colombiano.
La difícil posición en la que se encontraba Omaira y la falta de recursos de los socorristas hicieron imposible cualquier acción para rescatarla.
38 años han pasado, y aún las palabras entrecortadas de la niña retumban. Ese angustioso deseo de sobrevivir, pero al tiempo, la madurez inusitada para enfrentar la muerte. Era casi de mi edad y tenía miedo de perder el año escolar y por eso rogaba que la ayudaran a salir de allí.
Algunos diarios locales reseñaron lo de la llegada de las cenizas del Nevado del Ruiz al Táchira. Al parecer, hubo reportes de carácter extraoficial, de personas con neumonía o afecciones en la piel. Si mal no recuerdo, incluso se evidenció la falta de protocolos por parte de las autoridades frente a la inédita incidencia.