Opinión

El padre García

11 de agosto de 2021

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Néstor Melani-Orozco

Vivió en el Llano de la Cruz, frente a la casa de Bolívar, en una Grita de barros y tres calles, dos barrancas, una iglesia matriz y la capilla del convento.

En un solar muy grande con sauces, naranjos y una pila de agua bendita que servía como fuente para que las palomas vinieran a saborear el agua que bendecía el clérigo, entre la pureza de una herencia muy antigua y la locura de una inmensa soledad …

…»Si vieres un tuerto bueno,

escogerlo por milagro.

Dios te libre de un cojo

y Dios te salve de un calvo»…

Decía entre dientes el anciano cura Melecio García, el del Llano de la Cruz, entre aquellas paredes amarillas y beatas de los solares del reverendo Pioster de la Cruz, de madera aún viviente de trescientos años de los franciscanos venidos de Pamplona. Entre rosas de Castilla y el último magnolio que sobrevivió en La Grita.

Mientras en el portal, la sal en sacos de fique y entre un mostrador verde del sapolín de la casa Bruguera, era la tienda de Francisco «García» Calderón, cuando aún Bartolo Dávila, muy jovencito, guardaba las secretas del oro de los antiguos García de Hevia y la Capilla del Llano de La Cruz ocultaba en sus criptas los restos de monjes y el esqueleto de un burro…

Pena. Bendita de los años, con anís venido de Colombia y jipijapas, sombreros y divinos zapatos de charol.

Así fueron los años de aquella Grita de ciudad militar, y de sus clases, aspirantes a generales, y de un colegio seminario de Jáuregui convertido en cuartel, 1947.

Entonces, doliente y triste, el reverendo padre García bajaba por la calle de la envidia y subía por la otra de la mala fe, repitiendo las frases salomónicas en latín e invocando al cojo, al tuerto y al calvo…

Un día vio entre los cambiantes sonidos del solar al expediente del panadero Navarro, robarse un cáliz de sus consagraciones. Y con hojas de los testamentos lo maldijo.

Mientras ladraron los perros y la túnica se asomaba por el balcón de la casa de la libertad, con sal, el padre predijo a La Grita. Lloró las ausencias. Se durmió con los muertos. Y habló solo de un Dios de muchos siglos. Entre la cúpula de la Trinidad y la dichosa paloma de plata…

Entre recuerdos y la esencia de imágenes convertidas en amores hermosos…

Años después, en Maracaibo, se adentró de milagros entre la Luna y el mar…

Interno en las tristezas de un geriátrico.

Mas La Grita enarboló sus solares, borró las presencias. Y ocultó los lamentos y en los linderos de las tapias se encontró el tesoro de monedas de oro español.

Y entre el ramo bendito de las mil cruces cortadas desde las palmas moribundas de la casa de Lucía…

Y en un portón de almagres y gonces quedaron los misterios. El fantasma del tiempo y la luz donde estuvo el tesoro…

Los años pasaron.

Volvieron mariposas en las noches.

Y nadie dijo nada.

Todos olvidaron.

Y la figura del reverendo padre Melecio García se fue cantando las nostalgias.

Mientras un cáliz se hizo a un museo y los trapos negros se los llevaron las viudas…

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