Opinión

En las memorias que viven desde la Feria de San Sebastián

20 de enero de 2021

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Néstor Melani Orozco (*)


¡Dios Mío!

César Girón

Ayer de tantos años volví al taller del pintor José Rosales Caro, entre la pureza de grandes obras y la solemnidad artística de sus escenas taurinas. Los emblemas de diestros del mundo, la presencia de un toro entre lo más poético y lo más romántico…

¡Y desde estos momentos vinieron los recuerdos!

…Ava Gardner inmensamente divina, estrella del cine, ofrendó en Las Ventas de Madrid a César Girón la grandeza de su gloria, como la figura más valiosa de esos tiempos del toreo mundial.

Quizás en los albores de quien siendo adolescente en aquella Maracay de los sueños cuando vivió de amor; alternaban en la Maestranza Carlos Arruza, y Gitanillo de Triana. Entonces atrevido el jovencito César, logro pasar las guardias del hotel Jardín y entrar a la habitación donde Carlos Arruza posaba, de allí se robó un traje de luces.

Fue descubierto el muchacho hijo del zapatero y puesto preso, era un menor de edad.

Al enterarse de lo acontecido, Arruza mandó y pidió le llevaran a la jefatura para retirar el delito. Le mostraron al jovenzuelo ladrón.

Este compadecido con el pequeño vagabundo.

Pero el muchacho, al verse ante la gran figura de México, el joven inocente pero con la vida por delante, hace una sentencia al maestro: «Algún día seré más grande que usted señor. Y el día que reciba mi alternativa, usted será mi padrino».

Era la evocación del jovencito de Maracay.

¡Causó risas!

César Girón, a costa de grandes sacrificios, se hizo novillero. Pedro Pineda, un andino en Maracay, le ayuda a embarcarse a España. Allí hace caminos, lucha con dolor y hambre, hasta llegar el día de su gran debut como matador de toros…   

¡Sorpresa!

Es la Arena de Barcelona, en el mundo catalán, aparece el cartel de la gran alternativa del diestro venezolano César Girón en su doctorado, pues la sentencia se cumplía de amor. Es su padrino el maestro mexicano Carlos Arruza y testigo Gitanillo de Triana, suenan los clarines y el mundo eleva los albores a la ilustre figura del torero de Maracay.

Viven los hechos.

Se convierte el muchachito en la gran figura de los ruedos de España y de América…

México lo proclama. Madrid lo consagra. Lima invoca su majestad. Bogotá. Sevilla. Quito. Cuernavaca. Caracas. San Cristóbal. Maracay.

Un mundo impresionante al ejemplo del joven vendedor de pasteles, al hijo del zapatero Girón, el mestizo poeta de los ruedos, quien se casa tiempo después  con la condesa francesa descendiente de Napoleón. Los años permiten la sonoridad religiosa del toreo.

Se corta la coleta varias veces.

Se retira de los ruedos.

Un día de las esperanzas se convierte en el empresario de la Monumental de Valencia, en Venezuela.

Pero la noche del 11 de octubre de 1971, En la autopista Caracas-Valencia, muy cerca de Tejerías, un camionero de El Vigía de Mérida se accidenta y allí César Girón se adentra en la velocidad, impactando con la gigante gandola para perder la vida.

Venezuela exclama con dolor, había muerto la más grande figura del toreo de América.

La noticia asombró al mundo. Tiempo después fallece Carlos Arruza en un accidente de tránsito y muy después, en otro trágico percance automovilístico, también muere Gitanillo de Triana.

La sentencia finalizaba de aquella mañana del joven soñador de Maracay.

Muchos benditos.

Muchas voces proclamando…

Muchas vidas… Pasaron los años, una noche, en mi casona de La Grita de albores, el maestro Bernardo Valencia, entre vinos y recuerdos, nos afirmó aquella historia impresionante del gran César Girón, estando presentes un pariente de don Pedro Pineda, nuestro hermano Emilio Pineda, el poeta Salvador Murillo, el Dr. Pedro Vargas; mi hijo, Ing. Pepe Melani,  y la maja bendita Coromoto Pabón.

Años hermosos.  Más desde la canción de Alfredo Sadel, más cerca del alma. En aquellos años de mi España catalana. Fui a contemplar la arena de Barcelona, por cierto, una tarde vi salir en hombros a Morenito de Maracay, quizás el sucesor de César Girón.

Allí estaba conmigo el taurino, médico sancristobalense, Raúl Suárez. Hace poco tiempo supimos del trofeo «La Oreja de Madrid», que se la concedieron en 1954 a César Girón. Y 62 años después se la dieron a Manolito Vanegas, hijo de Seboruco, como un relicario de las eternidades y del arte que une a todas las artes.

Ava Gardner le regaló a César Girón un rosario de plata y cada piedra de dichas cuentas era un diamante.

César se lo trajo a su madre en Maracay. Al morir el torero, en su embalsamiento del maestro muerto, le colocaron dicha prenda de plata y diamantes en sus manos, narración hermosa que nos describió la hermana Columba Girón, una noche en La Victoria de Aragua.

Un día, en el majestuoso taller del escultor Raúl Sánchez, vi una mano de bronce y mi pregunta fue sublime, el maestro de las nostalgias tovareñas me narró de haber restaurado la escultura en bronce del Nuevo Circo de Caracas.

Y desde ese instante un azul prusia significó las almas…dicha escultura la trajo de Granada el insigne maestro Girón.

En Madrid fui con el poeta Juan Sánchez Peláez a contemplar la capa de paseo de César Girón en el museo de la plaza de Las Ventas, donde una escultura en bronce de Juan Belmonte anunciaba los siglos. Allí un óleo de Joaquín de Sorolla permitía contemplar al Conde del toreo junto a don  Antonio Bienvenida. En Las Ventas, donde Madrid aún memoriza su grandeza. Y cantando a la luna una guitarra andaluza abre los cantares gitanos, porque en Sevilla vivirá eternamente el secreto sagrado del torero de Maracay.

Han pasado 50 años de su eternidad. Un día en San Cristóbal, junto al insigne académico Alberto Moreno, me mostró unas fotografías donde estaba junto al embajador Adolfo Moreno Orozco y su hermosa esposa, Rosario Pineda, junto con César Girón, el día de su presentación en la plaza de Santamaría de Bogotá…

En tantas historias, en tantos sentidos de un poema o de las gracias descritas de un lienzo que se quedaron ocultas en los salones de las voces perdidas en lo señorío de una plaza de toros…

Mientras de tantas memorias taurinas, una flor blanca permitirá las oraciones y un pañuelo rojo guardará todas las lágrimas…

Y en la Monumental de Pueblo Nuevo, del arquitecto y maestro Eduardo Santos Castillo, se quedará el emblema de haber surcado el testimonio de la Feria Gigante de América…

En un adiós a Hugo Domingo Molina, entre los rostros que concederán los cantares y de la luna un toro negro. Y de la poesía, la fiesta de los sentimientos…

Entonces caminando en los recuerdos, en los divinos lienzos taurinos del maestro José Rosales Caro, donde han existido aquellas memorias de un infinito de la eterna Feria de San Sebastián, adoración de una tarde de toros…

Y de fe un mundo. Entre las memorias del Táchira…

(*) Pintor.  Escritor. Cronista de La Grita.

Premio Internacional de Dibujo «Joan Miró»- 1987. Barcelona. España.

Maestro Honorario.

Doctor en Arte.

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