Opinión

En Seboruco, una mañana de siglos-1987

2 de septiembre de 2020

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Néstor Melani Orozco *

Estas cosas de la vida que son tan grandes y nos han llevado a los testimonios, como si detrás de cada amanecer todas las auroras se escribieran con tintes violetas.

Rigo Vitto era entonces alcalde de Seboruco, le realizaba los bustos de Enrique Rojas, Lorenzo Duque y el andaluz español Baltazar Artigas.

Cosas del tiempo.

Y  fui a su despacho porque necesitaba adquirir un material. Hablamos y el alcalde me dijo: «Ala. Vos conocés a José Antonio Moncada Moreno?».

Le repliqué que sabía de él, pero personalmente no le conocía. Se puso de pie y me invitó a la casa del profesor Antonio Sánchez.

A media cuadra de la casa de gobierno de Seboruco, de velas y de aún tejados rojos de barro. Allí estaba el ilustre embajador; había venido de Caracas con la profesora Gladis Contreras. Nos conocimos, eran las nueve de la mañana.

Iniciando tan solo monumentales memorias del escritor y diplomático. Testigo de la firma en  la pacificación de la Segunda Guerra Mundial en Europa, en 1945. Mostrándome con delicadeza de ilustrado personaje sus años en la embajada de Venezuela ante la Santa Sede.

Fue maravilloso cuando el doctor me comentó el momento de la aparición del Dante Alighieri en el Juicio Final de Miguel Ángel Buonarroti en la Capilla Sixtina de Roma. Dijo: como Joaquín Díaz González en las solemnes reuniones de los consejos diplomáticos ante Su Santidad Pío XII, muy sentado en el altar y al fondo el inmenso fresco de Miguel Ángel, y mientras conversaba el obispo de Roma con los representantes de las naciones del mundo, le comparaba su perfil italiano con la conjugación de cuerpos delineados en la monumentalidad armónica de la pintura. Por qué Dante (?) Se dijo que el artista adoraba al poeta florentino y desde esas noches de concilios, el Dr. Díaz González fue descubriendo a través de las pictografías que ocultó en lo más monumental de la obra.

Allí estaba el autor de «La Divina Comedia». La impresión al mundo del arte italiano fue asombrosa. Cuando Díaz González dio la noticia de su apreciación… Prosiguió Don Antonio Moncada Moreno. -«Ese día de 1940  se cambiaban las tesis del renacimiento, más aún de la propuesta de aquel venezolano, historiador y diplomático».

Díaz González, nacido en Peribeca de Capacho, y su secretario era José Antonio Moncada Moreno. Hijo de Seboruco.

Me explicó cómo se realizó el libro a quien él había transcrito y en tres idiomas. Fue publicado en Roma. Entre el espanto de críticos del arte e intelectuales italianos.

El día se hizo muy corto de tanto que hablamos, hasta que  entendí  cómo el embajador Joaquín Díaz González descubrió las huellas del poeta toscano. El Dante. Mientras quinientos años atrás, Miguel Ángel anunciaba el surrealismo desde un poderoso movimiento del clasicismo venido de los testimonios griegos a la permanencia de la evolución pictórica italiana.

A eso de las cinco de la tarde regresé a La Grita, maravillado por el encuentro del hijo del simbólico Torcoroma. Hijo de Seboruco de eternidades. Y testimonio de la cultura, a quien estos pueblos más benditos que nada han desconocido la labor humanista de sus hijos.

Un mes después llegó a mi casa el correo. Dos libros sobre la aparición de «Dante en el Juicio Universal en la Capilla de Sixtina», me los envío el ilustre mentor de Seboruco. Ya había vuelto a leerme «La Divina Comedia» y entre todo comprendí el amor del fraile por Beatriz. Y analizando esta memoria poética, definí dentro de mi estadio mental: …»La Ortodoxia religiosa del poeta le impidió ver con claridad. Y le cerró al acceso de la sabiduría, porque Dante habitó atormentado de amor por la doncella Beatriz de Meroni. Tan igual a Miguel Ángel su locura platónica por Vittoria Colonna, a quien la pintó en los brazos de Dios, en la creación del hombre, por los siglos de los siglos.  Aun en lo grande y único. Y entre recuerdos volví a la Capilla del Papa Sixto, donde Julio II impuso la pureza sagrada del genio maestro llamado: Miguel Ángel. Sagrado artista  del Renacimiento.

Volvieron los acordes y Seboruco dejó aquel encuentro, mientras  en mi biblioteca encontré otra «Divina Comedia» escrita en italiano antiguo.

Y pensando, quizás algún día el pueblo de Seboruco le realice una plaza al ilustre hijo. Para que aquellas huellas se beatifiquen en la ilustración de tan interesante personaje del Táchira.

También recordé del libro dedicado a Dante en Sixtina. Desde estos momentos adiviné de amor los silencios…

Y reviví estos recuerdos que conceden los viajeros en el tiempo…

*Narrador, Cronista, Escritor, Artista Plástico. Muralista Nacional. Dramaturgo.

Premio Internacional de Dibujo «Joan Miró» en Barcelona-España 1986.

Doctor en Arte.

 

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