Opinión

Fruto Vivas

29 de septiembre de 2021

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Néstor Melani Orozco *


Caminé los contornos de la espiral iglesia de la Unidad Vecinal de San Cristóbal.  Allí habitan los códigos del arquitecto a la modernidad  de un Padre Nuestro.  De la fuerza arábiga como de ilusión toda la meditación de las virtudes geométricas ancestrales, de torres espirales para el rumor de las campanas. Y desde las meditaciones, la expresión roja de un grito de arcilla en los puntos de los ladrillos rojos, como el aroma, como el clamor ante un Cristo eterno colgante de lianas de las carpas secretas del viaje a las purificaciones…

¡Me detuve en el tiempo!

Porque la media luna edificaba las siluetas de aquel pueblo viejo, andino y poético. Como siluetas del barro venido de las alfarerías de soluciones ancestrales al hecho de la virtud de una consagración.

La noche construía luces armoniosas desde sus luciérnagas y pétalos rojos de Eduviges convertidos en solemnidades.

El silencio de la carretera Trasandina mostraba los páramos y el dominio de nubes gigantes escribía los albores de la luz, allí el lugar de «Guacharaca», donde nació el arquitecto en el abrigo de obreros y una carpa de campaña en la ruta del general caudillo y benemérito Gómez, para unir a los andinos de la otra Venezuela.

Vi a Fruto Vivas, hace tantos años, en Tovar, y tiempos después vino a mi casa solar de La Grita del Espíritu Santo, vino con la Luna, con estrellas rojas, con árboles y aves. Narrándome tantos momentos de su existencia, desde la connotación de la escuela de Carlos Raúl Villanueva, hasta la inmensidad de Nemeyer, de hablar con un mundo poético ecológico y saber recordar a mi padre, ´Pepe´ Melani, dibujando testimonios benditos de la cotidianeidad de aquel pueblo azul. Con caballos legendarios rompiendo nubes y un Bolívar eterno edificando valores.

Me narró el arquitecto cuando viendo de jovencito la creciente de El Cobre y volviendo con los pueblos para consagrar las presencias que visten de amor el alma. Desde sus casas colgantes, como si del jurásico gritaran los silvestres monumentos, o de Brasilia convertida en los elementos de Le Corbusier, caminar por Hannover en Alemania, para abrir la flor de Venezuela en los testimonios luterianos, volar en las alas gigantes del club Táchira de Bello Monte, para que Caracas divisara la pureza de Argentavis con la luz de las lunas y un Warairo Repano gigante.

Fruto Vivas, maestro y académico, con sus «casas sencillas», su poesía ecológica, su amor a los besos espantados en los simbólicos dibujos del arte rupestre, para revestir a Aquiles Nazoa o ver en las barcas a Hugo Baptista, a Zapata reconstruyendo voces, desde  un místico poeta, al sabio mentor de las artes en la poderosa elocuencia de la arquitectura.

El testigo del gran arte mayor de las artes.  Ayer volví a la Caracas de las esquinas románticas, desde la cruz verde, hasta Cristo al revés. Volví porque quería aprender el significado de los dioses, de un ritual Chibcha, ancestral y de una ventana al cielo. Donde en miles de multitudes un indio Guajibo camina gritando todas las esperanzas. Y allí, en los testimonios de la Universidad Simón Rodríguez, Fruto Vivas en el acto académico de los doctorados, pidió le concedieran el honor de colocarme la medalla de Doctor en Arte, porque desde mis colores está su inmensidad de Señor de las culturas, Quijote de cielos y templos y poeta de las rosas rojas en todos los siglos. El es el señor de las armonías del arte mayor  venezolano.  Era 30 de octubre del 2019…

Y en lo eterno, Fruto Vivas hablará de un mundo que convirtió en un grito de pueblos.

Porque volver al cónclave de la iglesia barroca de la Unidad Vecinal  para reconstruir las numeraciones físicas y los lenguajes del arquitecto más grande de Suramérica. Es y será un ejemplo a las escuelas de formación de los constructores…

Este señor, quien vino de La Grita y pronunció los discursos del barro, caminando los ecos de relojes sabios y de los péndulos de las clavículas de un universo…

Donde vinieron los enviados a las pertenencias de la otra andinidad profética con agua de las volcánicas lagunas preglaciales… y el aroma ecológico para nueva realidad del planeta.

Hoy, detrás de las lágrimas. Después del último  vuelo lo encuentro en los testimonios de una iglesia de barro, donde estará diciendo de la arcilla somos y de un  suelo, el cielo de todas las promesas…

Eternamente gracias, mi amigo y mi maestro.

Han cruzado dos años…De amor consagrado a este recuerdo…

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