Opinión

Honor a quien honor merece

2 de febrero de 2018

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Hoy, lunes 29 de enero, cuando escribo este artículo, el gobierno y la MUD, reanudan el diálogo en República Dominicana, dirigido, como objetivo fundamental por parte de los delegados opositores, a lograr un acuerdo que permita realizar este año elecciones presidenciales confiables y creíbles para así abordar un proceso de transición capaz de rescatar al país de la tragedia política y económica en que se encuentra y encauzarlo hacia su progresiva recuperación.

En verdad, para quienes vivimos y formamos en el período iniciado el 23 de enero de 1958, en cual renació el sistema democrático en Venezuela, con autoridades electorales idóneas, competentes e imparciales, con amplias garantías para todos los partidos y candidatos, y con medios de comunicación libres y abiertos a las más diversas opiniones, resulta triste y doloroso constatar cuánto hemos retrocedido en materia de derechos políticos y de libertad y respeto al ciudadano. Resulta asombroso advertir cuánto hemos involucionado en estos aspectos esenciales en toda sociedad moderna, si se toma en cuenta que ahora esos mismos derechos deben ser negociados, discutidos arduamente en una mesa como si se tratara de concesiones graciosas que otorga a su antojo y conveniencia el más poderoso, y no lo que en verdad son: aspectos básicos y medulares de cualquier sociedad civilizada, abierta e incluyente.

Pero así, nunca en línea recta, sino entre vueltas y revueltas, avances y retrocesos, evoluciona la historia de los pueblos. En 1999, cuando sobre los errores y desviaciones de los partidos tradicionales y la mirada benévola, complaciente y esperanzada de la sociedad civil, se inicia la mal llamada “Revolución Bolivariana”, pocos venezolanos podíamos pensar que todo aquel cúmulo de promesas y ofrecimientos de progreso político a través de la tan pregonada “democracia participativa” iban a terminar en otro régimen autoritario y dictatorial igual o peor que tantos que hemos sufrido, y que en lugar de la redención social y económica anunciada, íbamos a terminar sumergidos en la más espantosa ruina y miseria que ni en la peor pesadilla hubiésemos podido imaginar. Y todo ello, y he aquí lo más insólito, en un país que era un verdadero ejemplo de libertades públicas y de convivencia pacífica, donde las diferencias políticos se dirimían en un ambiente de altura, respeto y reconocimiento del adversario, que a la vez se enorgullecía de haber dado acogida generosa a miles de perseguidos políticos de otras latitudes. Y más aún, con abundantísimos recursos de todo género, un pueblo mayoritariamente esforzado y laborioso y una bien formada legión de profesionales y técnicos, hoy lamentablemente sin futuro y esperanzas en su tierra, contribuyendo a forjar el progreso de otras naciones.

Por eso, cualquiera sea al final el resultado del diálogo en República Dominicana, no dudamos en reconocer el esfuerzo, tenacidad de los representantes opositores, quienes en medio de adversidades, incomprensiones y ataques muchas veces injustificados, luchan pacíficamente por la reconquista de la democracia y un mejor país para todos. (Tomás Contreras V.)

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