No es el sargento que persigue sin descanso a El Zorro. Serie que tiene décadas en la pantalla chica. No señor. Me refiero al sargento de nuestra Fuerza Armada. El mismo que puede estar en cualquier lugar de nuestra geografía nacional cumpliendo las funciones que le asignan sus inmediatos superiores. Es el sargento que, con voz altisonante, da una orden para que se cumpla de inmediato. Es el mismo que puede destacarse como cuidador o vigilante de nuestra frontera. Sobre todo, el sargento de la Guardia Nacional Bolivariana. Para él da lo mismo cumplir una actividad en una alcabala, en una estación de gasolina, o cuidando de que la gente no altere el orden público, o vendiendo verdura para colaborar con la ciudadanía. Lo que interesa es que se trata de un sargento. Y que para llegar a alcanzar ese rango, hay que sudar hasta el alma. Echarle “borlas” pues.
En la tropa, según comentan, es el más “venerado”. Y si es de la GNB, pues todo el respeto. Aquí, a manera de paréntesis, cuento un caso que tiene que ver con este componente militar. En una ocasión le pregunté a un sargento el por qué la GN es tan autoritaria, tan imponente, tan severa. Y la respuesta que me dio fue con un ejemplo: “suponga ud – me dijo- que hay una riña entre dos ciudadanos en un sector.
Llega la policía a encargarse del caso. Aparecen la esposa, los hijos, las madres, los tíos de los infractores y convencen a los policías. Al día siguiente vuelven con la rencilla. Eso no ocurre con la GN, porque tanto los involucrados de la riña como los familiares, todos van para el comando y allá se arregla el problema”. Más claro imposible.
A ver. Volviendo al sargento. Abordo este tema, puesto que en estos días de severa crisis social, política y económica, he visto que gran parte de las ciudades está prácticamente militarizada. En las puertas de los bancos, en las colas para comprar algunos alimentos, en las estaciones de servicio, en fin, en estas instancias está la presencia de un sargento con su pelotón de subalternos. Que por cierto, son jóvenes con un promedio de 19 a 20 años de edad. Incluso, se observa la impericia, la inexperiencia en las funciones que le asigna el sargento. Obvio. Ellos no están preparados para atender o dirigir el tránsito automotor, ni para custodiar entidades bancarias, ni para vender hortalizas; están entrenados (suponemos), para proteger nuestras fronteras. Para combatir el contrabando.
He visto con preocupación el comportamiento, la actitud de algunos sargentos que están destacados en “bombas” de gasolina. El proceder con las personas que van a solicitar, por ejemplo, un trato de excepción en algún caso justificado para surtir combustible y la respuesta que reciben no es la más indicada. El sargento le da la espalda. Se ponen a hablar (supuestamente) por celular, entre otras acciones irrespetuosas. No así cuando llega un vehículo particular (por lo general camionetas de último modelo). El sargento lo deja que ingrese para que surta sin hacer la kilométrica cola. Quien esto escribe, el jueves pasado (que por cierto estuve 11 horas para surtir en S/C), increpé a un sargento mayor: ¿por qué le permite el acceso a unos si y a otros no? ¿Eso no es discriminación? Alzó la cabeza como mirando el horizonte y me respondió con desdén: “señor, no puedo negarle el paso a mi coronel. Entiéndame”. Con razón Simón Bolívar, muy sabio, señaló: “Es insoportable el espíritu militar en el mando civil”. También acotó: “El sistema militar es el de la fuerza, y la fuerza no es gobierno” Y usted, estimado lector, ¿qué opina del sargento? Se abre el debate pues.
@monsalvel