Opinión

Inseguridad alimentaria en el último mes del año

1 de diciembre de 2024

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Francisco Corsisca

Francisco Corsica

Ha llegado el último mes del año, ese punto donde el tiempo parece detenerse para obligar a todo el mundo a mirar atrás y reflexionar. Increíble, ¿no? Otra vez nos encontramos quitando un calendario desgastado para reemplazarlo con uno nuevo que promete 365 oportunidades por descubrir.

Ya se asoma el 2025, cargado de incertidumbres, de desafíos por enfrentar, pero también de esa chispa de esperanza que empuja a cada quien a soñar con lo mejor. Este es el momento en que tanto las personas, las familias, como incluso las naciones, hacen su balance anual.

¿Cuánto logramos avanzar esta vuelta al Sol? ¿En qué retrocedimos? ¿Dónde nos quedamos atrapados? Estas preguntas no son simples; son el punto de partida para trazar un camino mejor. Ojalá que la ropa interior de colores que, según dicen, augura prosperidad, amor o buena suerte, haya cumplido en 2023 su propósito en cada uno de nosotros en estos últimos doce meses.

Más allá de las supersticiones y rituales, lo que de verdad importa es cómo planeamos afrontar este capítulo distinto. Sin embargo, no podemos limitarnos al plano individual. La verdadera pregunta es: ¿cómo está nuestro país respecto al último diciembre? Al observar el horizonte nacional, sería interesante preguntarse si dentro de un año exacto nos encontraríamos en una posición más favorable.

De entrada, esta no es una tarea sencilla. Hablar de cifras, proyecciones y realidades en la Venezuela contemporánea equivale a caminar a ciegas por un terreno minado. Si algo ha definido a esta sociedad en los últimos tiempos es el preocupante vacío de datos oficiales. La información se ha convertido en un bien escaso, un misterio al que pocos tienen acceso.

En medio de este hermetismo, algunos valientes han asumido la responsabilidad de aportar luz. Organizaciones privadas y académicas han intentado llenar el vacío que deja la falta de numeritos fidedignos. Entre ellas, la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) ha destacado con su Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI).

Esta iniciativa actúa como un espejo incómodo que refleja la crudeza de la realidad venezolana y recuerda cuánto falta para alcanzar el desarrollo. No es necesario ahondar en cada detalle del más reciente informe, publicado en marzo de este año, para entender la magnitud del problema. Basta con mirar uno de los indicadores más alarmantes que sus números revelan: la inseguridad alimentaria.

Según este estudio, el 89% de la población, en mayor o menor medida, enfrenta algún nivel de inseguridad alimentaria. Aproximadamente la mitad de los hogares no perciben ingresos suficientes para llenar la despensa de forma balanceada. No es poca cosa: estamos hablando de casi nueve de cada diez personas que lidian diariamente con la incertidumbre de si podrán llevar el pan a su mesa.

Detrás de cada porcentaje hay familias enteras, niños que van a la escuela con hambre, madres y padres que deben elegir entre pagar por un medicamento o por una comida. Es imposible no cuestionarse: ¿cómo puede una nación construir un futuro cuando una parte tan significativa de su población enfrenta dificultades tan básicas? Sin la dieta resuelta, cualquier esfuerzo por avanzar en educación, salud o productividad económica se tambalea.

Efectivamente, no cabe duda de que una crisis prolongada y con pocos incentivos reales para su resolución ha dejado una herida profunda en la nutrición y calidad de vida de la mayoría de los venezolanos. Lo más doloroso es pensar que esta situación ocurre en un país que, por su potencial agrícola, ganadero y pesquero, debería ser una potencia regional.

Aquí, donde la fertilidad de la tierra y la abundancia de recursos deberían garantizar mesas llenas, nos encontramos con moradas que apenas pueden llevar lo básico a sus platos. Resulta casi irónico: en un territorio donde los alimentos deberían ser económicos y accesibles, las familias viven en una lucha constante contra los precios y una capacidad adquisitiva paupérrima.

En este contexto, diciembre, una época tradicionalmente asociada con alegría, unión y, sobre todo, exuberancia, se convierte en un desafío aún mayor. La realidad golpea fuerte: ¿cómo serán estas navidades para millones de venezolanos? Estas fechas, que en el pasado se llenaban de hallacas, pernil, pan de jamón, ponche crema y dulce de lechosa, ahora se enfrentan al panorama sombrío que pintan estudios como ENCOVI.

¿Habrá algún indicio de mejoría respecto al año pasado? ¿La desigualdad material, tan marcada y persistente, habrá dado un paso atrás? No obstante, entre todas estas interrogantes, la más urgente no puede limitarse al presente inmediato. Es imprescindible mirar al futuro con preguntas más ambiciosas.

¿Se estará haciendo algo concreto para cerrar esas brechas y ofrecer a las futuras generaciones una vida más digna y plena? De ser así, ¿Qué se está haciendo ahora para asegurar que, con el paso del tiempo, Venezuela pueda levantarse como una comunidad libre, económicamente competitiva y con altos estándares de vida? Lograr este objetivo no será un camino sencillo ni rápido, pero es el único horizonte posible.

Las respuestas, sin lugar a dudas, están en nuestras manos. Lo que decidamos hacer o, peor aún, lo que decidamos ignorar, tendrá un impacto directo en la capacidad de compra de cada vivienda, en la calidad de los servicios públicos que deberían sostenernos, en la eficiencia de una burocracia que tanto necesita reformas profundas y en la construcción de una sociedad que brinde igualdad de oportunidades para todos.

Si optamos por hacer las cosas bien, si nos comprometemos con el cambio estructural y asumimos nuestra responsabilidad como ciudadanos, quizás no esté tan lejos el día en que las neveras de la mayoría de los hogares estén repletas de alimentos suficientes para garantizar la nutrición, la salud y el bienestar.

Podríamos recuperar esa tradición de regalar hallacas, vendrían festividades en las que las mesas venezolanas vuelvan a estar llenas de frutas tropicales, de panes de jamón recién horneados, de ensalada de gallina preparada con esmero, de ponche crema servido con alegría, y, por qué no, de panetones que lleguen a todos los rincones del país.

No es imposible porque así fue Venezuela alguna vez. Solo basta hacer memoria: era un lugar donde la abundancia y el compartir eran la norma y no la excepción. Pero esa imagen no se recuperará por arte de magia ni por nostalgias vacías. Requiere esfuerzo, planificación y, sobre todo, un compromiso colectivo.

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