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19 de abril de 2024
El alma mater es quien sustituye a la mujer que amamanta a su criatura desde el mismo momento que llega a este mundo convulsionado por los cuatro costados. Pero esta sustitución no es “darle teta” al hijo (esta acción es insustituible), sino que apenas ingresa en sus extrañas, lo nutre de conocimiento, de saber, de intuición, y reafirma los valores morales que aún andan desviados. El alma mater, en múltiples naciones, sobre todo en las que llevan en los genes la democracia y la diversidad, es la que termina de forjar a hombres y mujeres, con o sin temples, en los tiempos más perversos y devastadores para la humanidad. Es dentro de sus paredes, muchas de ellas vetustas, que se abren los debates humanísticos y científicos. Hoy, más que nunca, llenas de las altas tecnologías llamadas de punta. De vanguardia.
No ha habido en la historia reciente mundial, dictador que “apague” la luz universitaria. Muchos gobiernos y/o regímenes lo han intentado. Pero su fracaso ha sido vergonzoso. En sus aulas o salones no cabe la dictadura. No es bienvenida. Precisamente porque la universidad es el alma que alienta el espíritu de jóvenes dispuestos a combatir las transformaciones nefastas de la ignorancia que muchos individuos pretenden implementar, a través del poder, en las sociedades. Se creen líderes de un grupo de seguidores que lo aúpan. Pero el alma mater está ojo avizor para frenar tan descabellada acción.
En mi opinión, cuando un “poderoso” o grupos de “poderosos” intentan fretar la ciencia y la tecnología que produce la universidad, chocan contra el muro de contención: sus estudiantes. Como dice Goleman (2013) en su libro La inteligencia emocional en la empresa: “La ineptitud de los líderes reduce el desempeño de todos: hace que se malgaste el tiempo, crea asperezas, corroe la motivación y la dedicación al trabajo, acumula hostilidad y apatía”. Hoy, lo que pudiera estar ocurriendo, ¿es mera coincidencia? Si nos desplazamos por los recovecos de la historia y vemos a los países que hoy son llamados potencias o de primer mundo, pues nos daremos cuenta de que sus vivencias, sus experiencias, no fueron precisamente las mejores. Las guerras y las invasiones tocaron sus puertas. Las persecuciones y las diásporas estuvieron a la orden del día. Pero, gracias al empeño y voluntad de su gente, pernoctaron en las universidades que aún quedaban en pie. Con las puertas abiertas, cobijaron a todo aquel que deseaba dar un paso al frente en función del progreso de su país. No caben en este texto la lista de universidades que cada día se proyectan en beneficio de su nación. Incluyendo las nuestras. A pesar de los pesares. Pero el alma mater ha decidido, desde hace centenares de años, pararse firme frente al conocimiento.
No importan los ataques y el torniquete que pudieran aplicarle para doblegar su ímpetu brioso, decidido, para producir conocimiento. La universidad, para las buenas acciones de sus estudiantes, les conduce, les orienta en el control de sus emociones. Y aquí aprovecho para citar, por segunda vez, a Daniel Goleman: “… las emociones descontroladas pueden hacer estúpido al inteligente”. En función de la educación que queremos, a los universitarios que se sacrifican en tiempos oscuros, me ubico en el título de este artículo y, por experiencia propia, resalto que el Instituto Universitario de Tecnología los Andes (IUTLA), de la ciudad de Rubio, Táchira, tiene entre manos una verdadera reestructuración académica para el desarrollo y progreso de sus estudiantes, que hoy egresan para ubicarse como profesionales universitarios de vanguardia. Talentos hay a granel. Veremos pues.
(Alfredo Monsalve López) /
@monsalvel
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