La destrucción de la confianza en una solución política a la tragedia nacional, permite abrirle cauce en densos sectores de nuestra sociedad a una opción autoritaria de signo ideológico opuesto al socialismo bolivariano. De la extrema izquierda a la extrema derecha, pareciera una solución para quienes agobiados por el fracaso económico y político del chavismo, idealizan alternativas igualmente autoritarias, que buscan convertir en modelos a seguir para sacar a VENEZUELA del actual estado de postración económica y espiritual que vive la nación. Añorar una figura como Francisco Franco o Augusto Pinochet, y pensar que un perfil de esa naturaleza, o un régimen de aquellas características, puede representar la solución o la alternativa a la camarilla roja, constituye una realidad creciente que nos obliga a una reflexión, pero sobre todo a una acción concertada, que le ahorre a nuestra sociedad los costos que España y Chile sufrieron para poder alcanzar la democracia.
La experiencia vivida por esos pueblos, luego de la desastrosa presencia del radicalismo marxista, con sus prácticas autoritarias, su intolerancia y su obsoleto modelo socio económico, de llegar a la guerra civil, o a otra dictadura de signo fascistoide, es una realidad histórica que debemos tener presente para evitar que ese modelo sea idealizado en nuestra sociedad, como el camino necesario de transitar para alcanzar, luego, la democracia.
Si bien es cierto que el radicalismo del socialismo bolivariano, la insolente y vulgar política exterior del régimen, y la ruina económica nos están conduciendo a un callejón sin salidas, marcado por la violencia; tampoco es menos cierto que nuestra fragmentación política, en el campo democrático, se ha convertido en un gravísimo obstáculo para galvanizar a la sociedad toda, en la ruta de la recuperación democrática; y ha creado profunda desconfianza en la comunidad internacional, respecto de una alternativa con la cual articular no solo una solución, sino sobre todo la posibilidad de una gobernanza estable, confiable, capaz de conducir por la senda de la democracia y la recuperación económica a nuestra nación.
La fragmentación y confrontación existente en la oposición venezolana, constituye una realidad, que favorece la política de confiscación de los derechos democráticos por parte del régimen. Superar ese cuadro es una obligación política y ética de la dirigencia política democrática.
Más allá de la forma que termine siendo eficaz para sacar del poder a quienes hoy lo ejercen, confiscando la voluntad democrática de los ciudadanos, la existencia de una alternativa confiable es un clamor ciudadano e internacional, para garantizar la recuperación institucional, espiritual, democrática y económica de la nación.
De lo contrario estaremos a abriendo las puertas a otro autoritarismo. Ese sistema será aceptado y defendido por importantes sectores de la vida de la nación, porque lo alternativa democrática han sido incapaz de mostrar no solo en el campo de la política real, sino en el campo de la pedagogía política, la importancia de la democracia moderna, como la gran meta a lograr en el mundo contemporáneo, luego del traumático siglo XX.
Tony Judt nos ha señalado la tragedia de las guerras, de los autoritarismos en el pasado siglo XX. Su libro “El Olvidado Siglo XX” es una alerta permanente para quienes se colocan de espalda a la historia. Para quienes no se detenien un instante a examinar aquellas tragedias, y piensan que eso es cuestión del pasado. La realidad nos enseña que ese peligro está latente. Venezuela es quizás, en esta hora del mundo occidental, el ejemplo más elocuente de ese riesgo, y la prueba de fuego más significativa, que tiene frente a si, la comunidad internacional. O asumen con firmeza los tratados y acuerdos en materia de derechos humanos, o nuevamente el mundo sucumbe ante la fuerza demoledora de los autoritarismos. Es la hora de impedir nuevas y más graves tragedias. Venezuela ha pagado caro su caída en manos del militarismo comunista. Ya es hora de volver al cauce de la civilidad. (César Pérez Vivas)