Opinión

La influencia de la Fundación Atlética San Cristóbal

26 de mayo de 2023

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Porfirio Parada

Mi primer uniforme de entrenamiento con la Fundación Atlética San Cristóbal (FASC) era de color verde. Llegaba a la fundación antes de los 15 años, con muchas ganas de jugar fútbol. Mi padre jugó softball por años, amante del béisbol, de los Rojos de Cincinnati y de los Tiburones de la Guaira pero del fútbol también, hincha de Táchira, la Vinotinto, y gran seguidor de equipos como el Barcelona y la selección de Alemania. Primero entrené béisbol en el Estadio Táchira por corto tiempo, para luego entrenar varios años fútbol, deporte que predominaba viéndolo en la tele, yendo al estadio, jugándolo donde estudiaba, en parques y urbanizaciones, en videojuegos. De referencia tenía a mi primo César Duarte Parada, que fue Selección Táchira de las menores, incluso hubo contactos con el Deportivo Táchira, pero en decisiones claves de la vida, él tomó el camino del estudio, siendo abogado, graduado en la Universidad Católica. Su hermano Marden y otros primos jugábamos hace años atrás. Los hijos de César entrenan fútbol.

La sede de la Fundación Atlética San Cristóbal, quedaba al lado del Estadio Polideportivo de Pueblo Nuevo o “El Templo” (justo atrás de la tribuna norte). Viví y experimenté esa relación entre fútbol y vida, vida y cancha, la cancha con los jugadores y los entrenamientos con los profesores Arnulfo y Guillermo (hubo otros entrenadores que no me acuerdo los nombres). El director de la FASC el “Pocho” Echenausi se le veía en su oficina, o caminando por los camerinos, o reuniéndose con los entrenadores, o con los representantes de los niños y jóvenes que entrenamos allá. Estaba atento, hablando argentino, que funcionaran bien las cosas, era exigente, su objetivo era que nosotros saliéramos de los entrenamientos con buena cara, aprendiendo el deporte, y con mucho ánimo. El Pocho tuvo una famosa pizzería en la ciudad, por Barrio Obrero, Pizzería Gol creo que se llamaba, muy buenas por cierto.

Tuve como dos etapas en la FASC, la primera fue empezando, esos días de ser el nuevo que ingresa a un grupo, las inseguridades de pensar que entrenaba y jugaba mal, o que me iba a  costar aprender las ideas, tácticas y técnicas que nos enseñaba los entrenadores, o que viera   demasiado lejos cualquiera forma de participación a un torneo municipal o viaje al extranjero (en esa época que entrené, la fundación realizó varios viajes fuera del país, incluyendo uno a México) por otra parte mi exceso de timidez que con los años he venido superando, sin embargo, fui creando mi propio armazón con los roces de los entrenamientos, con los días buenos y malos, también coseché pequeñas amistades con los jugadores, compartiendo calentamientos y estiramientos juntos, y algunas ideas y reflexiones de lo que se vivía ahí. Pude vivir ese ambiente del fútbol, las marcas de los guayos, la vestimenta, las medias, los estilos de los jugadores. Las risas y las bromas, jugadores muy serios y responsables, con gran talento, y otros demasiado indisciplinados y hasta torpes. Había unas escaleras que en la actualidad ya no están, que en la salida de la fundación conectaban a una parada de bus que tampoco está al lado del IDT, donde pasaba la Línea Intercomunal.

La segunda etapa donde sentí que me fortalecí y aprendí cosas que ni en mi casa, ni en la escuela y liceo había vivido o me habían enseñado. Los entrenadores me tomaban más en cuenta, sentía que estaba subiendo de nivel, y en los entrenamientos me exigía más conmigo mismo. En la Fundación Atlética San Cristóbal supe lo que es la disciplina y constancia como mejoramiento de una persona. El deporte y el ejercicio como beneficio a la salud mental y a la vida misma. En el lado físico fueron mis mejores días, no solo como se podía ver mi cuerpo sino cómo me sentía mentalmente, con la disposición de esforzarme más para conseguir objetivos, lograr metas, buenos entrenamientos y buenos partidos de fútbol. En uno de los bordes de la cancha, uno entraba por un camino que terminaba siendo camino a la montaña, subíamos por túneles de árboles, arbustos, y plantas, entre el barro y la humedad, llegábamos ya cansados, pero en resistencia física, a una gran tubería, cubierta de musgo, miles de litros de agua pasaban por ahí. Y seguíamos trotando por esas montañas de pinos. Nos contaban cada minuto, nos peleaban si íbamos muy lentos. Eran entrenamientos fuertes, exigentes.

También fuimos a trotar arriba por la Cueva del Oso, en la Plaza de Toros y al Parque Metropolitano. Con la FASC fui a jugar y conocer los pueblos de Abejales y El Piñal, eran torneos y partidos amistosos, de un día, la fundación tenía su camioneta, también disfruté de esos viajes. Logré jugar campeonatos municipales, uno con un  equipo no tan bueno, perdimos muchos partidos, y otro campeonato donde estaba de suplente pero estaba con los mejores jugadores de mi categoría, el uniforme de entrenamiento ya era amarillo. Llegué a jugar o ver entrenar con jugadores de fútbol como Marlon Fernández, Luigi Erazo, uno de los Mancilla, Layneker Zafra, entre otros, todos ellos conocidos en el fútbol nacional, con el Deportivo Táchira y con la Vinotinto. Vi entrenar al hijo de Manolo Dávila también por esos años, entrené con algunos vecinos donde vivía, muy buenos jugadores, y gente que conocía en otras canchas. Me acuerdo de la escuela de fútbol Monseñor Arias Blanco, muy nombrada, y muy buenos partidos que se jugaba con la fundación en Plaza Venezuela.

 Y cuando sentía que mejor hacía las cosas, cuando el fútbol, el entrenamiento y mi salud estaba en el mejor rendimiento y momento, jugando muy buenos partidos del torneo municipal, en canchas como La Salle, Colegio de Ingenieros o en Puente Real, de imprevisto me dio una meningitis que me impidió jugar y entrenar por más de un año. Luego quise volver a entrenar pero no era el mismo, y las ganas se fueron perdiendo, decidí dejar de entrenar aunque seguí practicando el deporte en otras canchas. Luego estudié la carrera universitaria. Hubo un viaje a Argentina de la fundación que quise ir pero no pude por la enfermedad. De igual manera no lo digo como queja o el lado negativo de este texto, al contrario, todo sumó para ser una de las mejores temporadas y años de mi vida. Lo último que supe es que la actual sede de la FASC queda por detrás de Seguro Los Andes. A todos de la fundación, a la familia Echenausi, a los entrenadores, los mejores deseos, y las gracias.

*Lic. Comunicación Social
*Presidente de la Fundación Museo de Artes Visuales y del Espacio
*Locutor de La Nación Radio

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