Desde hace un tiempo, los tachirenses hemos vivido una situación fuera de contexto con relación al suministro de combustible para los vehículos; considerando que Venezuela es el país con la mayor reserva de petróleo y habiendo sido el país promotor de la OPEP en la década del 60, es inconcebible lo antes descrito.
La primera vez que sufrimos largas colas en las estaciones de servicio ocurrió hace diecisiete años, durante la llamada “huelga petrolera”, cuando los transportistas de gasolina pararon sus unidades en protesta por la situación del país. Al término, el presidente Chávez decidió convertir ese trasporte en asunto del Estado. Paulatinamente las cosas se agravaron, debido al mal manejo de la industria petrolera y al aumento del contrabando de combustible hacia Colombia; el cual dejó de ser un negocio de “pimpineros” para convertirse, también, en un asunto de Estado.
Lo anterior, aunado a la baja en la producción de derivados del petróleo y la malhadada idea de dotar a cada vehículo de un chip para, supuestamente, controlar el contrabando, empeoró la situación en el Táchira, hasta llegar a la crisis actual, cuando el usuario debe permanecer hasta seis días (cinco noches y seis días, como si fuese un plan turístico) en una cola de vehículos; como ha venido sucediendo desde mayo de 2019. Lo mismo ocurrió en otras regiones del país, por supuesto jamás en la dimensión que en nuestro estado, que se han visto afectadas por la baja en la producción del combustible y las medidas adoptadas por el Gobierno norteamericano para presionar al régimen actual.
Quizá como mecanismo de defensa, los tachirenses nos fuimos adaptando a esta anomalía, y desde una conversación trivial en la cola, hasta hacer tareas profesionales o estudiantiles, pasando por la preparación de una parrilla una improvisada “caimanera, vimos las más variopintas actividades para transcurrir el tiempo. Tiempo muerto e inútilmente invertido. Miles de horas/hombre perdidas en un país con la economía en retroceso.
En fin, que lo hemos venido sobrellevando; pero como la memoria popular es tan endeble, muchos quisiéramos dejar testimonio escrito porque las generaciones futuras pensarán que son exageraciones del abuelo, cuando nuestros hijos se lo cuenten a sus hijos; tampoco podremos dar repuesta de por qué no hicimos nada para cambiar ese estado de cosas. Para puntualizar, voy a referirme a las palabras dichas por un coterráneo de 96 años, en pleno uso de su lucidez mental, cuando vio las enormes colas y a los conductores reunidos en grupitos charlando animadamente:
— ¡Para mí que nos están echando algo en el agua para secarnos los compañones!
A medida que el problema del combustible se iba agravando, el Gobierno iba implementando estrategias para solventarlo; una de ellas fue usar el número terminal de la placa del vehículo para surtirlo de acuerdo al día de la semana. Al principio funcionó, pero dada la reducción de la cantidad de gandolas que llegaban a cada estación de servicio, los conductores debían permanecer más de 24 horas en las colas y, como es lógico, no aceptaban retirarse porque al día siguiente no les correspondiera el número de palca asignado. Entonces, el “Estado mayor de la gasolina” eliminó temporalmente la disposición del número de placa.
La situación empeoró porque decenas de conductores empezaron a vender la gasolina que adquirían. Muchos lo hicieron por verdadera necesidad para compensar el ínfimo valor del salario; otros para ganar dinero extra, y los más buscando la ganancia fácil; ninguno tiene justificación, pero unos y otros se convirtieron en verdaderos especuladores. El precio de un contenedor de 20 litros llegó al astronómico precio de ochenta mil pesos colombianos, es decir dos dólares y medio al cambio del mercado paralelo.
Las cosas se complicaron por el caso de muchos que querían “colearse”, apoyados por los trabajadores de las estaciones de servicio, en complicidad con el personal militar encargado de la custodia, que lo permitían a cambio de un pago en moneda colombiana. En un aparente intento por controlar esto, el Estado mayor de la gasolina privó a la Guardia Nacional del control de las colas y ordenó que los usuarios lo ejercieran. Al principio pareció funcionar; empero, el desorden generado por la actitud de muchos usuarios hizo que se implementara un sistema mixto: los usuarios controlan las colas mediante listados y el personal militar numera los vehículos de acuerdo con esa lista. Actualmente, a principios de 2019, se implementó la dotación de acuerdo al número de placa; sin embargo, las colas siguen siendo kilométricas, el contrabando doméstico va en aumento y la producción y/o importación del combustible va decreciendo.
En esas “colas de la gasolina” ocurren casos dignos de ser narrados; voy a referirme a uno donde se cumplió el fenómeno de la tabula rasa, esa circunstancia en la cual dos personas, sin importar condición, situación o posición, son colocadas en el mismo nivel.
Una tarde, a principios de junio, una jovencita conduciendo un Aveo blanco, se colocó en el último lugar en la cola de la E/S Lagoven de la avenida España (El Castillo), quedando a medio kilometro del Asilo San Pablo, en la avenida principal de Pueblo Nuevo. La cola atravesaba la avenida España, siguiendo hasta la intersección de Quinimarí, donde se dirigía a la derecha empalmando con la avenida principal de Pirineos, hasta la avenida 19 de Abril, para llegar a la avenida España, terminando en la E/S mencionada. Una fila de varios kilómetros de carros esperando ser surtidos de gasolina, con conductores de todos los niveles, edades y condiciones en el país petrolero más próspero de América Latina, en la década de los noventa.
La joven se dispuso a esperar usando de manera imprudente su celular de última generación. El conductor del carro que le precedía se dirigió a ella para advertirle que en esa cola robaban muchos celulares, pero cuando vio una bata blanca colocada en el espaldar del asiento cambió de actitud, mostrándose agresivo.
—Señorita, ¿usted es médico?
(Liliam Caraballo)