Gustavo Villamizar Durán
Las tareas escolares han estado estrechamente ligadas a la escuela tradicional, transmisiva, aún vigente a pesar de las reformas y maquillajes. Esta rutina consistía, en años previos a la mitad del siglo pasado, en realizar en casa asignaciones de los docentes relativas a los temas o aspectos desarrollados en el aula durante la jornada escolar. Es decir, tenían como fundamento el ejercicio de las enseñanzas del maestro, por cuanto se trabajaba en la casa sobre lo que debió aprenderse en la escuela mediante una acción de repaso o reaprendizaje, en la cual conforme a la didáctica de entonces y las leyes de la memoria, el alumno volvía sobre tales contenidos pocas horas después de su adquisición, momento preciso para impedir que esa información se perdiera por la acción del olvido y aún más, podía recuperar la porción olvidada o inadvertida. Consecuentemente, los maestros utilizaban los primeros minutos de la rutina diaria para corregir y evaluar aquellos encargos, lo cual convertía la tarea escolar en una continuación o afirmación del proceso de aprendizaje ligada al trabajo del aula.
Los años 60 hasta los 80 de siglo anterior fueron de reformas educativas, las cuales introdujeron los paradigmas conductistas a través de la instauración de su modelo educativo, conocido también como modelo curricular. Así, se instalaron nuevas técnicas y procedimientos para la enseñanza conforme lo exigía la nueva noción de aprendizaje puesta en vigencia. Sin embargo, se mantuvieron los tradicionales dictados, las copias y claro, las tareas o asignaciones para la casa. Entonces bajo la idea del auto-aprendizaje, las tareas tradicionales se convirtieron en “investigaciones”, las cuales nunca pudieron ser tales porque no se sustentan en un conocimiento previo, ni en la orientación precisa para abordarlas, pero funcionan de maravilla para librar a unos cuantos docentes de su obligación de abordar algunos temas –muchos, en ocasiones- que desconocen, se les dificultan o simplemente, no quieren asumir. De tal suerte que las tales investigaciones consisten en buscar en el “texto didáctico”, llamado popularmente “enciclopedia”, las respuestas a las preguntas que aparecen también en el libro y fueron dictadas por el enseñante. Respuestas estas que no se revisan porque se sabe de antemano que todos copiarán la misma, aunque no tengan idea de ella. Estas supuestas investigaciones tan de la cotidianidad de nuestras escuelas, alcanzaron un punto especial con la computación y el Internet porque generalizaron el hábito del “copia y pega”, plagiando saberes ajenos, muy bien ilustrados con imágenes, infografías y demás, a todo color, pero sin que los discentes tengan la menor idea de los contenidos a que refieren. Sin duda, cuando menos un desperdicio del enorme potencial educativo de dispositivos por los que transita un caudal de saber y conocimiento jamás imaginado por la humanidad.
De manera que las “investigaciones” y subsecuentes exposiciones, convirtieron las tareas escolares en una institución del plagio como práctica lícita y una patética negación de la búsqueda del saber propio. Pero, como si faltara, esta inútil práctica ha sido trasladada a la educación inicial –preescolar-, sobre todo en los institutos privados en los que las “exposiciones” de los infantes han trocado en eventos sociales con puesta en escena, vestuario, merienda y golosinas, deviniendo en fuente de angustias para los niños, sus padres y representantes, estos más atentos a competir que al logro –si los hay- de sus pequeños. Se desvirtúa así el acto de educar, el encuentro con el saber, al alterarse los roles de sus protagonistas alumnos y educadores, convirtiendo a unos en fallidos “investigadores” que desde ahora despreciarán por inútil la investigación de verdad, científica, y a los otros, en meros aplicadores de técnicas y supuestos mediadores en el proceso de aprendizaje, sin relación cierta con él.