Porfirio Parada
Hubo una profesora que le decían “Burro con sueño”. Por lo menos los azulejos, de séptimo a noveno grado. Se metían tanto con ella, que cuando al final pude tener clases con la popular profesora (y eso fue por una suplencia), perdí el encanto de la ofensa con ella. Era una mujer vestida y arreglada con la moda de los años noventa, sonreía nada más. Parecía humilde, se la pasaba con carpetas y hojas de exámenes, sin deseos de meterse con nadie. También se maquillaba y usaba sarcillos dorados. Algo estrambótico. El Liceo Simón Bolívar fue el recinto donde conocí y aprendí muchas cosas, entre esas, los apodos y sobrenombres a los profesores y estudiantes.
En un principio mi padre con su carácter me dijo para estudiar en el Liceo Militar Monseñor Jáuregui, pero debido a mi rechazo inmediato por el cambio de vida a un régimen militar, en plena adolescencia, optó por el liceo donde él mismo se graduó comenzando los años 70. Me acuerdo que para el proceso de inscripción, llevar los papeles, las notas de primaria, cédula de identidad y demás, fue tedioso y complicado, no era fácil estudiar en esta institución tan renombrada y llena de historia aquí en San Cristóbal. Una o dos de mis hermanas ya estudiaban allí, sin embargo, poder entrar costó mucho, varios días llegando antes de las siete de la mañana, a los pasillos de los grandes edificios, mi padre apeló por su influencia y apellido para acelerar el proceso, pero nada, hice cola, por horas, por días, como la mayoría, hasta que pude inscribirme.
Estudié todo el bachillerato en el Liceo Simón Bolívar. Reparé casi todos los años, no repetí, me cambiaron de salón en tres oportunidades por indisciplina, y una vez intentaron expulsarme del liceo, entre coordinadores con la directora. Esto no lo escribo precisamente con orgullo, pero sí con claridad y soltura, entendiendo o tratando de entender los procesos y cambios que vivimos como personas en el transitar por el mundo. Creo que el liceo fue mi primera gran universidad en la vida, con las personas, estudiantes, la ciudad, y la calle. Viví y actué los años más desafiantes, rebeldes, incorrectos y desprendidos, pero también los más dudosos, acomplejados, con miedo, envueltos por un vacío existencial. Hice cosas que no he vuelto hacer, en el liceo me enamoré por primera vez, de la manera más sensitiva y real, escribiendo mis primeras cartas de amor, lloré pero sobre todo me reía mucho. Ruby se llamó mi primera novia, ahora ella es una gran profesional, arquitecta, que levanta grandes edificios y diseña hermosos espacios.
El espacio, la infraestructura, y el diseño del liceo es una de las cosas más impresionantes que he visto en esta ciudad. Los edificios que se dividen entre los estudiantes de séptimo a noveno y el otro edificio donde está el patio central, los de diversificado, cuarto y quinto año. Las cantinas en sus respectivos edificios, para sus respectivos estudiantes según las edades, los churros (o tequeños) y las empanadas, las chucherías y los jugos. Todo eso bajo la sombra, la luz, el frío y el sol, de la zona verde de la institución, grande y amplia, por pasillos, entre grandes árboles, olor a bosque. Hay dos piletas donde vacías uno se metía y jugaba una cantidad absurda de juegos, mientras transcurrían los recesos de una asignatura a otra. Juagábamos con pelotica de goma o con balones de futbolito que se destrozaban de tanta “pata” que uno le deba. El jugador que perdía le daban puntapiés por el culo. Ese juego se repetía muchas veces, mientras algunas muchachas, las más interesadas pasaban viéndonos jugar. Escuchábamos música por Discman, en CD. En esa época se escuchaba mucho La Factoría, Linkin Park, Backstreet Boys, Venezuela Subterránea, System of a down, NSYNC, Cristina Aguilera, Beastie Boys y más.
En el Liceo Simón Bolívar conocí a estudiantes que fueron populares, se hablaba de ellos en todas partes, por los pasillos y en los salones. Conocí a gente que moría por conseguir su número y conocerlos. Muchachas hermosas que se vestían bien arregladas, se subían las faldas, atrayendo la mirada no solo de estudiantes sino también de profesores. Conocí a los introvertidos que su peor nota era de 18 puntos. Me acuerdo de una sala de ajedrez al lado de las canchas, donde uno de los mejores jugadores, incluso había ganado torneos representando al liceo con otras instituciones educativas, era uno de los más mal portados que habían en esos años. Una generación de estudiantes brillantes que ahora los veo en Instagram y han viajado por el mundo, o están en otros países, trabajando y haciendo el bien. Otros estudiantes que conocí que no terminaron el bachillerato porque lo asesinaron, por estar involucrados en malas jugadas, en lo delincuencial, uno de ellos me había mostrado meses atrás una cicatriz de una puñalada que le dieron en su estómago, por la esquina del barrio donde vivía. Viví revueltas estudiantiles, caos y protesta afuera y dentro del liceo, piedras y vidrios en el piso, sangre y bombas lacrimógenas. Fui a un matiné en Barrio Obrero con gente del salón y otros salones. Vi una bandera gigante del Ché Guevara. Rojo y negro. Jugué Counter Strike uniformado, en varios cyber de la ciudad, apostaba el pasaje estudiantil.
En el liceo escuché por primera vez y en repetidas ocasiones las palabras: Gallo (tonto), bareta, chopo (Un día me pusieron esa arma casera en la espalda como juego), y gonorrea. Probé una bebida que se tomaba mucho por esa época, haciendo “la vaca” luego de salir o fugarnos de clases. Compramos la botella de marca “Gutiérrez” con jugo de naranja. Con eso fuimos a las casas donde vivían algunos compañeros, bailando (por primera vez también) vallenato, o escuchábamos y cantábamos sus canciones como lo hacían los adultos de 30 y 40 años. En el liceo conocí la vagancia pero también supe lo que fue estudiar y comprender lo estudiado, supe que es alimentarse de buena información, conocí los laboratorios de química y computación (trabajaban al 50%), y un salón con máquinas de escribir. Conocí a profesores inquebrantables, con una postura firme, muy cultos, profesores en contra de la mediocridad que raspaba a los que no querían estudiar y aplaudía con gestos a los estudiantes excelentes tanto en evaluaciones como en comportamiento. Por supuesto estaban los famosos profesores “piratas”. Tuve clases con un profe de Química, que su hijo estudió conmigo y que luego fui hasta su casa a jugar, rayar, y hasta compartir una cena y tragos en una noche.
Durante esos años estaba la moda “Skate”, una influencia del arte urbano, del Hip-Hop y el Break Dance. Las marcas gringas de los patinadores, sus ropas, pantalones y accesorios era lo que valía en esa época. Hubo muchos robos a estudiantes que tenían ese tipo de vestimenta, hubo muchos grafitis en las paredes y alrededores del liceo con esa tendencia, yo fui parte de los que rayaron sus espacios, baños, y columnas. Tuve unas botas Adidas Superstar, que un compañero le hizo una firma o “tag” en uno de sus bordes, y luego terminé vendiéndola, (era la primera cosa que vendía en mi vida). En el liceo me hicieron lo que se llama actualmente “Bullying” o acoso y luego yo hice bullying a personas que no sea metían con nadie. Sin olvidar, la reparación de quinto año con la profesora de física y matemática. Estudié como nunca con el profesor Willy que daba clases por la esquina de la Universidad Católica, a estudiantes universitarios acompañado de olores de cerveza que él también vendía para subsistir, estudié tanto que pasé el examen en el primer intento cuando en su mayoría lo raspó, había tantos reparando que llenaban los grandes pasillos de los edificios. Ese examen lo repitieron cinco veces. Muchos se quedaron.
Quizás si hubiera estudiado en otro lugar, mi vida en este presente, fuese distinta. Estuviera en otro espacio, quizás en otro país, quizás haciendo otras cosas con otras personas, o quizás no, estuviera en este mismo lugar y esta misma ciudad. Lo que sí es un hecho es la influencia y transformación que tuvo el Liceo Simón Bolívar en lo que soy. Fue el contacto directo con lo que desconocía de mí, con un mundo que recién descubría, con tormentos y momentos inmejorables de felicidad. Si en un pasado viví y sentí lo que es la destrucción en este presente mejorado ahora intento buscar lo contrario, construir mejores formas de ser. Encontrar y transitar puentes. Un pasado que se renueva con este presente que sigo descubriendo.