Carlos Casanova
Este tema es parte de un debate que ni los mismos partidos quieren dar. Existe una pérdida real de conexión con la sociedad, ya no son medios de intermediación ciudadana frente a las instancias del poder en sus distintos niveles territoriales; más aun, en la carrera de gobiernos democráticos Vs los autoritarios, lamentablemente los democráticos van perdiendo, existe una recesión democrática.
La indiferencia y el autoritarismo van corroyendo a la democracia, existe una pérdida de representatividad, y la ausencia de mecanismos de legitimación cierta determina que los dirigentes no estén legitimados, una contradicción: partidos democráticos que no promueven la participación interna, frente a un modelo de partido y liderazgo único.
Hay secretarios de partido que tienen más años en esos cargos que el tiempo de la propia revolución que de por sí es una monarquía buscando seguidores; la democracia dio paso al populismo y a la autocracia, el personalismo se convirtió en la kriptonita de la democracia.
La política entró y está en crisis ¿Qué debemos hacer para que el deterioro no sea prolongado? Asumir un liderazgo horizontal, un liderazgo donde el capital sea la reputación y su norte la ética, para que la decencia política apuntale un ejercicio político construido en la legitimidad y donde la institucionalidad sea la norma.
La prospectiva nos indica que debemos acometer la tarea de esforzarnos como sociedad, de diseñar una agenda mínima que lleve en la ventana los elementos estructurales que hemos ido procrastinando, al tiempo que le ganamos la guerra a esta pésima rémora y modorra de la desigualdad, de la pobreza y la lacerante injusticia que nos permea de manera cotidiana.
Necesitamos un liderazgo más humilde, humano, desprendido del ego, no un ser “creído” en su “predestinación”, un militante generador de empatía, donde el puesto no lo haga considerarse por encima de los demás, por “encima del bien y del mal”.
Requerimos de un tipo de dirigente donde los puestos no sean un patrimonio personal o como se dice un neopatrimonialismo: como una extensión de su casa, donde la característica es una “confusión” de roles que no saben diferenciar entre lo personal y el partido, lo personal y el Estado. Sencillamente, propiciar una agenda mínima que disminuya la exclusión y se diseñen políticas públicas para igualar más a los ciudadanos en los espacios públicos, porque al final, la democracia es libertad, más simetría e igualdad.
Si el dirigente democrático no revitaliza su propio partido será el abono del autoritarismo, que en el caso de Venezuela es un modelo político de partido único, a lo que tampoco se le quiere prestar atención.
La revolución va creando los nexos de conexión entre el ciudadano en las comunidades de forma obligatoria, pero de manera espontánea, el jefe de cuadra, encargado del gas, del Clap, de las milicias para el orden, ahora en las escuelas para supervisar maestros, constituyéndose en un estado policial y las fuerzas políticas no se escuchan opinando con fuerza de estos.
Es un grave error dejar de lado el debate ideológico, le doy unos datos, en el año 2010 existían 325 organizaciones políticas ¿Sabe cuántas hay hoy? ¿Las que existen hoy están divididas?
En Italia, el Consejo Nacional de Corporaciones sustituyó al parlamento (1927) donde no se representaba a los partidos, sino a los gremios empresariales, sindicatos y a las organizaciones comunales. Francisco Franco y Benito Mussolini establecieron un pseudo parlamento. La facultad legislativa la mantenía el dictador con una composición de diputados provenientes de los sindicatos verticales, de las comunidades, los empresarios, de las mujeres casadas, reunidos en las cortes franquistas (1942).
¿Y qué es el parlamento comunal?
En comunismo, los partidos no son necesarios, por ello en Venezuela la revolución trabaja para desaparecerlos usando todos los medios. La pregunta es: ¿Sabrán esto los partidos?
La lucha sigue…