Misael Salazar Flórez
Agobiado por la derrota electoral del domingo 11 de agosto a manos de la fórmula de los Fernández (Alberto y Cristina) y las consecuencias económicas de la decisión de los argentinos en las urnas, el presidente Mauricio Macri decidió entregarle el alma al diablo.
Sin tener respiro desde el mismo lunes, después de las elecciones, cuando el peso argentino aceleró su espiral devaluacionista y los mercados empezaron a temblar por la derrota de Macri, pero más por la victoria de los Fernández, el gobierno argentino empezó a mostrar señales de que no se había preparado para un revés electoral de la magnitud de un tsunami.
Y tras tres días de desespero bursátil, con las reservas cayendo, las bolsas por el piso, el peso perdiendo valor a cada segundo, las ventas paralizadas y los posibles inversionistas agazapados apenas mirando el desespero de Macri, el presidente anunció un paquete de medidas económicas haciendo todo lo contrario a lo que le indicaba su lógica neoliberal con la cual había conquistado la presidencia hace cuatro años.
¡Quién lo creyera!. Cada anuncio de Macri para tratar de calmar la crisis, era como una puñalada asestada a sus creencias económicas. Con cada medida le daba una bofetada al Fondo Monetario Internacional (FMI), con muchas cuentas por cobrarle al gobierno argentino. Era como si Macri le estuviera diciendo al organismo multilateral que nada de lo que le había pedido a cambio de tantos préstamos, servía en estos momentos de crisis política y económica. Con cada anunció, parecía como si se hubiera colocado la ropa del fallecido Néstor Kichner o Cristina Fernández, a quienes prácticamente defenestró por su pensamiento y su práctica económica.
Hay que ver lo que significa para un alumno de la mejor escuela neoliberal, defensor a ultranza de los mercados, casado con la austeridad, enemigo de los incrementos de salario porque desajustan el gasto público, contrario al otorgamiento de bonos de ayuda solidaria y de la congelación de precios, ir anunciando, una a una, todas o casi todas las medidas que cuestionó al kichnerismo porque lo consideraba la causa de la crisis permanente de la economía argentina.
Hasta el mismo Alberto Fernández, en lugar de alegrarse porque Macri estaba maldiciendo al neoliberalismo con sus medidas, sintió temor por los anuncios. No podía creer que el presidente le estaba robando su discurso y lo estaba dejando sin plataforma para afrontar los duros tres meses de campaña que le esperan, con un presidente que le estaba anunciando al país lo que el propio Alberto y Cristina deberían anunciar cuando lleguen a la Casa Rosada en diciembre próximo, si es que ganan las lecciones de octubre, como parece que va a suceder.
Más desconcertado quedó Alberto Fernández cuando recibió un mensaje por WhatsApp donde Macri le pedía que le recibiera una llamada. ¿Cómo era que el envalentonado Macri de otros tiempos, que no se permitía el lujo de dialogar con el kichnerismo, salvo para robarle a Miguel Ángel Pichetto como su compañero de fórmula presidencial, estaba tan necesitado del ganador de la contienda del domingo 11 de agosto?.
Pero Fernández había sido el ganador claro de la contienda del domingo y responder una llamada de su gran adversario político de los últimos tiempos, tampoco significaba perder la corona conquistada en las primarias. Aceptó recibir la llamada de Macri, aunque a la postre quedara aún más desconcertado con la súplica del otrora magnánimo presidente.
Macri, echando atrás su orgullo y su pasado victorioso, con las banderas quemadas en la batalla del domingo, le pidió a Fernández que saliera a la luz pública a intentar calmar los mercados que amenazaban con incendiar todo el vecindario.
Por primera vez en mucho tiempo, Alberto Fernández pensó que tenía el sartén por el mango. Una reunión con Macri podía quemar sus naves. Eso era imposible. Nadie se reúne con el perdedor en plena guerra, cuando la campaña electoral definitiva apenas está por comenzar. Le prometió al presidente que declararía para tratar de poner calma en la convulsionada pradera económica.
¿Pero reunirse con Macri? ¿Reunirse con un presidente recién derrotado? ¿Para qué, dijo Fernández, si yo no estoy de acuerdo con su gobierno y si al fin y al cabo Macri lo que está haciendo es tratar de salvar el barco antes de que se hunda con él frente al timón?
El caso es que Macri metió su orgullo en el bolsillo. En un solo día, acosado por todos los dolores del mundo, pasó de ser un presidente, a veces altanero, a pedirle clemencia a su adversario de turno. Y de la noche a la mañana, producto del voto de los argentinos, mandó al cesto de la basura sus principios y su teoría económica y decidió calmar las aguas dándole a la multitud lo que por derecho y por convicción le correspondía entregar a sus adversarios, la dupla integrada por Alberto y Cristina Fernández de Kichner.
Sin saberlo y, en un abrir y cerrar de ojos, Macri había cambiado de bando, producto de las circunstancias. Y, producto de las circunstancias, terminó Macri entregándole su alma al mismo diablo. / Compartido en
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