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Todo México, como el resto del mundo, se sobrecogió de pánico y angustia ante los dos destructivos terremotos de los trágicos jueves 7 de septiembre, de 8.7 en la escala de Richter, y el martes 19 de este mismo mes con magnitud 8.1 en el mismo rango. Tal vez fue por casual fatalismo que se produjo el fenómeno de enigmáticos destellos luminosos. Y justo ocurrió la nueva catástrofe dos horas después de concluir el simulacro oficial en la ciudad capital a la memoria de las 3.629 víctimas de la catástrofe más grande del sismo de aquel otro infausto jueves del 19 de septiembre de 1985, hace ya 32 años. Como fatídico hado en la trágica historia mexicana al registrarse hasta 4 temblores diarios desde la era del rey azteca Axayácatl en 1474, hasta hoy, volvió a estremecerse la tierra en su nefasta secuela de muerte y devastación. Entonces, destellaron de nuevo en el cielo luces intermitentes en extraña sucesión. Muchos las atribuían a fuerzas malignas, otros a supersticiones agoreras. Pero investigadores de la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey, Estados Unidos, evidenciaron que las llamadas “luces de terremoto” se detectan universalmente desde los años 1600, al igual que antes o durante todas las tragedias en diferentes latitudes del planeta. Entre ellas, citaron los de San Francisco en 1906 y Caracas, Venezuela, en 1967, al determinar que los destellos se originan debido a que los deslizamientos del suelo cerca de las fallas geológicas de la Tierra generan cargas eléctricas que se reflejan en la bóveda estratosférica al acumularse en las nubes. No son señales de alerta o previsión, como se creía, sino manifestaciones materiales en forma de misteriosas luces sismológicas, de acuerdo a las actuales comprobaciones científicas.
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Germán Carías Sisco
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