Opinión

Mons. Lisandro Rivas, un regalo de los misioneros

4 de noviembre de 2024

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Adrian Gelves Osorio

“Pues la Iglesia fija con más fuerza sus raíces en cada grupo humano cuando las varias comunidades de fieles tienen de entre sus miembros sus propios ministros de la salvación en el orden de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, que sirven a sus hermanos, de suerte que las nuevas iglesias adquieren paso a paso con propio clero la estructura diocesana” (Decreto A.G. N° 16)

Cuando el P. José Allamano fundó en 1901 el Instituto Misionero de la Consolata (IMC) en su natal Turín, lo hizo con el propósito de saldar la deuda que sentía, al no poder convertirse personalmente en misionero “Ad Gentes” debido a problemas de salud. De modo que dedicó todos sus esfuerzos en animar y formar a otros para ir a lejanas tierras. En 1910, el hoy san Allamano también fundó las religiosas de la Consolata, y recientemente grupos de laicos se han venido uniendo a la familia.

Así, los primeros destinos fueron: Kenia, Etiopia, Tanzania, Somalia y Mozambique. Luego y como manera de acrecentar su carisma, mediante la animación misionera y vocacional, y con el fin de enviar recursos humanos y económicos para las misiones en África, en 1937 el IMC comienzan su presencia en América, primero fue Brasil, luego Argentina, siguieron los EE.UU., Colombia y Canadá. Después e impulsados por el espíritu del Vaticano II, particularmente por las premisas de Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia “Ad Gentes Divinitus” (1965), la Consolata llegó a Venezuela, Ecuador, México y Perú.

La incursión en nuestro país comenzó el 12 de diciembre de 1970 en la diócesis de Trujillo, concretamente en la parroquia de La Quebrada, pueblo agrícola ubicado en las montañas a 20 km. de la ciudad de Valera. Posteriormente asumieron la parroquia de La Puerta, también en Trujillo, luego Zorca Providencia, otra comunidad campesina cerca de San Cristóbal en la homónima diócesis, siguieron Guarero y Paraguaipoa, comunidades Wayú en La Goajira. Después Tapipa en Barlovento, Barquisimeto y Carapita en la Gran Caracas. A fines del pasado siglo, los PP. se insertaron entre el pueblo Warao del Delta del Orinoco, concretamente en Nabasanuka y Tucupita en el Vicariato de Tucupita, mientras que las HH. acompañaron esa fundación y también fueron al pueblo Yekuana de Tenkua y sus alrededores, jurisdicción del Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho.

Volviendo a los inicios del IMC en Trujillo, como fruto de la animación misionera y el testimonio pastoral de esos años ´70 y ´80, el joven Lisandro Alirio Rivas Durán (17.07.1969) fue cautivado por la misión y después del proceso de noviciado y profesión religiosa en el IMC, culminó sus estudios de teología en el Instituto “Missionary Institute London”, siendo finalmente ordenado sacerdote el 19 de agosto de 1995 en su pueblo natal de Boconó, cristalizando de este modo uno de los propósitos de la misión “Ad Gentes” y signo de una iglesia “madura” como lo es la constitución del clero local. Sin embargo, y fiel al carisma del fundador, el P. Lisandro quiso ir a servir como misionero en la Iglesia Local de Meru, en Kenia, donde estuvo entre 1995 y el 2000, dando muestras de una Iglesia, que a pesar de sus necesidades y la carencia de sacerdotes da desde su pobreza.

De vuelta a Venezuela, se dedica a la formación de los nuevos aspirantes de su Congregación, ejerciendo varios cargos directivos en instancias formativas. En el 2011 fue designado Rector del Seminario mayor de los Misioneros de la Consolata en Bogotá y el 2014 va Roma como Rector del Pontifico Colegio Misionero San Pablo Apóstol de Propaganda Fide. En diciembre de 2021 es designado obispo auxiliar de la Arquidiócesis metropolitana de Caracas, cesando los compromisos con su congregación y quedando definitivamente al servicio de la Iglesia Universal. Como miembro de la Conferencia Episcopal Venezolana, forma parte de las Comisiones para la Vida Consagrada y para la Misión, el Indigenismo y los Afroamericanos. Quiso la Providencia y por voluntad del Papa Francisco, que Mons. Lisandro Rivas se convirtiera, a partir de hoy, en el sexto Obispo de la Diócesis de San Cristóbal.

Ignoro si por la mente de alguno de aquel primer grupo de misioneros que hace cinco décadas fueron a insertase en la Iglesia tachirense para trabajar en la parroquia de Zorca Providencia pasó el pensamiento que uno de los suyos llegaría a dirigir los destinos de esa Diócesis. Lo que sí no dudo, es que la designación de Mons. Lisandro Rivas es un verdadero y especial regalo del IMC para la Iglesia venezolana.

El gobierno y conducción de una Iglesia local con más de 90 parroquias donde residen más de 1.500.000 feligreses, un clero que supera a los 200 integrantes que trabajan en servicios y espacios dinamizados por una frontera internacional con Colombia que no deja de estar en constante movimiento, son algunos de los retos y exigencias que le esperan al joven Obispo misionero. Confiados estamos en que la asistencia permanente del Paráclito, sumado a todo el trabajo efectuado por sus antecesores, así como la intercesión del recién elevado a los altares san José Allamano y de la Madre Consoladora, permitirán el éxito en su accionar pastoral.

Que así sea.

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