Eduardo Marapacuto
Además de su carácter disfuncional y estado febril, pareceiera que las democracias latinoamericanas cargaran a cuesta sus propias urnas y sus propias lápidas para ser enterradas, no en cualquier momento, sino cuando sus propios sepultureros lo decidan, tal como acaba de ocurrir en Ecuador cuando el presidente Guillermo Lasso, quien se encontraba entre la “espada y la pared” decreta la muerte cruzada del sistema político de ese país, disolviendo el Congreso y solicitando nuevas elecciones generales.
Si bien la figura de la “muerte cruzada” aparece en el articulo 148 de la Constitución de ese país, las democracias latinoamericanas siempre se han encerrados en el cuarto oscuro de sus propias realidades, cobijándose en el manto perverso de lo institiucional. Cada vez que los sepulturesos se sienten amenazados, sacan las urnas y preparan la lápida para enterrar el cádaver insepulto. Muchas de las democracias en América Latina se sienten amenazadas cuando el pueblo se asoma a los ventanales para ver lo que ocurre allí adentro, donde el poder se reparte en porciones gelatinosas y se celebran los grandes contratos de millones de dólares; mientras los recursos para las políticas públicas y beneficiar a las comunidades, se queda en la cuenta de muchos vivos, allegados a los sepultureros.
Esa es la verdad de muchas democracias, cuyo rostro es de hipocresía, con reflejos de amagura por las exigencias legitimas que hacen los pueblos para que se les tome en cuenta, para que se les incluya en la toma de decisiones y juntos contruir el futuro. Sin embargo, a pesar de esos reclamos, más bien los gobernantes, apenas asumen el cargo se ponen el traje de sepultureros y comienzan a cavar la fosa para enterrar la democracia en caso que ellos se vean en peligro ante la justicia o ante el pueblo que reclama derechos.
No solamente es Ecuador, tambien está el caso Perú, donde el presidente Pedro Castillo quiso disolver el Congreso, pero los dueños de la funeraria incineraron sus decisiones, lo destituyeron y encerraron tras los barrotes frios del obstracismo. Igual quieren hacer en Colombia, donde el presidente Petro quiere adecentar la democracia colombiana, pero la clase política opositora a su gobierno se opone para no perder los privilegios que pudiera llevar ese adecentamiento. Tambien están Nicaragua y Venezuela, naciones soberanas que están amanezadas por ese poder de las “funerarias imperiales” que quieren enterrar a juro sus sistemas políticos, por el carácter revolucionario de los mismos.
Ahora bien, ante ese empeño terco del imperio de socavar la soberanía de nuestra Patria venezolana, el rostro del sistema político es el de una democracia revolucionaria, cuyos propósitos fundamentales están expresados en los 5 objetivos históricos del Plan de la Patria. Nosotros, como militantes revolucionarios hablamos es de la muerte de la falsa democracia, esa que aparenta vida, pero cuyos respiros son de agonía.
Las democracias revolucionarias andan es construyendo las estructuras de una nueva política, de una verdadera democracia, donde el pueblo sea el principal protagonista. Acá mas bien resistimos todos los intentos que hace el gobierno norteamericano para destruir nuestra patria. Pero decimos en voz alta: No lograrán, porque nuestro espíritu viene de los libertadores y somos amantes de la libertad y de la paz. ¡Qué así sea!
*Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas.
Investigador RISDI-Táchira