Opinión

Repelencias 272

26 de octubre de 2019

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Dionisio sembró aquellas palmeras en las principales plazas de la comarca. Allí se desarrollaron, hasta alcanzar alturas enormes. Siempre me sentí orgulloso del trabajo de mi nono. Ahora amenazan con caer estrepitosamente sobre algún amigo conversador. Y es preocupante para los  asiduos de esa plaza Jáuregui tan bella. Nunca apareció alguien con la intención de hacer el reemplazo obligado a esas manifestaciones de nuestra naturaleza. La incapacidad oficial parece que es un sello imborrable en estos casos tan mostrados a las comunidades.

Se alborotó el pueblo sureño. Y tienen razón. Imaginen ustedes, caballeros. En Santiago de Chile empezaron a cobrar casi 2 dólares por el pasaje completo en el recorrido total de la gran ciudad. Es una locura hacerle eso a ese pueblo mapuche tan sufrido. 140 km, entre 136 estaciones, recorre este tren por la gran urbe. Por eso es que los invitamos a venir a Venezuela otra vez. Aquí es casi gratis todo el sistema de servicios públicos. Vengan, que ya ustedes saben cómo es la vida aquí. Los esperamos con los brazos abiertos.    

Serie Mundial a todo trapo para los amantes de la pelota grande, cariños.

En las colas de la gasolina hay que rebuscarse, caballeros. Muchas ideas para vender al cliente que permanece estático, impertérrito, impávido y demás esdrújulos, durante horas al lado de su carrito.  Un baño portátil que vaya y venga a lo largo de la calle. Claro, hay que cargarlo a cuestas para que los vecinos no reclamen el chorro, chorrito y silbido. La venta de cañafístola, guamas y mamones hace que la conversa se haga algo refrescante a esas horas de pesadez nocturna.

Melquiades llegó feliz a casa el pasado viernes. –Algo raro trama este viejo, piensa siempre mi tía Pulqueria. No lo puede ver sonriendo siquiera un tris durante el día porque se le viene a decirle tantas cosas feas para preocuparlo y sacarle la felicidad instantánea que refleja. –Él contento y yo con este cuadril torcido por estas lavadas de ropa y esa exprimida tan dura a mano, se queja. La lavadora se dañó y el condenado tío tuyo prefiere comer que mandarla a arreglar. –¡Qué lleve también!, carretico. (Carlos Orozco Carrero)

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