Carlos Orozco Carrero
El olor a óxido viejo y la presión de la palanca de cambios de la vieja grúa sobre su costado izquierdo lo despertaron de golpe. La garganta seca y ese sabor a tierra escarbada lo regresaron a la realidad extraña que le invadía esa noche de humedad, donde el aire se escapa de las fosas nasales de todos los que respiran en esos ambientes propios de Newington, Atlanta. Ambrosio intentó salir del viejo carro, pero la puerta estaba trabada. Eso delataba que no había tenido movimiento durante los últimos 30 años. Los cojines mostraban los resortes, que intentaban salir de los cueros rotos y convertidos en nidos de ratas. Su mente quiso aclararse y logró ver en su recuerdo lo último que vio cuando todavía estaba el cielo claro del día anterior. Se observó a sí mismo, bajando por el camino Real de la montaña Alta, junto a los vecinos y músicos que bajaban la virgen de La Pompeya para la misa de aguinaldo de la madrugada del siguiente día. Estaré muerto, pensó Anselmo…
Vienen bonos, muchos. Lástima que sea en bolivaritos. Ya se preparan las listas de alimentos para darle matarile a lo que llega a cada uno. Ah, rigor.
Pogacar nos da muestras de una fuerza e inteligencia superior a sus contendientes en el Tour de Francia de este año. Tadeo nos impone sus condiciones y obliga a los fanáticos de nuestros corredores a exigirse demasiado para siquiera seguirle el paso al esloveno. Creo que debe conjugarse un plan entre todos para poder acercarse a su clasificación. Me gusta el Tour.
La gente que “mañaneó” a misa ese domingo observó a los comerciantes del pueblo cargando los avisos de sus negocios por toda la calle Real. El aviso de barbería Sol y Sombra lo había puesto donde estaba el local de la farmacia. Doña Isabel Carrero intentaba que alguien le ayudara a buscar el aviso del hotel Uribante, que estaba en la bodega Las Quince Letras. Todavía no se sabe quiénes fueron los culpables de este episodio tan despiadado, llamado: ¡La noche que cambiaron los avisos!