Opinión

Repelencias 547

25 de enero de 2025

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Carlos Orozco Carrero

La jarrita de plástico pasó volando frente a mí. Me sorprendió la puntería de Ricardo al precisar la mitad de la calle como blanco perfecto para el destino de una jarrita llena de agua destinada a acompañar el kerosene que acompañaría una tarde noche de bohemia profunda, reflejada en boleros, tangos y baladas. –Qué hombre tan bravo, carajo. No aceptaba que su compadrito del alma nos ofreciera un utensilio de plástico para libar unos licorillos de alto valor en su añejamiento. Este hombre salió como alma en pena y esto nos entristeció sobremanera. Ustedes saben que Ricardo es de buen conversar y eso tiene mucho valor a la hora de entrarle a la charlonería propia de una sonrisa aliñada con música y risa. Al pasar unos 27 minutos regresó nuestro amigo con una caja grande, donde traía varias jarras y vasos de vidrio para darle una lección a Miguelito. –Aprenda a atender a sus amigos, compadrito.   

Béisbol para todo el mundo, señores. Estamos pendientes de las contrataciones de nuestros peloteros y sus respectivos montos en dolarillos. Muchos muchachos están firmando con los equipos grandes y eso nos llena de orgullo bonito. El profesor Mencías nos mantiene informados al respecto y en estas Repelencias reseñamos la actividad más bonita en el mundo deportivo. 

-La feria es otra cosa hoy día, carretico. Mis tíos vinieron de Pregonero a ver gente y a que los vieran también en el alboroto ferial. Melquiades siempre se queja y pone achaques para todo. Pulqueria le dice que aguante pisotones y ganas de orinar. –La fiesta de enero es la misma, amor. Lo que pasa es que ya estamos viejos y las rodillas no aguantan mucho a la hora de una veronda ferial por Asogata y Kioskos. Aguante, mi amor y pida otra ronda rapidito, que ya vienen Elpidio, Sósimo. Arbonio y demás guelefritos emparrandados desde diciembre.   

En un canto de angelito los músicos están prestos a acompañar a la familia de niño fallecido que no alcanzó a recibir el Santo Sacramento del Bautismo. Una tardecita caminábamos con los instrumentos musicales, dispuestos a tocar en un velorio de angelito que se cantaba en una casa ubicada en la avenida José Ramón Torres de Pregonero. Epifanio, Gonzalo y Alirio Guirigay me convidaron y buscamos a Teofilito Ramírez y a Delfín García para acompañar en los cantos del niño. Ya tardecito, apareció un hombre flaco con una mandolina en la mano. Le dijo a Epifanio que él quería tocar con nosotros y que había venido de Guaraque a jugar unos gallos y lo habían dejado sus amigos por andar tras unos ojitos lindos que prometían cielos hermosos. El hombre agarró una silleta y se empujó un michito aliñado para empezar la pluma de su afinadito instrumento. Después de algunos versos, me pidió que le dejara tocar en el rincón donde yo estaba ubicado. – Disculpe, amigo. Lo que pasa es que una noche yo estaba tocando en una fiesta y alguien me confundió con otro tipo y me pasó una navaja por el cuello. –Menos mal que el agresor no corrió y se dio cuenta que me había confundido con su enemigo y me llevó a una medicatura cercana. Efectivamente, señores. El músico guaraquero tenía una cicatriz a pata de pescuezo que parecía un cierre de carpa. En cada esquina, una historia.

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