Opinión
Repelencias 590
sábado 15 noviembre, 2025
Carlos Orozco Carrero
-Yo me gano ese toro, carretico. Era una rifa pro fondos de la construcción del muro de contención de la quebrada “La Suavecita”, que pasa por detrás de la cancha de la escuela “Santa Gregoria” de Acirema. – Va a salir el 57 con seguridad, me recalcó. Metieron en una enorme bolsa de trapo todas las bolitas de madera que tenía un viejo biombo entre sus alambres retorcidos. Decidieron vender los 75 números del bingo para darle más legalidad al asunto de la suerte. Yo me quedé en casa del profesor director para apoyarlos en esta labor tan loable. – Va a salir el 57, carretico, insistía. –¿Compraste todos los números, profe? -Esta noche es el acto y vas a ver lo que digo. El animador del evento, que era él mismo, mostró a todos los presentes el proceso de meter en la busaca todas las peloticas de palo. Seguidamente, llamó a una niña inocente para que sacara la bolita ganadora. –¡¡Muévala…muévala…muévala!! Todos gritaban, mientras la niña sacudía las 75 pipas dentro del saco. –Aquí tenemos el numero ganador. La muchachita sacó la suerte del enorme toro y llevó la bolita hasta el animador, quien reviso el número y lo mostró desde lejos a los miembros de la mesa escrutadora. –¡¡El 57, señores…Ganó el 57!! Revisaron la lista y, efectivamente, ganó el profesor de ojos saltones. Tarde de la noche y en la celebración por el premio ganado, le pregunté por tanta suerte recibida. Me dijo que la bolita con el número 57 la había metido en el congelador de la nevera por tres días y le comentó a la niña, quien era sobrina de su esposa, que tocara todas las esféricas y la que sintiera más fría la sacara ante todos. Sigan jugando, caballeros. En cada esquina una historia.
Ya está pasando sin pena ni gloria el repugnante jalowin para alegría nuestra. Son celebraciones ajenas a nuestro sentir venezolano esas de darle honras a la muerte y al diablo irlandés para congraciarse con ciertos sectores de la población inoculada por estos remedos tan antipáticos. Recordemos que nosotros tenemos respeto por los difuntos en nuestras familias piadosas.
Nunca se han encaramado en una unidad de Pueblo Nuevo y ya son conocedores de la comarca entera. Es que la historia que está en los libros la puede consultar usted frente a una computadora y desde un cómodo sillón, tomando cafecito, estirándose de cuando en vez y programando la “investigación” requerida. Lo interesante es darle valor a lo simple que nos muestra la vida misma para dejar sellos de nuestra preocupación y que algún día los que vienen en el puesto de atrás comenten sobre lo que hubo, hay y habrá por estos senderos pisoteados calle arriba y calle abajo, cariños. Siempre vemos a estos gigantes blancos en las esquinas, como dragones tiznados y empujando los semáforos para lanzar humo y truenos por sus escapes inofensivos llenos de historia menuda y cotidiana. ¡¡Suban que caben cien!!
La nueva música campesina empieza a mostrarse en festivales decembrinos para asentar un poquito más estos raspacanillas alborotadores de una población que baila, canta y toma michito aliñado. Y si usted, apreciado lector, no lo ha intentado todavía, acérquese a un patio recién barrido con escobilla para que sus males y preocupaciones huyan de su cuerpo y espíritu. En Pregonero y La Fundación se lo garantizamos por estos días.
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