En el año 2014 escribí, para este mismo diario, un artículo de opinión titulado Los Miserables. Pueden encontrarlo en algunas redes sociales. Específicamente me refería a la situación país que, en aquel entones, nos envolvía con su manto de miseria. Ojo, dije 2014. Es decir, seis años ha. Entre otras cosas, señalaba, por ejemplo “…puesto que Venezuela, la ´cuna´ de Simón Antonio de la Santísima Trinidad Palacios y Blanco, El Libertador de cinco naciones, está viviendo una de su crisis económica más grande de todos los tiempos…”. Y mire usted, no habían llegado las mentadas (no de madre), sino las ahora llamadas “sanciones” de algunos países ya desarrollados contra Venezuela. Acoto, el régimen dice que las mismas son contra el país y no contra individualidades. Que, a mi entender, no es lo mismo, por ejemplo, sancionar a la Nación que al sr. Escarrá. Que por cierto, anda o anduvo por los predios del Vaticano (allá en Europa) orando con el Papa Francisco por la libertad de nuestro país.
A ver. No nos salgamos del tema que brevemente quiero abordar. Hace unos 24 años llegué de visita a Rubio (no se si llamarla ciudad o pueblo). No habían tomado el poder los señores que hoy están aferrados a él. Llamada la “Ciudad Pontálida” por sus innumerables puentes donde aún vemos pasar los ríos. Algunos medios secos, pero están allí, a la espera tal vez, de que les llegue agua mansa. En aquella ciudad de Rubio, estuve de visita. Y por sus encantos, por su tranquilidad, por su silencio nocturno, sobre todo por su gente cordial, amable, respetuosa de los derechos de los demás. Por sus panes azucarados y sus ricos pasteles acompañados con masato o agua é panela (papelón en Caracas). Todos los comercios estaban llenos de lo que cualquier cliente deseara. Los lugares para el festejo estaban abiertos a cualquier hora del día y de la noche. En la plaza Bolívar, la gente compartía después de salir de la Santa Misa. El compartir con las amistades no se dejaba esperar. Las visitas a las casas de los amigos era un ritual. Las celebraciones de cumpleaños, matrimonios, bautizos, carnavales, navidades, fin de año, entre otras, era el “pan de cada día”. Por todas esas cosas, justas y necesarias en cualquier país civilizado, nos radicamos en Rubio que hoy también padece las calamidades.
En pocas palabras, y me disculpan mis amigos que hoy siguen el “proceso”, éramos felices y no lo sabíamos. Punto. Hoy, inicio del tercer mes del año 2020, algunos “montados” en el año de la recuperación económica y social, no se vislumbra la luz al final del túnel. O sea, desde nuestra llegada a estas tierras productivas (hace más de 20 años), donde veíamos a hombres, mujeres y niños, caminar por las carreteras llevando a un costado el cesto atiborrado de la cosecha de café, el trecho de la comparación se pierde de vista. Es decir, Rubio ha tenido un cambio muy sostenido. No para el progreso. No señor. Las calles y sus pocas avenidas, hoy, así lo demuestran. Vacías de contenido social. En los mismísimos comercios (los pocos que abren sus santas marías), solo podemos escuchar el “rugir” de los motores de las plantas eléctricas en las puertas de sus negocios por los “cortes” permanente de energía eléctrica. Los pocos supermercados que existían ya han desaparecido. La gente busca satisfacer sus necesidades alimentarias con los puestos de buhoneros. Vale destacar, las puertas de muchas casas, se han convertido en ventas de quincallería y de alimentos traídos de Cúcuta. Buscando ganarse unos pesos. Porque ahora, en Rubio, todo se cobra en pesos colombianos. El transitar de muchas personas por las vías, es con la cerviz en movimiento a ver dónde acampar. Los sábados o domingos, soledad total. Por ello no sé si llamar a Rubio, ciudad o pueblo fantasma. Usted, amigo lector, ¿qué opina? Se abre el debate pues. //
@monsalvel
Alfredo Monsalve López