La verdad sea dicha, el avispero oficialista siempre ha estado alborotado a lo largo del siglo XXI e incluso durante el año constituyente de 1999. Solo que en vida del predecesor, este lograba mantener por dentro la procesión de las discordias, y cuando ya se agotaba el disimulo, se apelaba a las purgas, algunas definitivas y otras con ticket de retorno. Las historias e historietas son tantas, que la brevedad de las presentes líneas no permite abundar en ellas, ni siquiera hacer una relación más o menos significativa. El cementerio de los purgados es un erial extenso, y muchos de los que “resucitaron” siguieron siendo o se convirtieron en boliplutócratas.
Con el sucesor, la hegemonía se quedó sin hegemón, y el avispero se alborotó como nunca. Pero la habilidad del castrismo, siempre en apoyo a Maduro, contribuyó mucho a encubrir los conflictos. La guerra de Cabello al sucesor fue y es manejada con la experiencia de un veterano jugador de ajedrez. Pero de un jugador que no descansa hasta que vea ganada la partida. Y en eso andan, sobre todo en estos días, muchas de las más conspicuas figuras del avispero rojo. Montadas en un tablero de vida o muerte política. Un juego letal.
Esta temporada de líos endógenos es especialmente intensa por la catástrofe en que la hegemonía ha sumido al país —en medio de una bonanza de precios petroleros—, y porque el año 2018 debería ser, según mandato de la Constitución de 1999, uno de elecciones presidenciales. Las apetencias en las corrientes oficialistas se han hecho curiosamente visibles y tal rareza no es del agrado del sucesor y de sus principales beneficiarios. Maduro empezó su campaña política con el “show de los ganchos rojos”, una puesta en escena de puro teatro político para dar la impresión que se está combatiendo la corrupción.
Lo cual, desde luego, tensa las disputas internas del poder establecido, porque allí casi no hay hueso sano en materia de corrupción. Acaso sea una ironía perfecta la declaración de Rafael Ramírez, de que él es la cara de la revolución bolivariana… Su mentor original, Alí Rodríguez, podría comentar in extenso al respecto. En todo caso, la «lucha contra la corrupción» que se está escenificando es una tramoya montada con ingenio para favorecer los intereses de Maduro y los suyos. Hasta el presente se ha dirigido al espectro del poder hegemónico, pero ya se anuncian horizontes que incumben a la acera de “enfrente”.
Una hegemonía despótica, depredadora, envilecida y corrupta no puede enfrentar la masiva corrupción que la caracteriza. Se trataría de un imposible lógico. De la cuadratura del círculo. No obstante, en la dinámica de la política las percepciones valen tanto o más que las realidades. Y en el campo de proyectar mensajes envenenados a partir de una situación que pareciera real, la hegemonía que impera en Venezuela no tiene mucho que envidiar al proceder de sus patronos en La Habana. Ni en maneras de operar ni en la absoluta carencia de escrúpulos.
Eso la saben muy bien las víctimas efectivas o potenciales de Maduro y su entorno. Me refiero, claro está, a las que han pertenecido o pertenecen al oficialismo. De allí que sea notorio el ambiente de denuncias, acusaciones, amenazas, persecuciones y encarcelamientos que tipifican a algunos de los embates interiores de los despotismos. Pero hay indicios importantes de que las embestidas rebasarán esos límites rojo-rojitos y apuntarán (selectivamente) al entramado corrupto y corruptor que ha venido sosteniendo el despliegue de una parte sustancial de los factores de la oposición formal. Se alborotó el avispero. No hay duda. Y mientras tanto, Venezuela es martirizada con aguijones tóxicos.
Fernando Luis Egaña