Hacer turismo o viajar por las carreteras del país se ha convertido en un verdadero suplicio. El respeto a las personas no está en la cartelera de quienes dirigen las líneas de transporte terrestre y los funcionarios del sector público que por mandato constitucional están obligados a proteger al ciudadano, no hacen cumplir la norma que prevé disposiciones para que el venezolano sea atendido como usuario que paga para hacer uso de los medios que le permiten desplazarse por el territorio nacional. Las empresas que prestan el servicio, si bien han estado modernizando sus equipos, ahora en decadencia, no ofrecen al pasajero una atención eficiente, responsable y con respeto.
La aventura comienza cuando se busca el cupo. Hay que estar muy temprano del día en la oficina para calarse la fila de la cual no escapamos en esta Venezuela “bonita”, donde el viajero se encuentra en los mostradores a empleados desatentos, distraídos en su oficio principal mirando el celular, o ingiriendo alimentos. Ya con el boleto en la mano, se le exige retornar una hora antes de la fijada para abordar el autobús y comenzar la odisea, lo cual no se cumple pues a la hora prevista para la salida aún venden boletos y con sobreprecio, observándose que la tarifa es letra muerta para la mayoría de quienes regentan la jefatura de las líneas de transporte, y con evasivas esquilman al usuario, quien debe decidir si “lo toma o lo deja”.
Una vez el conductor se coloca frente al volante e inicia el recorrido, unas horas más tarde realiza la acostumbrada parada en un restaurante para que “la carga” humana descanse y satisfaga sus necesidades. En el mismo lugar unas diez unidades más se estacionan, lo que convierten el área en un pandemónium, pues si estimamos que cada transporte moviliza 60 personas, la concentración humana, superior a 600 personas, rebasa la posibilidad de brindar buena atención.Si existe el deseo de consumir, hay que disponer de una elevada suman de dinero, pues los precios al parecer los fija el propietario del negocio, sin el visto bueno de la autoridad, pues una arepa rellena supera con creces la capacidad de compra del potencial consumidor y los restantes rubros tienen precios triplicados. Además no se escapa a las ya tradicionales colas “socialistas”: una para adquirir un ticket y otra para reclamar el condumio. Los baños son un verdadero desastre: malos olores, sin agua, sucios y le agregan un pago “voluntario” para tener acceso a los mismos y cobran además el papel y otros suministros, cuando la norma obliga al dueño del local a mantener esos ambientes en perfectas condiciones y gratuita, según decretos existentes; no así los señores choferes que sí disponen de un salón “VIP” y disfrutan de la buena atención y al final son obsequiados con un donativo bien surtido para que lo consuman en el resto de horas de camino. Es la retribución del dueño del negocio a quienes le lleva clientes de forma masiva.
La inseguridad para que el viajero sienta confianza es nula. No se observan miembros de los cuerpos policiales que existen. En muchas ocasiones los viandantes han sido víctima de robo, bien en la carretera o en las paradas.
Recorrer el país para hacer turismo o viajar para conocer al territorio patrio y distraerse, constituye un calvario. La ausencia de higiene en los establecimientos donde se expenden alimentos constituye una bomba de tiempo, por lo que lo que hace algunos años llamaban “industria sin chimeneas”, no ofrece atractivo para nativos o extranjeros, cuando debe ser un programa de envergadura, pues se ha determinado que el turismo es una industria a la que cada persona, del exterior o del país que se movilice para conocer el extraordinario paisaje natural de que nos ha dotado la naturaleza, aporta un sustancial apoyo a la economía, por lo que lo que se invierta, impacta de forma positiva el desarrollo nacional, generando empleo y creando bases para que existan sitios para la recreación y esparcimiento de visitantes y compatriotas, pero en las condiciones en que se halla el ambiente nacional no es atractivo.
Lo cierto que es que en esta “Venezuela socialista, bonita y de todos”, el respeto a los ciudadanos no existe. Quienes están en los organismos públicos encargados de vigilar el acatamiento a las normas que regulan esta clase de servicio están en otra actividad, mientras los venezolanos estamos expuestos a soportar toda clase de atropellos.
¿Habrá forma de controlar esta situación?, si la hay, pero es necesario trabajar y no dedicarse solo al trabajo partidista, dejando de lado la obligación que le impone el cargo que ejerce, en bien de todos y del engrandecimiento del país, caso contrario no estuviéramos en el deplorable estado en que se halla Venezuela.
Marcelino Valero R.