Con precisión, recuerda su fecha de nacimiento, 3 de abril de 1921. Un año después sale de su natal Pamplona, en Colombia, para radicarse en Venezuela. A los 12 años se trasladó con su familia a Rubio, en el municipio Junín; allí estudió, se enamoró, contrajo matrimonio, y se quedó para siempre
Norma Pérez M.
Marina Montañez de Mendoza es centenaria, así lo demuestra su cédula de identidad. Pero su apariencia, salud y espíritu animoso niegan el tiempo transcurrido y el trayecto recorrido. Son cien años, para celebrar una gran fiesta de vida.
Con precisión, recuerda su fecha de nacimiento, 3 de abril de 1921. Un año después sale de su natal Pamplona, en Colombia, para radicarse en Venezuela; cuando tenía 12 años edad se trasladó con su familia a Rubio, en el municipio Junín; allí estudió, se enamoró, contrajo matrimonio, y se quedó para siempre.
“Aquí conocí al que sería mi esposo, Vespaciano Mendoza. Tenía 19 años cuando me casé con él y formamos nuestro núcleo familiar, con seis hijos, cuatro varones y dos hembras”.
Enumera los nombres de sus descendientes: Mercedes, Vesma, Jesús Humberto, Iván, Juan e Irenia. También habla de sus diez nietos, a los que califica de “un montón”; cinco bisnietos y otro “en camino”.
“Mis nietos me quieren y me consienten mucho; antes me visitaban más, pero ahora, por la pandemia, no pueden venir tan seguido a la casa”; dice mientras recuerda los momentos gratos junto a ellos.
Sentada muy recta en un sillón de la casa, junto a su hija Mercedes, compañera inseparable y con quien vive, refiere que siempre se ocupó de los oficios del hogar; “cocinaba, limpiaba y atendía a los muchachos. También me gusta la lectura, tejer y coser. Todavía lo hago, pero no tan seguido porque me falla un poco la vista para enhebrar la aguja”.
Muestra de su personalidad inquieta son los cursos que realizó de pintura en tela, costura, repostería y muñequería. En una oportunidad, recibió una placa de reconocimiento del Club Venezuela, de Rubio, por ser la fanática número uno del juego de bolas criollas.
Amor por las plantas
Es común para los transeúntes pasar frente a la casa de Marina Montañez y verla con una pala quitando la maleza del jardín. Esta es una tarea que reclama para sí y le encanta hacerla, pues la jardinería es una de sus aficiones.
“Me gustan mucho las plantas y las flores. Hace poco limpié el jardín, pero con la lluvia vuelve a crecer y nuevamente hay que hacerlo. El solar también es uno de mis lugares preferidos. Siembro las matas, las riego, trasplanto y cultivo flores. Es una alegría para mí ver sus colores y sentir su aroma”.
Hace algún tiempo sufrió una caída y por esta razón utiliza un bastón para apoyarse, pero esto no le impide continuar haciendo lo que tanto le apasiona: “Mi salud es buena, con algunas dolencias, pero si uno se acuesta es peor. Hay que moverse y no quedarse quieto. Por aquí pasa gente joven pidiendo dinero o comida, pero no se ofrecen a trabajar. Lo único que sí hago, después de almorzar, es dormir la siesta”.
En su rutina están los ratos de ocio, ver televisión, aunque se queja de las programaciones repetidas y por eso ve comiquitas. “Desde el año pasado no puedo salir por la pandemia, antes iba a la iglesia, visitaba a mis hijos, pero ahora nos quedamos en casa. Mi hija sale a hacer las compras y yo la espero aquí”.
Divertirse y bailar
Con una coquetería innata, esta matrona dedica parte de su tiempo a su arreglo personal. Se maquilla y no puede faltar el color en sus labios. Escoge su atuendo y accesorios; así esté en casa, se viste como si fuera a salir. Confiesa que no le gustan las canas, por eso su cabello luce un tono oscuro, sin ningún asomo de blanco.
“En el Rubio de antes había sana distracción y podíamos asistir a eventos. Había mucho respeto. Siempre me ha gustado divertirme, la música y bailar. Las canciones tristes no, son más agradables las canciones alegres, con las que se pueda bailar”.
Su longevidad la atañe a que nunca tuvo vicios, ni una actuación desordenada: “no consumo licor, ni fumo, no trasnocho y me alimento sanamente. Pienso positivo, y soy feliz con lo que la vida me ha dado”.
Su hija Mercedes dice que siempre fue una madre estricta, aunque amorosa, les inculcó valores y respeto por los semejantes. Todos estudiaron y se dedicaron a la docencia.
Cien años, una vida
Hace 33 años falleció el esposo de Marina; su viudez es uno de sus recuerdos más tristes, así como la pérdida de uno de sus hijos varones, cuatro años atrás; manifiesta que lo más difícil para una madre es ver partir a un hijo.
Pero no se rinde ante la adversidad, se aferra a todo lo bueno de su existencia, al afecto que la rodea, los cuidados, la salud que la acompaña, su voluntad férrea y una enorme alegría por abrir los ojos cada día.
La celebración de su cumpleaños número cien, junto a su familia, contó con una torta de color rosa, pasteles y masato; muy típico de Rubio. Un grato compartir para festejar a quien, con su jovialidad y alegría, rinde homenaje a la vida. La petición de Marina al Creador es que le dé muchos años más para disfrutar a sus seres queridos. Que así sea.