Jueves de «gran movimiento» en la frontera
2 de mayo de 2024
Víctor Matos
La edición de Diario de La Nación del 12 de septiembre de 1973 se imprimió con una sola noticia en su primera página bajo el título a ocho columnas: “Mataron a Allende” como corolario al sanguinario golpe de estado dado por el general Augusto Pinochet, cuyas fuerzas bombardearon el edificio de La Moneda, sede oficial de la presidencia en Santiago de Chile, en donde después se supo que el propio primer mandatario se había quitado la vida.
El cruento acontecimiento efectuado a sangre y fuego el día anterior, acabó con la experiencia del socialista presidente Salvador Allende para instaurar la más cruel represión, que acabó con centenares de asesinatos, miles de desaparecidos, otras tantos presos o exiliados, instaurando un régimen de salvaje represión que duró 18 años en el austral país.
El cínico y cruel general que dirigió las operaciones militares, fue el general Augusto Pinochet Ugarte, quien estaba al frente de los planes conspirativos señalados por el déspota en sus intragables testimonios vertidos en sus memorias que escribió después.
De estos nefastos acontecimientos, han transcurrido cincuenta años. Para la época, en pleno desarrollo de la infame incursión militar, la redacción de este periódico, como en las oficinas de diarios de todo el mundo, se habían paralizado esperando los boletines que señalaban los teletipos de las agencias internacionales de noticias, con su constante campanilleo alertando la urgencia de sus despachos.
La situación vivida en ese aciago momento era el resultado de la crisis económica, la inseguridad individual y colectiva, las expropiaciones indiscriminadas y sin sentido que debilitaban cada día al gobierno de Allende, por lo que la rancia oligarquía chilena rogaba una intervención militar, sin vislumbrar que la misma, al producirse, iba a desarrollar una salvaje persecución que enlutó a millares de familias y entronizó la maldad reflejada por el pinochetismo que reinó por casi dos décadas, sumiendo en la opresión al más aún castigado pueblo del austral país.
Pero la memoria histórica no se ha derrumbado, pues acaba de recordar los años de oprobio al conmemorarse los cincuenta años del atropello antidemocrático que incluso acaba de sentenciar a los responsables del secuestro y asesinato del poeta y cantautor Víctor Jara; y uno de los culpados, el general en retiro Hernán Chacón, prefirió destaparse la tapa de los sesos, a sus 85 años, que cumplir la prisión a 25 años a que fuera sentenciado por la justicia chilena.
El principal ejecutor de este lamentable historial, forjador del llamado Plan Cóndor para eliminar a sus adversarios en el exterior, autor de miles de asesinatos de sus paisanos que no pensaban como él, solo pudo salir cuando se unieron todas las fuerzas democráticas que llevaron adelante un plebiscito que lo sacó de la presidencia, aun cuando se mantuvo en el poder como jefe de las Fuerzas Armadas hasta el pedido de su detención por el juez español Baltazar Garzón, refugiándose en Londres, que le permitió luego el regreso a Santiago hasta el día de su muerte.
La dictadura del siniestro personaje contó desde un principio con el apoyo de la CIA de los Estados Unidos, que luchaba en plena guerra fría contra todo que tuviera olor a comunismo, dejando heridas imperdonables e inolvidables de tal episodio que conmocionó al mundo, inspirado por la ultraderecha recalcitrante que luego fuera víctima de su propia conspiración y que al final tuvo que sumarse a las fuerzas democráticas para zafarse del sátrapa que escapó de las garras de la justicia internacional y que murió anciano en su cama, como si nada.
Salvador Allende prefirió morir
antes que entregarse
El carismático líder del partido Unidad Popular, Salvador Allende, de ideología socialista, llegó al gobierno de su país, Chile, en el tercer intento por presidir su nación e instaurar un nuevo modelo político que encontró feroz rechazo no solo de la oligarquía derechista del espectro político imperante sino especialmente de los militares, que se confabularon para dar uno de los más ignominiosos y crueles golpes de estado que se tenga memoria en América Latina.
Precisamente su jefe de Ejército, Augusto Pinochet, confabulado con las demás fuerzas y apoyado por la Democracia Cristiana, asestó la traición menos esperada por el dirigente que se enfrentaba a los Estados Unidos, que veía para entonces demonios comunistas por todas partes en plena guerra fría.
Allende, un médico de 65 años, defendió su puesto hasta el último hálito de vida, encasquetado con un casco militar y armado con un fusil de fabricación rusa, el AK-47, tratando de evitar caer en las manos de las fuerzas del ejército, de la marina y de la aviación que bombardeaban el Palacio de la Moneda, su residencia oficial.
Cuando vio que todo estaba perdido, y ante la inminente derrota, prefirió quitarse la vida de un disparo del arma que portaba antes que caer en las manos de sus agresores, que empezaron desde entonces una dantesca persecución contra sus partidarios, dejando un río de sangre durante las casi dos décadas que estuvieron manejando los destinos de ese Chile que tanto luchó por su independencia en el siglo XIX y que cayó en las manos sanguinarias de un grupo de militares que dejaron un reguero de muertos en su accionar.
Víctor Matos
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