Regional

Manuela Pizarro: cuatro décadas de tradición andina

2 de noviembre de 2020

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A sus 87 años de edad, Manuela Pizarro prosigue con la tarea a la que se ha dedicado durante décadas: preparar pasteles andinos, acompañados del infaltable masato. Desde su casa, en Rubio, ofrece estos productos de la más arraigada tradición a quienes acuden a deleitarse con su sabor y sazón.

Para ella, en la soledad de su viudez, este es un medio para ganarse la vida. Y a pesar de su avanzada edad, continúa incansable con su trabajo artesanal, aprendido en su juventud, pero nunca olvidado.

Desde Colombia

Manuela Pizarro nació en Santo Tomás, un pueblito cerca de Barranquilla, Colombia. A la edad de 25 años dijo adiós a su familia y se vino a Venezuela, contratada para trabajar como servicio doméstico en la residencia del diplomático Miguel Ángel Burelli Rivas.

Sus primeras tareas fueron como cocinera y después fue niñera. Así permaneció quince años. En ese tiempo, por los compromisos de su empleador, que se desempeñaba como embajador, residió una temporada en Bogotá y después en Londres, España e Italia.

A su retorno a Venezuela, ingresó a trabajar en la casa un nuevo chofer, Elías Moreno, quien seis años después se convertiría en su esposo. En la capital de la República abrieron un cafetín, donde vendían desayunos y almuerzos; después decidieron asentarse en Rubio. A la fecha, ya han transcurrido unos 40 años.

Alquilaron un local y emprendieron su negocio de cafetín, allí comenzaron a preparar los pasteles de harina de trigo y yuca, con diferentes rellenos; por sus características, rápidamente se hicieron muy cotizados entre los clientes, que rápidamente aumentaban.

Pero el declive económico los arropó y el panorama se tornó desfavorable para su negocio:

“Cada día eran mayores los gastos de alquiler y tuvimos que entregar el local. En vista de que se acababan los ahorros y yo tenía el compromiso de enviar una mensualidad a mi familia en Colombia, comenzamos a vender pasteles y masato en la casa”.

Recuerda que durante varios años todo marchó muy bien. Incorporaron algunos víveres para vender y establecieron una pequeña bodega. Así solventaron sus gastos y ayudaban a sus parientes en el vecino país.

Lamentablemente, la desgracia llegó a sus vidas. Elías, su esposo y compañero, falleció a causa de una enfermedad. Por un tiempo, Manuela continuó con el negocio, pero por su condición de diabética e hipertensa, presentó quebrantos de salud y debió parar.

Una sobrina la apoyó en la compra de los medicamentos prescritos para la diabetes, pues son muy costosos y ella no cuenta con recursos para hacerlo.

A su esposo lo recuerda con nostalgia y dice que, aun cuando ya han pasado nueve años desde su partida, lo extraña igual que el primer día: “Elías era mi complemento y compañía. Éramos un equipo, porque yo cocinaba y él se encargaba de las cuentas, de las compras y de cobrar a los clientes. Para eso nunca he sido buena”.

Desde hace unos meses, nuevamente ofrece sus pastelitos, pero esta vez de masa de yuca, pues ya no tiene los implementos para elaborar la masa de harina de trigo y dice que le cuesta estirar la masa con rodillo.

“Ante las dificultades económicas, con muy pocos recursos, tuve que vender la máquina para estirar la masa y la freidora. Ahora me arrepiento, pues ya recuperada decidí volver a trabajar, porque hay que salir adelante”.

Así que cada fin de semana ofrece al público una variedad de rellenos: carne mechada, queso, pollo y carne con arroz.  Todos acompañados por un aromático masato. La receta la guarda para sí, solo dice que la aprendió hace mucho tiempo y la perfeccionó con los años.

De su bodega solo queda una minúscula vitrina, donde ofrece algunos productos básicos, huevos, chucherías y refrescos. Pero dice que casi nadie entra a comprar, y que las ventas son ocasionales.

En un cuaderno de hojas arrugadas, Manuela Pizarro saca las cuentas de las exiguas ganancias que le deja la venta de pasteles y masato. Su lucha diaria es contra el incremento exagerado en el precio de los insumos. Pero sigue en su empeño de trabajar, con un ánimo y firmeza que no delatan sus casi noventa años de edad.

Por los momentos, en su casa de Rubio, prosigue con dedicación en la elaboración de esta comida y bebida típica del Táchira, para el deleite de quien tiene la oportunidad de saborearlas

Norma Pérez

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