Pasados los 60 días de la cuarentena, los tachirenses ya no cuentan el número de infectados por la Covid-19, sino el dinero que tienen ahorrado, así como los minutos en que pueden aprovechar el fluido eléctrico.
Muchos negocios, no relacionados con el rubro alimentos, que ya veían cumplida la hora de reabrir, se enfrentaron a una prolongación de la cuarentena, acatada plenamente por unos, mientras que otros, más que decididos a abrir, están experimentando a ver cómo les va.
Un experimento de cómo atender a los clientes, desde afuera, con puertas medio abiertas, o incluso sacando mesas a plena vía pública. La clientela se aparece muy graneada, casi siempre para preguntar por precios, que en dos meses han sufrido notables variaciones al alza, al menos en bolívares. Con su personal ataviado de tapaboca, la idea es cumplir con el distanciamiento social y que por ello no sean sancionados, o en tal caso, no ser mirados con desconfianza por los potenciales compradores
Porque, más allá de las sanciones de la cuarentena, existe otra serie de factores que a más de un comerciante y empresario ponen a pensar en la reactivación de su negocio: la falta de efectivo, la crisis de los servicios públicos, en especial la electricidad, el desabastecimiento de gasolina y, por supuesto, el deterioro de la capacidad adquisitiva.
Las moderadas lluvias aguaron en San Cristóbal el inicio del segundo mes de la cuarentena con muy pocas personas y vehículos en gran parte de la zona urbana. Eso también se reflejaba en busetas vacías, y establecimientos comerciales con pocos clientes.
A los caminantes no podemos adivinarles el destino de su travesía, tal vez para dirigirse a los pocos lugares de trabajo abiertos, tal vez para adquirir algún producto o pagar un servicio; o tal vez, simplemente, para despejar la mente, ya que sencillamente el confinamiento de por sí agota, y sin luz mucho más.
Así lo observó, en barrio Sucre, Guissepe Pascale, joven rondando los 20 años de edad que trabaja como ayudante de una panadería, quien está reunido con sus vecinos, a los que sencillamente el apagón arrojó a la calle para armar corrillos y tomarse la situación en broma.
—Donde yo vivo –afirma Pascale- hay niños que salen a la vereda, pero no tan seguido, y al finalizar la tarde. Al menos se divierten, aunque no se respete la cuarentena. ¿Qué podemos hacer, son niños? Los viejitos salen a pasear un rato en la mañana.
Con un optimismo sin mella, al joven Pascale lo entusiasma tener empleo en medio de estas circunstancias; pero igual se le escapa la expresión “ya nada será igual, como antes”.
—Esta situación –agrega Pascale- nos afecta a todos. Yo con mi trabajo por lo menos me distraigo y ayudo para todos. En la tarde ayudo a mi mamá con sus quehaceres, y me pongo a lavar la ropa o cocinar. El que se para pierde”.
Nuestros trabajadores lo pidieron
Desde la semana pasada, Tireexpres de Barrio Obrero, con optimismo, ajustado a las disposiciones sanitarias, y con cierta prudencia frente a las consecuencias que traerá su decisión, reabrió sus puertas.
Según su administrador, Enrique Borrás, esto se tuvo que dar en parte por solicitud de su mismo personal, y en parte porque hay “compromisos” que se están acumulando y nadie más va a pagar deudas.
Durante el cierre provisional se solidarizaron con su personal, parte del cual se reintegró por iniciativa propia. Solo el problema del transporte no ha permitido que en su totalidad todos los trabajadores estén presentes, y a los ausentes no se les está forzando a que lo hagan.
—Hay deudas, hay alquileres, hay compromisos –añadió Borrás-. Estuvimos cerrados y se les echó la mano a los muchachos, y ellos nos manifestaron que estaban con nosotros. Los trabajadores son los primeros que nos dicen “por favor, por favor, vamos a activarnos”. Todo esto lo hacemos con mucho cariño, nuestra gente sale a buscar la comidita, y a seguir luchando por Venezuela. Laboramos hasta el mediodía, o hasta que la luz lo permita.
Afirmó que parte de su labor consiste en apoyar al mantenimiento de vehículos de organismos oficiales que así lo ameriten. Frente a lo que está sucediendo en otros países del continente, ve necesaria la cuarentena, y subrayó que han estado dispuestos a obedecer a todas las recomendaciones para estar del lado de la lucha contra la Covid-19.
Gasolina para laborar
Durante esta cuarentena, los negocios de distribución de alimentos han ido en aumento. Esta tendencia se venía dando desde mucho antes de la emergencia, a tal punto que con una sencilla mesa en las afueras, muchos hogares se convirtieron en miniabastos.
No obstante, el cierre de frontera obligó a un retorno a lo hecho en Venezuela, y por supuesto los establecimientos que cuentan con proveedores nacionales, algunos de los cuales llevan el pedido directamente al sitio de sus clientes, mientras que otros requieren desplazarse a locales de ventas al mayor. El hecho de que la gente ya no vaya a Cúcuta para hacerse de un mercado, por ejemplo, para algunos dueños de abasto, ha significado una ventaja.
Como nos refiere Yésica Vela, propietaria de uno de estos puntos en el pasaje Acueducto, la gasolina y la tenencia de divisas son determinantes en el desarrollo de su actividad comercial.
—Para mí –sostiene Vela– lo más complicado es salir a trabajar sin gasolina; necesitamos movilizarnos para surtir el negocio. Nos ha tocado repagarla; hasta 75 mil pesos hemos cancelado por la pimpina. Es verdad que algunas distribuidoras me traen la mercancía hasta el negocio, pero me ha tocado ir a buscarla. A excepción de la Polar, las demás distribuidoras funcionan con moneda extranjera.
Agrega que “hemos tenido que salir a laborar porque en casa no se produce nada; más bien se generan gastos, pero gracias a Dios nos ha ido bien, hemos atendido a los clientes con los requerimientos de distanciamiento necesarios. Desde hace unas semanas se ve muchísima más gente en la calle”.
Nelson Gómez, otro dueño de abasto, admite que ya no se maneja efectivo en bolívares, debido a la suspensión de los servicios bancarios; solo pesos y puntos. Afortunadamente, posee un punto inalámbrico, que le soporta los apagones, y pocas veces está fuera de línea. Sin embargo, dentro de su hogar, lo más crítico ha sido la electricidad, con sus idas y venidas, con sus peligrosos bajones, que le han obligado a arreglar su nevera al menos dos veces.
Mes de protestas
El primer mes de la cuarentena arrancó con protestas y concentraciones espontáneas de personas alarmadas por supuesto albergue en algunos establecimientos educativos de venezolanos de retorno, por el foco de expansión de la Covid-19 que esto implicaría.
Sin embargo este no sería el único motivo de descontento, que en principio tuvo desahogo en las redes sociales, luego en cacerolazos, e incluso agarraría calle. Mayo sería el mes para medir hasta dónde aguanta el tachirense tanta inoperancia de los servicios públicos más elementales.
Con estoicismo puro se soportó un régimen de 6 horas sin luz seguidas, que a veces acompañaba peligrosas intermitencias del servicio. Pero 12, 14 o más horas a oscuras para muchos ha sido el colmo, y pone a prueba a los más comprensivos.
—Antes –continúa Yesica Vela-, al menos teníamos un horario de 6 horas que nos quitaban, 6 horas que nos ponían, y nos estábamos bandeando los que no teníamos gas con una cocina eléctrica, pero ahora la quitan 12 horas, 14 horas, la quitan sin saber cuándo, y los que no tenemos gas, no tenemos cómo cocinar.
Gloria Quintero no se lo toma tan filosóficamente, pues estar sin luz le ha conllevado cercenar su modo de subsistencia, vendiendo pastelitos cerca de la iglesia Coromoto, y con la leña poco es lo que puede hacer. Por eso se unió a una acción de calle ocurrida el día martes, a ver si las autoridades reparan en los que sufren por la falta de gas.
Freddy Omar Durán