Un público atento a descubrir con la escucha la esencia de un ritmo eminentemente tachirense, y a ilustrarse sobre su historia, características y virtudes, fue el que se hizo presente este viernes en la Sala María Santos Stella del Ateneo del Táchira, en la celebración del Segundo Festival del Bambuco Tachirense.
Este evento no solo busca lanzar una mirada nostálgica a lo que ha sido el bambuco y el significado que tiene dentro del contexto cultural regional, sino que reafirma su actualidad, brindando una vitrina de presentación, e incluso premiando a quienes en los días presentes componen e interpretan en este género, imprimiéndole un aire de vitalidad que asegurará para este patrimonio musical muchos años más de vida y vigencia.
Precisamente fue el ingenio de Luis Felipe Ramón y Rivera, al componer Brisas del Torbes, el que le puso al bambuco, alpargatas y poncho tachirense, otorgándole para su época un giro innovador; pieza que precisamente se estrenó hace 80 años en los espacios del Salón de Lectura. Aunque siempre se le ha identificado con los Andes Neogranadinos, el origen del bambuco sigue siendo discutido y su influencia se esparce por toda Latinoamérica, y no solo se ha concentrado dentro de una zona específica entre Colombia y Venezuela.
El historiador Luis Hernández Contreras, organizador del evento y maestro de ceremonias del mismo, dijo que se rinde en esta edición un homenaje al maestro José Humberto Ocariz Espinel, nacido hace 100 años, y se tocarán sobre el escenario las piezas ganadoras del concurso, “José Pablo Mendoza”, y volverán a presentarse los triunfadores en la modalidad ejecución.
Un especial momento de la jornada cultural lo representó la presentación de Los Niños Cantores del Táchira, quienes al lado del maestro Jesús David Medina y Atilano Ortega, en el triple y cuatro, dieron vida musical a las más importantes piezas del bambuco tachirense.
El musicólogo, profundo investigador del tema, Jairo Arango, ofreció una disertación en la cual se remontó a los orígenes de la palabra bambuco, que da importantes pistas de su nacimiento musical. Es precisamente en la famosa novela María de Jorge Isaac donde se menciona a la legendaria región africana de Bambuk, aunque otros autores prefieren ubicarla en el corazón de los Andes Neogranadinos, en algún asentamiento donde convivían esclavos negros e indígenas.
En su disertación criticó la poca importancia que se ha dado a la investigación del bambuco, así como a la de varios géneros autóctonos latinoamericanos, contrario a lo que pasa en Europa o Estado Unidos, donde se desarrollan minuciosas investigaciones de sus orígenes y evolución. Los pocos estudios existentes muchas veces carecen de rigor metodológico y son contradictorios entre sí, descuidándose de paso el análisis musical propiamente dicho.
Definió técnicamente al bambuco como una manifestación folclórica, o sea, que va más allá de un simple género musical y está presente en toda Latinoamérica, en otros ritmos como el malambo sureño y el guapango mexicano, con particular influencia en Colombia y Venezuela. A nivel musical tiene una base rítmica binaria, es decir, 2 tiempos, que pueden estar subdividos por dentro en dos partes iguales o tres, de ahí que escriban bambucos por igual en 2/4 o 6/8; incluso existen bambucos distintos de ¾, que finalmente van a sonar a 6/8. Mantiene una referencia de densidad métrica representada por la figura de corchea, es decir, siempre 6 corcheas que están marcando el ritmo, un ritmo característico formado por 6 ictus, uno silente y cinco sonoros. Se destaca la presencia constante de hemiolas y sincopas, lo que le da un carácter polirrítmico.
También destacó Osorio que el bambuco es una demostración de la gran permeabilidad cultural que siempre ha existido entre Colombia y Venezuela, y que gracias a músicos nacidos en Colombia, como José Alejandro Morales y Marco Rivera Useche, el ritmo fue asentando raíces en lares tachirenses.(FOD)