Reportajes y Especiales
17 años después: la vida del «comegente» Dorancel Vargas
28 de noviembre de 2016
El diario La Nación realizó una entrevista a José Dorancel Vargas, por cuyo nombre no es tan famoso, pero al agregarle “el comegente”, el de Táriba, ya no cabe dudas de quién es. Hace 17 años de su detención y a continuación la semblanza publicada en el diario tachirense.
Tímido, sonriente y cabizbajo. Franela azul, estilo chemise, pantalón negro sostenido con una correa que da cuenta de la pérdida de varios kilos y botas plásticas que, él se encarga de recalcar, son nuevas. La barba encanecida y su pelo en menor grado blanco indican que ya camina a sus 60 años, aunque no dice la edad, sino su año de nacimiento: 1956. En verdad nació el 14 de mayo de 1957.
A las 10 en punto estaba listo en la oficina del director de Politáchira para ser entrevistado. Allí entró casi como invitado de honor, sin esposas, y se sentó donde le indicaron, para que estuviera más cómodo. Él, acostumbrado a situaciones difíciles, muy difíciles, no entiende a qué se deben tantas atenciones en una oficina que quizás no visita con frecuencia. Se muestra con la característica de los hombres humildes y rurales: mirada baja y callado, al insistir a las periodistas de Diario La Nación y Analítica.com que tiene botas de goma nuevas.
Es José Dorancel Vargas Gómez. Casi como las grandes estrellas, pocos saben su nombre de pila, pero sí lo identifican en el plano nacional e internacional como Dorangel, “el Comegente”, apodo ganado en 1999 al atribuírsele asesinatos para prácticas de canibalismo cometidas en el Táchira, específicamente en el municipio Cárdenas.
Su nombre, su historia, su enfermedad, sus monosílabos, sus dudas, emergen luego de 17 años de habitar en el Cuartel de Prisiones de la Policía del Táchira, en San Cristóbal, sitio al que llegó “provisionalmente” con una medida tribunalicia por considerarse que un enfermo mental -con historial de canibalismo- corría grave peligro en un penal común.
Parecieran existir dos leyendas: la de Dorancel, el señor de aspecto inofensivo, y la de Dorangel, “el Comegente”.
Dorancel aún es ese personaje de voz pausada, cabizbajo y respuestas que se debaten entre la inocencia y lo macabro. Estar medicado lo mantiene tranquilo, pero con recuerdos que el encierro no ha podido eliminar y permanecen acorazados.
—Dorancel, ¿por qué está aquí en Politáchira?
—Ah, porque a uno lo agarran y lo encierran. Me reclutaron. Ya tengo ganas de irme —responde pausadamente y sin ningún tipo de gestos.
—¿Y qué le gustaría hacer si no estuviera aquí?
—Trabajar —dice secamente. De hecho el mundo exterior, que ha cambiado mucho en 17 años, él lo relaciona con trabajo y comida.
UN MOTÍN, DOS MUERTES Y DORANCEL
Luego de 30 días de motín en la sede de Politáchira, al conocerse que en la reyerta asesinaron a dos reos y que los cadáveres, que nunca aparecieron, fueron comidos por parte de los internos en conflicto, era imposible que no se vinculara el nombre de Dorancel -mejor dicho, Dorangel- con tan dantesca historia.
Quienes visitan por trabajo la sede policial siempre han notado la presencia de Dorancel. A veces lo veían ayudando a servir café o haciendo otra actividad, como barrer, pues vivir allí por 17 años lo hacen como de la familia. Además, su pasividad contrasta con la historia que en 1999 llamó la atención del mundo.
Él mismo admite que sus amigos en Politáchira, entre los que lógicamente se encuentran presos y funcionarios, lo molestan. Nadie obvia que detrás de este sexagenario se esconde una leyenda cruel de canibalismo.
El periodista y escritor Sinar Alvarado, autor del libro “Retrato de un caníbal. Los asesinatos de Dorancel Vargas Gómez” (Debate, 2005), luego del motín escribió un artículo para The New York Times que inicia con el siguiente párrafo: “Dorancel Vargas Gómez, bautizado ‘el Comegente’ por la prensa de Venezuela, no es, como también lo llamaron, un ‘Hannibal Lecter de los Andes’. Sí mató y descuartizó a cinco hombres; sí devoró sus restos bajo un puente a fines de los años noventa”.
—Dorancel, hace algunas semanas ocurrieron aquí en la sede de Politáchira hechos violentos que causaron conmoción en el país. ¿Usted los recuerda? —la pregunta, en verdad, va dirigida a Dorangel.
—Los muertos —ratifica—. Hubo cuchillos. Me quedé tranquilo, qué más va a hacer uno —responde con naturalidad mientras come una galleta de chocolate obsequiada por el director de Politáchira, Amador Torres, quien es testigo silente de la conversación.
—¿Y qué hizo usted mientras otros presos se peleaban?
—¿Cuándo se estaban matando? —se pregunta él, y responde de inmediato— Me quedé tranquilo. —No suelta de su mano el empaque de la pequeña galleta que con gran gusto consumió.
—¿Y usted estuvo en la celda donde dice que había cuchillos y se estaban matando? —no se inmuta ante ninguna pregunta y siempre mantiene su voz neutral.
—No, yo estaba encerrado —precisa sin darle importancia al caso del motín que lo llevó a estar nuevamente en primeras planas de medios nacionales e internacionales, esta vez como el presunto descuartizador de los cuerpos.
Complementa su respuesta al explicar que al él lo trasladaron a otra celda, donde había mucha gente. La palabra motín no está en su jerga.
SU HISTORIA, ANTES DE 1999
Para el mundo, Dorancel Vargas Gómez nació en 1999 cuando lo calificaron como el “Hannibal Lecter de los Andes”. 42 años, barba y pelo desgreñado ayudaron a robustecer el mito.
Recuerda perfectamente a sus padres, Pedro y Guadalupe, esta ya fallecida. Su niñez trascurrió en un campo de El Vigía. Aunque él no lo dice, la pobreza dominó su vida.
Algunos de sus hermanos -son 10 y él es el tercero- lo han visitado, pero cada vez es más esporádica la presencia familiar.
Sabe leer y escribir y lo demostró al tomar un lapicero de la mesa del director de Politáchira y escribir “comisionado Amador Torres”, en lo que para él quizás era una forma de agradecer las amabilidades de la mañana del miércoles 22 de noviembre.
Igualmente el encierro bajo el diagnóstico de Ezquizofrenia Paranoide no le impide conocer la historia contemporánea, sobre todo política. Identifica bien quién es el Presidente de Venezuela, dice que es amigo del gobernador y sabe que Hugo Chávez murió. Esto lo precisa al señalar los cuadros de la cadena de mando exhibida con grandes fotografías que existen en la principal oficina de la sede policial. A quien no identifica es al rostro del Che Guevara, que también luce al lado de las autoridades venezolanas.
Toma medicamentos que lo tienen relajado. Tiene muy presente el nombre de una dama llamada Magaly, quien le suministra los fármacos requeridos. Cree en Dios y reza.
—Dorancel, si en este momento lo dejaran en libertad, ¿qué haría primero?
—Me iría a trabajar.
—Si tuviese que pedirle un regalo al Niño Jesús, ¿qué le gustaría?
—Comida —dice entre risas. Y es que los internos también tienen las raciones alimenticias medidas y su delgado cuerpo así lo delata.
—¿Y cuál es su plato favorito?
—Fideos… con carne. —Varias veces habló de comida; es más, pareciera asemejar la libertad con la posibilidad de comer.
SUEÑA CON VOLVER A TÁRIBA
Si se escribe el nombre de Dorangel Vargas en el buscador Google, arroja 14.200 menciones; pero si teclea ‘el comegente’, aparecen 143.000 resultados. Él, que por su condición no conoce nada del mundo hiperconectado, tiene hasta su biografía en Wikipedia.
Las acusaciones sobre el canibalismo que le atribuyeron autoridades y especialistas y que los medios de comunicación ayudaron a engrandecer aún sorprenden, más por la naturalidad e ingenuidad del responsable que por los mismos hechos.
—Dorancel, si pudiera salir hoy, ¿a cuál sitio iría primero?
—A Táriba —espeta sin titubear mientras degusta otra minúscula galleta, esta vez de vainilla, que nuevamente le obsequia el jefe policial.
—¿Por qué tiene tantos años encerrado?
—A uno lo agarran y lo traen.
—¿Y dónde estaba el día que lo agarraron?
—En el parque de Táriba, estaba haciendo una sopa de verduras —sabe perfectamente que vivía debajo del puente del 12 de Febrero, aunque él dice que era un parque de niños.
—¿Y usted mató al alguien?
—No —Él no relaciona la palabra canibalismo con su caso, incluso dice que no sabe qué significa.
—A usted lo conoce toda Venezuela, incluso a escala internacional. ¿Eso sí lo sabe?
—Sí, porque como gente… qué tal.
—¿Y usted come gente?
—Claro —dice con tanta naturalidad que es imposible evitar la risa.
—¿Y cuándo fue la última vez que comió gente?
—Cuando me trajeron para acá —responde sin titubear.
—Pero acaba de decir que no ha hecho nada malo…
—Eso no es nada malo, es una necesidad comer carne de gente —contesta nuevamente sin alternaciones en el tono de voz—. Uno tiene que llenarse con algo.
—¿Acaso le gusta ser famoso por comer gente?
—No.
Si sus respuestas son tan verdaderas como su ingenuidad, no tuvo contacto con carne humana en los dantescos hechos que, dicen, ocurrieron durante un mes de motín, pues no estuvo cerca de la zona donde ocurrieron los sucesos que nuevamente conmocionaron a Venezuela.
ESPERA LA NAVIDAD
Contempla la esperanza de que los Vargas Gómez lo recuerden y lo visiten en esta época navideña. Relaciona la presencia familiar con la comida que tanto parece añorar.
—Y Dorancel, ¿a qué le teme?
—A la muerte —precisa inmediatamente.
Dorancel, mas no Dorangel, posa para el lente de Omar Hernández. Lo invitan a desayunar y sale despacio, callado y cabizbajo como entró 45 minutos antes al presentar sus botas de caucho recién estrenadas.
Omaira Labrador