Reportajes y Especiales

El amor no es un lugar común

25 de diciembre de 2023

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 “… cuando entramos en ese mundo nos olvidamos de lo que está alrededor, y somos conscientes de que cuando se suman todos esos pequeños actos, hay un impacto importante de vida”


Norma Pérez


 

 

En un momento determinado, la existencia de Francisco José Gamboa Valderrama dio un giro inesperado. Primero, incursionó en el área empresarial, después en la academia como docente universitario, donde ya cumple dos décadas, a lo que  sumó la investigación.

“Me encontré con un grupo de mujeres que cambiaron de manera importante mi vida. Tenían una propuesta para crear una organización no gubernamental con el fin de impulsar proyectos por una mejor sociedad. Ahí comenzó todo”.

 

Este rubiense, ingeniero industrial egresado de la Universidad Nacional Experimental del Táchira, especialista en Estadística Aplicada a la Investigación, magíster en Planificación Global, en Estudios de Liderazgo, y doctor en Planificación, es el Coordinador General de la Asociación Civil “Amigos de Junín”, cuyo programa bandera son los comedores solidarios para niños en situación vulnerable.

“Cuando alguien ayuda al prójimo, sana el alma, el espíritu y el pensamiento. Nos ocupamos en algo productivo, que llena el corazón.  Los problemas propios se minimizan y el mundo se ve en términos muy positivos. Es uno de los aprendizajes que he tenido en esta travesía”. Así se siente el amor cuando no es solo una palabra. Un lugar común.

He aquí su historia

Aun cuando nació en San Cristóbal, Francisco Gamboa siempre ha vivido en Rubio. Su papá, de quien heredó el nombre, era nativo de la aldea Alineadero, municipio Junín. Caficultor y docente de educación física.

Su mamá, Lidyam Valderrama, maracayera, vivió su infancia en San Cristóbal y después de casarse, se residenció en Rubio. También se graduó como profesora de educación física, fue fundadora y directora del colegio La Compañía de Jesús, hasta su fallecimiento en el 2021.

Comenzó a descubrir el mundo de la acción social, cuando hizo su tesis doctoral. Abordó el liderazgo y tuvo la oportunidad de profundizar en comunicación, procesos grupales, poder, personalidad y motivación.

Recibió una beca para hacer doctorado en estudios de liderazgo en la Universidad de Nebraska. La situación económica de Venezuela no le permitió culminar, por lo que recibió el título de magíster en estudios de liderazgo.

Después de esa incursión, sucedió el encuentro con las personas que hicieron que su interés por ayudar aflorara: Diana Navarro, Deisy Suárez, Lucrecia Gómez, Amada Padilla y Morella Useche.

“Aprendí de ellas a aproximarme a un sector desconocido. Nos enamoramos de ese ámbito y decidimos comenzar a involucrarnos. Así me convertí en el coordinador de la ONG que bautizamos Asociación Civil Amigos de Junín”.

Desde allí se desarrollan proyectos orientados a atender problemas sociales como son la desnutrición infantil y la violencia de género.

“Coincidió con  la puesta en marcha en el Táchira de la fundación “Alimenta la Solidaridad” a través de Melissa Zambrano. Asumí la responsabilidad con la visión que sí lo podíamos implementar en el municipio Junín”.

Comedores solidarios

Francisco Gamboa está convencido que cuando hay buena voluntad nada es imposible. Desde cero, sin recursos, se dieron a la tarea de abrir un comedor en uno de los sectores más desposeídos de la capital de Junín.

Encontraron almas generosas, como la señora Sonia Granados y sus hijas, quienes además de poner a disposición su casa como sede, se ofrecieron como voluntarias para preparar los alimentos.

Buscaron los utensilios, las mesas, sillas. Así nació el primer comedor,  “Alimentando el Futuro”, en el barrio La Palmita 2 con atención para cuarenta niños, a quienes les dan la cena.

Previamente realizaron una evaluación médica con la doctora Marisol Pineda, para conocer su condición nutricional y física. Se seleccionaron a los que necesitaban más apoyo.

“Comenzar fue difícil porque no teníamos nada, era algo nuevo La labor inicial fue tratar de educar a los niños, enseñarles hábitos de higiene y limpieza, a usar los cubiertos, inculcarles valores.  Muchos tenían enfermedades en la piel, problemas dentales, parásitos, andaban solos en la calle. Esa fue la primera tarea. Enfrentamos situaciones inéditas para nosotros, padres consumidores de drogas, hogares disfuncionales. Por eso ha sido una educación con mucha paciencia”.

A la fecha, existen tres comedores solidarios en sitios estratégicos. Al de La Palmita, que funciona desde hace cuatro años y donde está la capacidad nutricional más baja, se unieron “Alimentando con Amor” en Bramón, donde se atienden setenta niños, y  “Semillitas de Esperanza”, en Quinto Patio con cincuenta niños.

No cuentan con ninguna clase de financiamiento.  Solo la colaboración del pueblo de Rubio y la fundación Alimentando la Solidaridad que los apoya con proteína y víveres. Cuando por diversas circunstancias las ayudas disminuyeron, Francisco Gamboa se encargó de hacer las compras de los insumos requeridos  con sus propios recursos.

“Afortunadamente la asociación creció, mejoraron los ingresos y pudimos extender esta labor hacia otras comunidades en situación crítica. Lo más importante es que hemos sembrado confianza en la gente, porque saben que los aportes se utilizan en lo que debe ser y para el beneficio de quienes lo necesitan”.

Ante la deserción escolar, se inició un proyecto del rincón pedagógico “Diana Navarro”, para reforzar el aprendizaje en cinco áreas: lectura, escritura, pensamiento matemático,  pensamiento científico y el idioma inglés.

Además se instalarán bibliotecas para que tengan oportunidad de consultar libros de texto, incentivarlos a leer, a indagar e investigar. El área cultural está presente.  A futuro quieren incorporar actividades deportivas para complementar su formación desde todos los aspectos posibles.

En paralelo, llevan a cabo el proyecto de atención a la violencia doméstica, violencia de género y problemas de abandono. Con el respaldo de Uniandes se formó personal para trabajar en esta área.

“El trabajo social y específicamente con los niños transmite alegría, inocencia. Cuando entramos en ese mundo nos olvidamos de lo que está alrededor, y estamos conscientes de que todos esos pequeños actos cuando se suman hay un impacto importante de vida”.

La recompensa

Para quien dedica parte de su tiempo y esfuerzo a actuar en función de sus semejantes es muy gratificante, recibir el saludo con afecto y empatía de los niños de los comedores solidarios. Esa es la mejor recompensa.

“Hay aspectos que nos enseñan que somos afortunados en la vida, mientras que hay otros que luchan día a día para conseguir lo más básico, en este caso algo tan necesario como es la comida. Por eso pienso que debemos dedicar una parte de nuestro tiempo a ayudar a otras personas y eso nos reconforta y fortalece”.

Con nostalgia recuerda que algunas de las personas que comenzaron el proyecto y ya no están en este mundo. Un trabajo que involucra mucha gente con el don de la humanidad.  “Doy gracias a Dios por su valiosa ayuda, y su ejemplo que nos enseñó a cómo vivir”.

Al reunirse en la mesa, los pequeños comensales dicen una oración para agradecer por los alimentos. Gratitud por lo necesario. Ahora, es posible.

 

 

 

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