Reportajes y Especiales
Empezó con fuerte afección estomacal y luego resultó positivo asintomático
29 de agosto de 2020
Elvis Paúl Loyo Panza es un caraqueño de 23 años. En 2017 vino a San Cristóbal y se enamoró de la ciudad. Se instaló aquí, y tuvo tiempo suficiente para conocer a Decired, a quien poco después hizo su esposa. “Tengo muy buenos amigos allá -dice-, y yo considero a San Cristóbal mi casa”.
Más tarde se unieron a la diáspora, y se fueron a Chinácota, donde ahora vive, con la esperanza de regresar algún día a Venezuela. A San Cristóbal. A su casa, dice. Elvis trabaja, más que todo, con música. En el desarrollo de artistas por internet. Ya ha desarrollado varios artistas, tanto en Venezuela como afuera.
—Hago publishing de composiciones. Y explica: Yo no compongo. Me encargo de recolectar, para sus autores, el dinero que generan las canciones. Mis ingresos son por concepto de recolección de regalías y de marketing digital. Es mi actividad profesional lo que me mantiene hoy día. Eso se trabaja solo con una PC, y ya. Puedo estar en cualquier parte del mundo y hacer mi trabajo sin problema.
A finales del año anterior, Elvis y Decired se fueron a Italia, pues él está tramitando la ciudadanía italiana.
—Estuve cerca de Milán, y allí pasé tres meses. Nos agarró allá la cuarentena, de la que puedo decirte que ha sido lo más rudo, lo más traumático que he vivido. En el pueblito donde vivía nadie tenía derecho a salir. Solo se escuchaba el paso del tren en la mañana, y luego en la tarde. No había más señal de vida ajena.
Llovía todos los días. La cuarentena era estricta. Nos llevaban todo a la casa, no podíamos salir, prácticamente, ni siquiera a botar la basura. Puedo decirle que ha sido lo más rudo, lo más traumático para mí. El 23 de marzo me hice la primera prueba de covid, porque la verdad es que tanto encierro me volvió loco. Yo pensé que “tenía esa vaina”. Pero todo salió bien.
Pasó el tiempo, terminó la cuarentena estricta, mi esposa estaba embarazada, y muy preocupada porque los hospitales estaban llenos de contagiados, y en Italia no hay, como aquí, clínicas privadas, porque allá el Estado funciona muy bien. Pero ella tenía esa preocupación, no quería parir allá.
En esos días, empecé a sentirme mal del estómago. Pesaba 78 kilos, y perdí como diez. Así nos vinimos a Colombia, y en el aeropuerto de Bogotá, fui el único venezolano de ese vuelo humanitario, que dejaron entrar al país, porque mi esposa es colombiana, y estamos casados. Al resto lo devolvieron.
Y resultó positivo
—Nos vinimos a Chinácota, y yo seguía mal. Tomaba un poquito de agua, y lo botaba, así que fui a una clínica de Cúcuta, inocente. Lo único que yo tenía era el mal del estómago. Nunca tuve fiebre, ni tos ni gripe, nada de eso. Lo mío era gastrointestinal. Muchos gases, dolores.
Allí me hicieron la prueba y me confirman como positivo. Paciente asintomático, me dijeron. Por eso no me hospitalizarían, pero debía aislarme en casa. Cuando iba de regreso a mi casa, no me dejaron pasar en la alcabala. Me dijeron que no podía ir a Chinácota, hasta que la prueba me diera negativo.
Me devolví a Cúcuta, pero ya, con mi condición, en los hoteles tampoco me querían recibir. Tuve que pasar los quince días en la clínica, en la que, de hecho, yo fui el segundo caso positivo.
Una vez interno, los médicos no me querían ver, literalmente. Ellos estaban preocupados, supongo, por el virus. No se querían poner el traje, llamaban a la habitación, y mandaban el tratamiento con las enfermeras. La verdad, no hay nada más horrible que estar completamente solo en una habitación cerrada, sin ventanas, donde te pasan la comida tres veces al día, pero ni la cocinera ni los médicos quieren acercarse.
Un día trajeron a un señor muy grave. Duró 15 minutos en pasillo de la zona de aislamiento, y luego lo llevaron a UCI. Eso fue traumático para mí. Ver eso, oír la máquina funcionando, todo eso.
Así pasaron los quince días, encerrado, literalmente, aunque nunca me separaron de mi esposa. A ella le hicieron la prueba y, gracias a Dios, salió negativa, y cuando ella iba tenía que colocarse un traje de bioseguridad, con lentes y careta. Todos los días.
Crisis y secuela
“El momento más agobiante para mí, era cada vez que tomaba la oxigenación. Estresante. Traumatizante. Claro que pensaba en que me podía morir, y eso me entristecía mucho, cuando estaba solo, pues no tenía ventana para ver afuera y distraerme. Estaba totalmente aislado.
Los dos o tres primeros días me los tomé con mucha calma, me pusieron suero y otras cosas. Y entonces, me puse a trabajar en lo mío, todos los días. A concretar proyectos que tenía en pausa. Cuando salí de la clínica, ya tenía trabajos adelantados. Hechos.
Ingresé el 19 de junio y el 4 de julio, a los 15 días, me hicieron la prueba de nuevo, y salí negativo. Estaba mejorcito, pero seguía con mi problema estomacal. Y hasta el sol de hoy lo mantengo. No puedo comer mucho, los lácteos me caen muy mal, Y también quedé un poco ronco, muy débil, y con un poquito de dolor en los huesos.
Me quedó el trauma de que me voy a contagiar de nuevo. No quiero salir, no quiero estar en sitios donde haya gente, porque yo me cuidé muchísimo en Italia, muchísimo, y terminé infectado. Sospecho que fue el taxista que me llevó al hospital, cuando me hice la primera prueba, porque él hacía servicio al hospital de Génova, uno de los sitios de mayor contagio.
Aquí, donde estoy, la verdad es que la gente tiene un nivel de inconciencia que no tiene descripción. En verdad, la única vez que he salido fue a acompañar a mi esposa en el parto, el 6 de agosto. Estoy muy traumado, muy nervioso, ansioso, cuando veo mucha gente agrupada me estreso.
Después de que salí de la clínica, ya me he hecho como cuatro pruebas, y en todas, negativo, gracias a Dios. Recién, hace muy pocos días, me hice un tacto de tórax y también salí superbién de los pulmones.
Cuando nació mi hijo, Paúl Santino, el 6 de agosto, fui a acompañar a mi esposa en el parto, a la misma clínica donde estuve. Pude ver que había ahora más de 40 enfermos y dos zonas nuevas de aislamiento. ¡En un mes! Eso también fue duro para mí”.
Por: Humberto Contreras