Reportajes y Especiales

La travesía de viajar desde Bolívar sin conexión aérea ni gasolina

30 de diciembre de 2020

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La apertura de vuelos durante diciembre no significó un alivio para quienes decidieron viajar. Al contrario, la medida afectó a quienes planificaron viajes luego que el gobierno decidiera modificar los destinos de vuelo y los requisitos.

Las restricciones del Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (INAC), han dejado a ciudadanos varados desde marzo. La apertura de vuelos a comienzos de diciembre fue una pequeña ventana de escape para quienes planificaban migrar o reencontrarse con sus familiares luego de casi un año de vuelos suspendidos, pero la medida ha tenido severas restricciones que ha obligado a bolivarenses a realizar largas travesías por tierra desde el sur de Venezuela en un momento en el que los costos se elevan por el déficit de combustible.

Los viajeros han tenido que lidiar con la ineficiencia del Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime) y con los cambios inesperados del Gobierno nacional que acaban con la planificación de los ciudadanos y significan una pérdida de dinero en pasajes y hospedaje.

Cristian González, de 23 años, aprovechó diciembre y la reactivación de vuelos para migrar hasta Colombia, país donde viven sus padres y el que le dio su segunda nacionalidad. El 10 de diciembre salió en autobús desde Puerto Ordaz hasta Caracas para tomar un vuelo hasta República Dominicana y, luego, volar a Bogotá.

Desde inicios de la pandemia, el aeropuerto Manuel Carlos Piar de Puerto Ordaz está cerrado, por lo que tuvo que trasladarse por vía terrestre pagando 30 dólares y parando en Anaco y Puerto Píritu. Todo iba en el tiempo estimado pese a la cantidad de alcabalas en la carretera.

“Cuando llegamos a El Guapo no nos dejan pasar porque hay una alcabala de la guardia y dicen que es peligroso pasar, tuvimos que esperar hasta las 6:00 que amaneciera”, relató. Esto significó un retraso de cinco horas. Los funcionarios detuvieron a todos los vehículos en esta zona controlada por “piratas de carretera”, conocidos por secuestrar personas y robar vehículos en plena vía.

Eso fue lo menos tedioso del viaje, en una Venezuela que ha vuelto cualquier proceso en un protocolo burocrático.

Al llegar a Caracas se trasladó a la oficina del Saime para sacar su permiso de viaje pues su prórroga estaba vencida. Aunque informaron que empezarían a atender a las 11:00 de la mañana, una funcionaria escoltada por dos guardias nacionales notificó -tras varias horas de espera- que no tenían sistema. Pese a los reclamos, ningún trabajador dio respuestas a sus solicitudes.

González estaba tranquilo porque su solicitud de prórroga estaba abierta desde hace dos meses. Para esto pagó 100 dólares a un gestor. Estando en Caracas entró al sistema para ver su estatus. Para su sorpresa, había sido eliminada. “Ahí no iba a salir de ninguna manera del país (…) ahí sí empezó mi estrés”, señaló.

El gestor le informó que hubo una caída del sistema y, al igual que él, otros viajeros también habían perdido su trámite. La propuesta era devolverle el dinero, pero González se negó con la esperanza de realizar nuevamente la solicitud. “Me pidieron 40 dólares adicionales, no sé si habrá sido caro, barato… lo que pensé fue sacarme ese proceso de una vez”, relató.

Aprovechó el domingo para arreglar papeles y descargar un video de Gustavo Vizcaíno, director del Saime, en el que informaba que las personas con doble nacionalidad y con solicitud de renovación de prórroga sí podrían viajar pese a tener el pasaporte venezolano vencido. Pensaba en cuidarse las espaldas ante la falta del permiso de viaje.

Sin embargo, a las 8:00 de la noche del 14 de diciembre, el presidente Maduro canceló los vuelos, dejando habilitadas únicamente las rutas hacia México, Bolivia y Turquía. González se sintió impotente.

“Tomamos la decisión de ir al aeropuerto a las 4:00 de la mañana, sino ya habíamos quedado en irnos por la trocha, la idea era salir del país de alguna u otra manera”, expresó.

En el aeropuerto informaron que el vuelo sí saldría. Pese a contar con los soportes de los trámites y ambos pasaportes, una funcionaria le preguntó: “¿Y tu permiso? (…) ¿Sabes que no puedes viajar sin el permiso?”. Luego de 20 minutos encerrado en una cabina y de reiteradas advertencias de que no podría viajar, los funcionarios le permitieron abordar el vuelo hasta República Dominicana con la idea de que el viaje solo fuera para reencontrarse con sus familiares y volviera al país en los próximos meses.

Pese a que en algún momento pensó que la condición del país mejoraría, ya no cree que Venezuela cambie en un corto plazo. Ahora forma parte de los más de 5 millones de migrantes estimados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). “Yo no pienso volver a Venezuela”, afirmó.

Pagar casi tres veces más

La suspensión de vuelos, sin embargo, afectó a otros que con pasaje en mano planeaban viajar hasta países como República Dominicana o Panamá. Un bolivarense que pidió mantener su nombre en reserva no contó con la misma suerte, pese a haber gastado más de 900 dólares en boletos de avión para él y sus padres.

Tenía pasaje hasta República Dominicana para el 21 de diciembre con el objetivo de reencontrarse con su hermana y su sobrina en Estados Unidos tras año y medio sin verlas, pero la suspensión de vuelos lo obligó a emprender un viaje engorroso, costoso y peligroso.

Tras superar la molestia del cierre de los vuelos, contrató una agencia que los trasladó hasta San Antonio del Táchira pagando 1.350 dólares por él y sus padres. La escasez de gasolina en estados como Bolívar y Táchira ha disparado el combustible por encima de los tres dólares el litro lo que encarece los viajes por tierra.

“Las alcabalas son rudas, son muy rudas”, relató. No lo detuvieron en ninguna, pero contó al menos 40 en todo el trayecto. Al estar cerca de la frontera, empezó a hablar con quienes organizan los cruces por las trochas sobre las formas para pasar a Colombia. Todo depende del presupuesto, le dijeron.

Algunos tienen solo un poco de efectivo para pasar por trochas, una ruta riesgosa por ser controlada por grupos irregulares, mientras que otros prefieren pagar para pasar por el puente Simón Bolívar que es más seguro, aunque inalcanzable económicamente para la mayoría.

Por la seguridad de sus padres decidió pagar la segunda opción: 420 dólares por persona. “Entregué el dinero al pasar el puente y listo, no había ni siquiera un agente de Inmigración Colombia”, señaló.

Los pocos funcionarios de la Guardia Nacional venezolana ni siquiera lo vieron. “Se hicieron los locos, ni pendiente”, relató. El joven estimó que cruzar le tomó menos de 30 minutos sin ningún llamado de atención o trabas.

“Todo es pagando, pero nos fue bien en el viaje, siento que fui privilegiado, porque es horrible esta travesía”, relató. Hasta ahora no sabe cómo hará para regresar al país luego de fin de año y los anuncios del gobierno de imponer una cuarentena “radical” en enero.

Gestores desde Cúcuta

Los gestores cada vez son más y con distintas formas de trabajo ante la necesidad de venezolanos de salir del país. “Trocha era lo último que yo tenía en la mente”, expresa otra bolivarense de 25 años, que pidió resguardar su nombre. También pensaba viajar en avión hasta Colombia para reencontrarse con su familia, hasta que la suspensión de vuelos la obligó a buscar otras alternativas.

Pagó 115 dólares a un gestor en Cúcuta que coordinó el viaje desde Caracas hasta Colombia. Al llegar a la terminal de pasajeros La Bandera, ya le habían apartado el pasaje hasta San Antonio. Recuerda que al contrario del autobús que tomó desde Puerto Ordaz hasta Caracas, el que la dejó en las cercanías de la frontera iba lleno.

“Había mucha gente ofreciendo pasar por la trocha (…) buscan la manera de convencerte a juro y porque sí”, relató. La viajera comentó que una mujer le insistía en cargarle la maleta y otros la siguieron hasta la sala de espera con tal de que accediera a cruzar con ellos.

Luego empezó su recorrido por la trocha. Quienes la trasladaban se encargaban de todo. “Cuando ellos no me dejaron cargar nada, se encargaron de cargar las maletas, me puse nerviosa y alerta”, comentó. En su mente estaba la posibilidad de que la pudiesen robar. Más de 50 personas cruzaban al igual que ella en una travesía en la que vio al menos tres puestos ambulantes de venta de agua, jugos y chucherías.

El trayecto fue corto, de unos 20 minutos, estima. Pero eso no la salvó de caminar sobre sacos de tierra colocados en forma de puente para cruzar el río y de ver un grupo de hombres que -presume- eran paramilitares.

Viajes que se hacían en un día y medio demoran ahora casi tres días con mayores gastos, peligros y trabas.

Su preocupación mayor ahora es el retorno a Puerto Ordaz en enero. “Ahorita estamos en flexibilización, pero cuando yo regrese ya no y eso en verdad me asusta bastante”, finalizó.

Correo del Caroní

 

 

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