Reportajes y Especiales
«¿Piensa si la declaran pandemia?», o de cómo he vivido la pandemia fuera de casa
29 de agosto de 2020
Mayela Barragán Zambrano
Estaba en San Cristóbal, visitando a la familia, después de diez años de no verla, y le mandé a Omaira Labrador por WhatsApp el siguiente mensaje: “Buenos días…nos vemos hoy. Aquí voy a estar… En el caso de que no te puedas comunicar conmigo por esta vía, porque se va la luz, me puedes llamar al teléfono de la casa…” Era el 10 de marzo y ella y yo habíamos quedado para almorzar en “1000 miglia”, un restaurante italiano de Barrio Obrero.
A la una de la tarde de ese mismo día, comiéndonos un plato de pasta, conversamos juntas sobre la situación del covid-19. Para aquel momento, el contexto era que el gobierno italiano acababa de declarar el confinamiento (lock down) a nivel nacional, y las noticias que salían del país desde el 21 de febrero, cuando en Codogno, un pueblo de la región de Lombardía, habían detectado el primer caso de covid, se precipitaban de un día para otro, evolucionaban de una forma muy rápida; sobre todo las noticias de la primera semana de marzo habían generado mucho impacto a nivel internacional, como las revueltas en las cárceles que provocaron doce víctimas, o la fuga en tren de gente de Milán que se iba al Sur, etc.
Italia había sido el primer país de Occidente en ser golpeado duramente por el nuevo coronavirus y el efecto de esto había repercutido de una manera muy fuerte a nivel global.
Yo había salido de Génova, ciudad donde vivo desde 1989, el 19 de febrero y hasta aquel instante, la única noticia nacional que aquí circulaba por los medios con respecto al covid era que, en Roma, una pareja de turistas chinos había resultado positiva y la habían puesto en cuarentena. Antes de ese momento, solo sabíamos de China y la provincia de Wuhan.
Pocos antes de mi viaje a Venezuela, el 8 de febrero, en vía San Lorenzo, la calle donde está ubicada la catedral, me había encontrado con una amiga que es de Corea del Sur y las dos nos habíamos detenido a hablar del virus. Ese día ella me aseguró que China le mentía al mundo, que no decía la verdad con respecto al coronavirus y que en Italia, para colmo, no veían su peligrosidad, según ella.
En absoluta normalidad, luego, había viajado de Italia a Venezuela, vía Bogotá. El día que salí por el aeropuerto de Malpensa todo fue regular, nadie me tomó la temperatura o insistió con alguna medida anticovid, solo en las conversaciones de los pasajeros reinaba la historia de un nuevo virus que había sido transmitido al hombre a través de la sopa de murciélago.
Fue ya estando en San Cristóbal donde me enteré de que en Codogno, un pueblo de Lombardía, una de las zonas más prósperas económicamente de Italia, habían detectado el primer caso de covid y, sucesivamente, siguieron saliendo noticias sobre brotes, muertes, y declaraciones de zonas rojas a causa de esta nueva pulmonía SARS (Severe acute respiratory Syndrome) y al cual llamaron corona porque las puntas del virus al mirarlas al microscopio tienen forma de corona. Los coronavirus humanos conocidos hasta hoy, comunes en todo el mundo, son siete; los primeros identificados en los años 60 y algunos en el nuevo milenio. Fuente: www.epicentro.iss.it
El 26 de febrero, seis días después de haber llegado a San Cristóbal, recibo de una amiga el siguiente mensaje:
He estado pensando en usted. ¿Te sientes bien? Dios te proteja y te cuide. Es para mí muy duro decirte esto, pero tú eres mi amiga, a quien aprecio. Si presentas algún síntoma me avisas, recuerde que yo trabajé en el Ministerio de Salud y tengo contactos médicos. Me preocupa por el caso del italiano que llegó a Brasil…
Mi respuesta:
Hola … pues yo estoy bien de salud y no pasé por esas zonas donde detectaron el virus, tampoco conozco gente que viajó a China. Salí de Génova y allí no hay casos, el caso del italiano que llegó a Brasil con covid salió de Lombardía, y yo no vengo de esa zona, vengo de Liguria.
Este mensaje de mi amiga me hizo recordar al escritor italiano Alessandro Manzoni y su libro “Los Novios”, y sobre todo me puso paranoica, aunque supiera que Codogno quedaba a 168, 2 kilómetros de Génova, me hacía sentir como una “untora”, un vocablo italiano de uso común durante la peste bubónica que azotó a Europa en los siglos XIV y XV. Según el diccionario Treccani, “Untóre” es quien unta. En particular fueron llamados “Untori” aquellos que durante la peste de Milán del 1630 fueron sospechosos de difundir el contagio untando personas y cosas (por ejemplo, las puertas de las casas, los escaños de las iglesias) con ungüentos maléficos; y contra ellos estalló la ira popular y se accionaron acciones judiciales.
No cargaba conmigo ungüentos maléficos y para quitarme esa sensación de ser “untora” que me había dejado el mensaje de mi amiga, me di a la tarea de dar lecciones sobre geografía italiana, pues cuando hablaba con alguien enseguida le explicaba dónde estaba colocada Génova, con respecto a Codogno en Lombardía.
Una cuestión que me impresionó fue que me enteraba sobre la evolución del covid en Italia, caminando por las calles de San Cristóbal, y no era que me impresionaba por la gravedad de las noticias que llegaban, sino que me impactaba por la conexión fuerte que existe entre Italia y San Cristóbal; notaba que por la calle la gente estaba más pendiente de lo que pasaba aquí, que de lo que ocurría con la situación del país allá. Yo, sin necesidad de estar frente a un noticiero de un televisor, sabía lo que estaba pasando en Italia: me enteraba de la temperatura que tenía este país por las conversaciones entabladas en los grupos de las cafeterías; personas solo de sexo masculino, en su mayoría jubilados que se formaban en las esquinas de las panaderías a hablar, y que escucharlos me producía ansiedad, sensación de cautiverio e inquietud.
Los hechos por el covid 19 seguían precipitándose en Italia: el 10 de marzo, durante el almuerzo con Omaira Labrador en el restaurante “1000 miglia”, ella me hace la siguiente pregunta: “¿Piensa si la declaran pandemia?”; almorzamos, nos saludamos y ese día nos despedimos, sin saber que al día siguiente iba a salir de carreras de San Cristóbal. Y que poco después, la OMS la iba a declarar pandemia.
Todo para mí, desde aquel almuerzo en el restaurante que lleva como nombre una famosa competencia automovilística italiana, valga la redundancia, fue una carrera contra el tiempo, ¡una contrarreloj! Porque esa misma tarde, al regresar a casa de mis padres, recibí un mensaje desde Génova, donde se me comunicaba que el vuelo de regreso, con retorno el 19 de marzo, había sido anulado por la aerolínea, porque el aeropuerto de Malpensa, por el que había salido el 19 de febrero, había quedado cerrado a los vuelos internacionales.
Al día siguiente, el 11 de marzo, Italia oficializó a nivel nacional el confinamiento con el Decreto #IoRestoaCasa y esa misma tarde, hora de Venezuela, salí de San Cristóbal hacia Cúcuta. Había viajado por Bogotá y corría el riesgo de que cerraran la frontera en San Antonio del Táchira, como efectivamente ocurrió el sábado 14 de marzo.
A partir de aquel decreto #IoRestoaCasa, frente a mí tuve el reto de una contrarreloj para regresar a Italia, porque otros aeropuertos extranjeros, al igual que Malpensa, cerrarían a los vuelos internacionales.
La tarde del 11 de marzo, en la agencia de viajes de Cúcuta, donde tuve que comprar otro boleto para viajar, mientras esperaba escuchaba a los empleados decir que el covid era una gripe invernal y que al trópico llegaría con poco impacto viral, que el calor lo habría desintegrado, y bloqueado, apenas llegando a las Antillas: los pensé a todos ellos cuando vi las imágenes de cómo, por covid, morían las personas en las calles de Guayaquil.
También recuerdo el temor de los trabajadores de la agencia por el miedo a que suspendieran los cruceros.
El jueves 12 de febrero viajé a Bogotá, y a partir de aquel momento viví pegada a las noticias, por el temor de que fueran a suspender el vuelo que había comprado por segunda vez. Y es que esto habría podido implicar que me quedara bloqueada en algún aeropuerto, como efectivamente le sucedió a mucha gente.
Recuerdo que ya en Bogotá, por la cadena Caracol, vi la noticia donde Nicolás Maduro anunciaba que cerraban los vuelos internacionales del Aeropuerto de Maiquetía, y que el presidente Iván Duque anunciaba una serie de medidas como la prohibición de la circulación de cruceros.
En Bogotá, el aeropuerto seguía activo, vuelos llegaban y salían. También en Caracol vi una noticia que me impresionó mucho, era un servicio sobre la ciudad de Cartagena donde el reportero le preguntaba a un cartagenero que qué le ocurriría a Cartagena si imponían el confinamiento, y la respuesta del hombre fue que de ocurrir eso, los venezolanos ilegales se apoderarían a suministrar servicios de turismo y eso era lo que a él le iba a doler más.
Finalmente, me monté al avión, para hacer “Bogotá-Madrid-Niza”, siguiendo las instrucciones de mis hijos: Usar mascarilla, durante el viaje no tocar a nadie, mantenerme como mínimo a un metro de distancia de las personas, etc. Llegué puntual, como un reloj suizo, al aeropuerto francés. Entré a Italia el 14 de marzo por Ventimiglia, frontera de Italia con Francia. En Italia nadie se podía tocar, abrazar, en el auto tenía que estar sentada en el asiento de atrás y al llegar tenía que permanecer en la casa aislada por quince días.
Ya en Génova fue otra la historia, la región estaba bajo confinamiento, lock dow, así le llamaron aquí. El día que llegué, por las autopistas no había circulación de ningún tipo, me impresionó la belleza del aire sin polución, sin ruido, todo era muy nítido, puro, era como el anuncio de una nueva alba en un poema, o un cuadro de William Blake.
Desde el 14 de marzo, hasta el 18 de mayo, viví el confinamiento, se podía salir solo a comprar comida o medicinas, a excepción de quienes tenían perros (jamás en mi vida había deseado tanto un perro como en esta ocasión) y, además, si salías, tenías que llevar contigo una autocertificación emitida por el gobierno. Pero, poco a poco, las medidas se fueron aligerando, por ejemplo: poco después podías salir a hacer deporte.
Causaba mucha impresión ver todas las actividades comerciales cerradas, a excepción de los servicios de venta de alimentos. Daban mucha tristeza las calles y miedo las largas colas. Cuando el 18 de mayo finalizó el confinamiento, los primeros negocios que abrieron fueron los cafés, fue una enorme alegría. Salir y sentir el olor de las cafeterías abiertas ya era otra cosa. Me sorprendió la actitud de la gente cuando se decretó que en espacios públicos, y teniendo la debida distancia, se podía circular sin tapabocas, porque pasaba el tiempo y la gente seguía usando mascarillas.
Durante el duro periodo del confinamiento, me pidieron que realizara algunos servicios periodísticos para ZDF (Zweitws Deutsches Fernsehen), que al final el canal alemán no transmitió, porque también a Alemania llegó el covid y cobró menos importancia lo que pasaba en Italia. Realicé tres entrevistas: entrevisté a una maestra que trabaja en el colegio alemán de Génova, a un abogado y un psicoterapeuta. Son mis vecinos, porque estaba prohibido salir del barrio. La primera entrevistada, Anja U., puso en evidencia cómo para ella era difícil trabajar desde la casa siguiendo sus alumnos de cuarto grado: estar siempre pegada a la computadora para hacer videoconferencias o al teléfono para comunicarse con sus colegas, evaluar, mandar tareas, ocuparse de las cuestiones de la casa y seguir a sus hijos pequeños (uno de cinco y una de tres), pero afirmó que, afrontando esta situación, había visto a los genoveses muy humanos; en efecto, una de las categorías laborales que trabajaron intensamente durante el confinamiento, mientras otras se vieron forzadas a parar, fueron los maestros y los profesores.
El segundo entrevistado, Alessio B., un abogado, me dijo que él no le tenía miedo al virus porque estaba atento, que, en cambio, lo que le producía temor era la inconsciencia de la gente. También encontraba difícil las largas colas que se tenían que hacer para comprar alimentos o medicinas, porque eran un problema, y, sobre todo, estaba interesado en que el gobierno en materia laboral definiera, a nivel de trabajo, qué era, efectivamente, lo que se debía hacer, para que se respetaran bien las reglas y se pudiera salir de la situación.
Y el tercero, Gianni N., psicólogo psicoterapeuta, me habló de las nuevas formas de trabajo que habían surgido, como por ejemplo el Smart working, que se potenció y muchos en sus casas siguieron trabajando desde remoto, como en su caso que, para mantener las relaciones con los pacientes, usaban Skype u otros servicios de videoconferencia, también enfatizó en lo difícil que ha sido para los padres con hijos adolescentes la dificultad de que estos entendieran las reglas que habían impuesto y sobre todo el significado de ellas y lo que para mucha gente representa el confinamiento: la ausencia de movimiento, la soledad y el aislamiento.
Por fin, el 18 de mayo, el confinamiento, o distanciamiento social, se había dado por terminado en Italia. El decreto #IoRestoaCasame había dejado una nueva lección de vida y varios aprendizajes. La lección: el haberlo vivido en Italia, y relativamente en Venezuela, sabiendo que el contexto venezolano presenta contingencias muy diferentes a las italianas, me hizo sentirme más agradecida por la vida y lamentarme menos de las imposiciones.
Los aprendizajes:
-Leer a Boris Cyrulnik, del cual solo sabía que había acuñado el término “resiliencia”, pero no conocía nada de lo que, efectivamente, él había escrito y de su mensaje para la humanidad.
– Corroborar que los “estereotipos” constantemente hacen emboscadas, porque el 06 de marzo, sellando el pasaporte en la DIAN de Cúcuta (tuve que hacer la cola de Migración tres veces, y eran colas de más de trescientas personas), allí, el agente de Migración, a quien le había pedido que me sellara tanto la entrada como salida (esto para evitarme el hacer una cola tan larga de nuevo porque estaba recién salida de una fractura de tobillo), el hombre no me quiso creer que estaba de transito por Colombia, que vivía en Italia y que tenía vuelo de regreso para el 19 de marzo y mucho menos que tenía la ciudadanía italiana, lo más cómico de todo es que bien grande en la DIAN estaba escrito:
“Si usted ha estado recientemente en China, Italia, Irán o etc.,, favor comuníquelo a las autoridades”, y yo insistía diciéndole que había salido de Italia el 19 de febrero, pero el agente no me creyó, y al final tuve que mostrarle el boleto y el pasaporte italiano; esto ocurrió porque el agente se había hecho un estereotipo nuevo de los venezolanos: para él, todos los que diariamente hacían la cola del DIAN para dejar el país, no podían presentar otras tipologías, sino la que él veía todos los días, ¡gente desesperada saliendo de un país sin treguas!, por cierto, también el covid acabó con esas colas diarias del DIAN y la situación de los venezolanos en La Parada se puso de otro color más negro, más dramático.
Y finalizo estas líneas pensando en mi amiga, la que me mandó el mensaje del 26 de febrero, a ella le quiero decir que regresé a Italia y que hasta hoy no he presentado ningún síntoma de covid ¡Ah, y que Dios me ampare y me favorezca de ese virus!