Oswaldo Velazco, apoyado por su esposa, recuperó una afición de su juventud temprana, cuando nunca pensó que sería en el futuro su soporte económico, por el cual está dispuesto a renunciar a la docencia
Humberto Contreras
Fotos: Gustavo Delgado
La situación del país, desde hace varios años, ha desubicado al venezolano en su posición personal, desde la cual podía planificar su vida en materia financiera contando, en principio, con los ingresos dependientes, para la mayoría, de su cargo laboral, lo que creó la necesidad de buscar alternativas, complementos, para lograr el ingreso mínimo que permita la sobrevivencia.
Marcharse del país, fue una de las opciones más aplicadas. Y para quien no podía o no quería irse, floreció la figura del emprendimiento, tan en boga en estos días.
Pero ¿qué es un emprendimiento? En definitiva, un emprendimiento es cualquier actividad nueva que hace una persona, y que tiene como finalidad, lograr ganancias económicas que, por supuesto, mejoran su nivel de ingresos y su capacidad para atender sus necesidades financieras.
Eso fue precisamente a lo que apeló César Oswaldo Velazco Gómez, un sancristobalense, egresado de la UPEL como profesor de Educación Física. Con 17 años ya en el desempeño docente, el sueldo que devengan los educadores no alcanza para nada, dice. “Actualmente sigo asistiendo a mi trabajo, una vez a la semana, como está pautado formalmente”.
Oswaldo empezó a buscar alternativas para sostenerse económicamente. Así que probó primero, como vendedor ambulante de leche. Una vez a la semana iba a la finca de su padre, y traía una cantidad del líquido, que vendía en San Cristóbal, entre sus vecinos en Pirineos, amigos y particulares.
Luego comenzó a caer la demanda, y dejó de ser rentable. De modo que tocó buscar otra opción. Fue cuando entonces, una afición que permanecía en él, y que había practicado desde jovencito, vino a su consciente, y se activó, felizmente, con el empujón de su esposa Yosmay Guerrero, también educadora, quien compartía la razón de ser de esa afición.
De modo que no lo pensó dos veces para emprender el camino: La razón era el amor que ambos sienten desde niños, por los peluditos, o las mascotas, y ello los puso en el camino que buscaban: Una peluquería canina.
Los inicios
—De niño me han gustado los perros. En casa siempre hubo perros, pero yo fui propietario de uno, por primera vez, a los 14 años. Era un poodle grande, y yo mismo, de vez en cuando, le cortaba el pelo, tarea que aprendió, según explica, viendo trabajar a otros, cuando llevaba las mascotas a la peluquería —narra.
Cuando tenía 17 años, se le ocurrió presentar a su poodle de cuatro años, en el concurso canino, ya que él tenía pedigrí certificado.
—Hablé, dice, con un peluquero, y me dijo que cuando faltara una semana para el concurso, él le hacía el tratamiento. En efecto, le hizo un corte que me gustó. Y yo estuve observando bien todo lo que él hacía. Estuve tan atento, que me preguntó si me gustaba, y me facilitó el aprendizaje.
El perrito fue el único machito que había tenido. Me lo robaron cuando tenía 8 años. Ahora, que tengo a Max (Maximiliano), un schnauzer en cuyo honor es el nombre de la peluquería: Max. Dice que siguió practicando con dos perritas poodle que tenía su mamá. Se interesó en buscar instructivos sobre el tema en la web, con lo que no solo mejoraba su labor, sino que se ahorraba los gastos de mantenimiento.
Luego adquirió unas máquinas para el trabajo. Solo como aficionado, pues no pensaba dedicarse a ello. Pero las cosas económicamente se fueron apretando, aún más después de dejar la venta de leche, hasta que un día, le llegó la inspiración:
— Luego de pensarlo, le dije a mi esposa, mi amor, ¿por qué no probamos con la peluquería? Se animó. Estuvimos tratando el tema, y poco después, yo llego a casa y ella me dice mira lo que estoy haciendo: Estaba recortando figuritas caninas de revistas. Buscamos hasta la foto del papá de nuestro Max, y con eso hicimos lo que fue nuestro primer aviso. Lo colocamos a la vista del público. Vamos a probar, nos dijimos entusiasmados
Así llegó nuestro primer cliente, que vive por aquí cerca, un schnauzer. Luego otro cliente. Poco a poco iban viniendo, uno, dos, hasta tres o cuatro a la semana. Una señora me recomendó a un amigo que tenía una cocker, que estaba por cierto muy descuidadita. Le pregunté al señor que quería que le hiciera a la perrita, y me dijo que la pelara toda, porque a partir de ahí, me la iba a traer cada mes para que la bañara. Y, sagradamente, cada mes me la trae.
Así que prácticamente, nos iniciamos en este emprendimiento hace aproximadamente año y medio. Me compré dos máquinas, y a medida que fui aprendiendo, se me hizo muy fácil, hasta que le propuse a mi esposa que nos dedicáramos formalmente a la peluquería canina.
Ella, gustosa, habló con un familiar que es diseñador, y nos hizo un aviso mejor. Lo pusimos en la reja, y comenzaron a llegar clientes, básicamente de gente conocida, vecinos, y así poco a poco me fue aumentando la clientela, pues los vecinos y los clientes que se iban contentos con el trabajo, me recomendaban. Hoy día tengo clientes fijos de distintas partes de la ciudad, desde La Concordia a Palo Gordo, La Ermita, Puente Real, también de Táriba, de Las Vegas, de Tucapé. En fin. Y de por aquí cerca, tenemos más o menos unos diez o quince clientes. Gracias a Dios vamos bien.
Hoy día, atendemos entre tres y cuatro perros diariamente, aunque algunas veces, son cinco. Mi esposa hace el baño de los perros pequeños y medianos, a veces los afeita, pero la extirpación de las glándulas, lo hago yo. Después de que termina el baño, ella se encarga luego del secado. Y el acicalamiento final.
— Ya tengo el ritmo, dice Yosmay. Sé cómo secar cada tipo de perro. También aprendí a hacer detalles para adornarlos: collares “personalizados”; collares normales, pecheras. Hago también camitas reversibles, (se usan por ambos lados). Ahí vamos creciendo.
— ¿Dejarías la docencia por este trabajo?
— Sí, perfectamente. Es la idea. A mí me faltan tres años para la jubilación. Yo voy a tratar de cumplirlos, pero si me siento presionado por el trabajo, y me exigen que no puedo atender la peluquería, pues prefiero renunciar.
El apoyo de Yosmay
La decisión de trabajar en esta actividad fue definitiva. Yosmay manifiesta que ambos están de acuerdo con ello, les gusta lo que hacen, y comparte la tesis de que, si les toca escoger de actividad laboral, se quedan con la peluquería de perritos. Yo lo apoyo en eso, afirmó. Nos ha ido muy bien, gracias a Dios. En cuanto a los cuidados, al trato al animalito, para nosotros es muy importante, porque no hay duda de que ellos, a su modo, le muestran, a sus dueños como es el trato que reciben aquí, porque ellos se expresan a su manera.
Nosotros aquí no los tenemos enjaulados mientras esperan su turno. Les colocamos música para relajarlos, que estén más tranquilos. De verdad, procuramos darle el mejor trato posible, porque al final, es la razón de que nos vaya bien. Cada quien quiere a su animalito, y espera lo mejor para él.
— ¿Cuál es el proyecto más inmediato?
Seguir creciendo un poquito más. Además, hay un sueño secreto: Que a su hija le guste la veterinaria, con el favor de Dios, dice Oswaldo. Seríamos el mejor equipo. A ella le gustan mucho los animales también, así que hay esperanza.
Cortamos la entrevista. Oswaldo tenía tres perritos esperándolo.