Luis Hernández Contreras *
Gloria María Esperanza, la hija de don Pedro Niño y doña Esperanza Fornes, entró con pie propio a la historia del Táchira. Temprano descolló en el deporte, en el baloncesto, particularmente. Desde la primaria destacó en la cancha escolar y en 1947, cuando dejaba de ser quinceañera, implantaba récords regionales encestando. Su destacada presencia la hizo formar parte del equipo tachirense que participó en campeonatos nacionales, y en 1952 batió los registros con los puntos que anotaba, apareciendo su risueño rostro en los periódicos de Caracas. La gritería bullía en las gradas del Estadio Táchira, del Cine San Carlos o de los recintos educativos de su natal San Cristóbal, donde sus admiradores se agolpaban para verla.
Uno de ellos conquistó su corazón. Sabiendo muy bien de quién se trataba, lo recibió sin reservas, inclusive con sus hijos. José Rafael Cortés tenía fama conquistada en la ciudad. Era uno de los muchachos de don Arquímedes, el músico colombiano que se hizo impresor y forjaba un pequeño imperio con su tipografía. José Rafael sería su mejor discípulo. Luego de varias estancias en Bogotá y Nueva York, quería asentarse en San Cristóbal, la ciudad a la que llegó siendo un mocito, cuando sus padres decidieron dejar Rubio. En los años 50, ponía freno a su espíritu impetuoso y se convertía en un hombre de negocios. Apoyó al régimen del momento, gozó de sus favores, se abría camino en la administración de la Lotería del Táchira, en la impresión de su tercer periódico y en la creación de una emisora, Radio Junín.
Gloria estuvo siempre a su lado, sin figurar ni aparecer en el boato social de la ciudad que se llenaba de obras inimaginables. Un día de enero de 1958, de sorpresa, todo se vino abajo. Su hermosa casa en las afueras fue saqueada y debieron tomar camino del exilio. Mal rato pasó José Rafael, cuando demostraba con éxito su proceder ante feroces inquisidores que querían devorárselo. Decidieron tomar otros rumbos, y cuando las aguas se apaciguaron volvieron al Táchira. Él se puso al frente de su textilera, entre otros negocios, y ella se hizo obrera en la casa, cosiendo lo que faltaba. Atendía con presteza a los hijos que fueron ensanchando el hogar y “le metió el hombro” a José Rafael, como siempre lo llamó, ayudándolo sin pausa, para ir creciendo.
Un día, él decidió emprender una de sus “loqueras”. Por quinta ocasión se ponía al frente de un periódico. Lo montó en uno de sus locales, en La Concordia, donde también vendía tractores. El éxito lo abrazó desde el principio. Con todo un equipo profesional, solo faltaba quién lo administrara. Entonces, doña Gloria, pues ya era doña Gloria, se echó encima semejante tarea. Demostró, desde su llegada, su eficiencia y corrección de siempre, la que había empleado en la cancha para triunfar, la que había aprendido en las aulas para administrar. Desde entonces, fue la gerente-administradora y recibiría en su despacho “a todo el mundo”, sin distingos ni mezquindades.
Doña Gloria dio cabida a quienes tocaron su puerta, siendo siempre humilde, y su firma, “tipo Palmer”, con su nombre, “Gloria de Cortés”, refrendó toda esa valía, que no era solo económica, sino espiritual, pues comandaba un símbolo del Táchira que se ponía al servicio de toda esta tierra. Tendría tiempo para todos, teniendo especial atención para sus amigos basquetbolistas de épocas infantiles y juveniles. Por eso, asistió a la cancha para apoyar con su presencia cualquier torneo, hizo cientos de saques, abrió las páginas para difundir los éxitos de quienes la siguieron en esos afanes, compartió triunfos e ingratitudes en la pasión deportiva que la hizo singular en esta ciudad.
A su lado, su familia, sus hijos, luego sus nietas, criadas como si fueran suyas. Vendrían otros horizontes que el trabajo permitió, el visitar otros parajes, el aprender otros saberes, el poder comparar otros sentires. Su presencia, en la segunda mitad de la tarde, en la jornada semanal, aceleraba la pauta realizada por “sus muchachas”, las que flanqueaban su oficina, luego decorada con el calor femenino y la elegancia de una señora prestante y correcta. Su organizada cabeza llevaba de memoria cualquier cifra, cualquier dato, trayéndolo al momento, para atender la interrogante de su marido.
Los años pasaron y la empresa fue venciendo las expectativas. Una década, un cuarto de siglo, treinta años, hasta que el último día del último año del último siglo, el corazón de José Rafael se quebró y ese extraño sonido la acompañaría desde entonces. Sintió el abismal vacío ante la ausencia física de ese hombre impetuoso, nervioso, agitado, inquieto y cariñoso, que la amó con pasión y quien estuvo a su lado por casi media centuria. Luego el destino le depararía una cruel prueba en la que su hijo fuera víctima, una de esas negras tragedias sufridas en estas montañas, recibiendo en uno de sus cumpleaños el mejor de los regalos, ante su retorno, sano y salvo. Al frente del timón celebró los cuarenta años de su periódico, siguiendo su rutina de siempre. De la casa a La Nación y de La Nación a su hermosa residencia de la urbanización Mérida, conduciendo ella misma su llamativo Cadillac blanco, sin escoltas ni artificios, comprando las cosas de su casa, como cualquier cliente en un determinado supermercado.
Los últimos tiempos han puesto a prueba su entereza espiritual y ha sido forzado su retiro. Sin embargo, allí está su marcada presencia, su ejemplo y su lección. Ha sido, sin duda, el gran punto aglutinador de su vasta familia, y en consecuencia actuó. Aprendió de sus mayores el servicio y la entrega a los demás, repartiendo con creces esa misión, traducida desde la noble causa que comandó para el bien del Táchira, hasta esos ejercicios reservados de fe religiosa, cuando escogía un grupo de niños humildes a quienes vestía para su Primera Comunión, encomendando a su amigo, el padre Gustavo Adolfo Parada, todo lo relativo para cumplir el sagrado sacramento. En este momento circunstancial de su larga vida, solo Dios sabe, cuántos corazones felices, cuántas sonrisas producidas, cuántas satisfacciones realizadas produjo doña Gloria de Cortés con su accionar de Gran Señora, en la dimensión más amplia de la palabra.
*Historiador. Cronista de San Cristóbal