Víctor Matos
Cuando se muere una madre, se enciende una estrella en la eternidad. El cielo hoy lo sabe y llora a la vez por todos nosotros. Doña Gloria Niño de Cortés, escoltada por los serafines, como seres celestiales del primer coro angelical, la extrañaron de la tierra para iluminar con su alma el confín del más allá; y si la eternidad comienza un sábado, el dolor por su partida también, pues arranca de nuestros corazones a un ser sublime que tanto ejemplo nos dio y tanta gracia nos derramó al frente de esta casa editorial.
Y si madre es la palabra para nombrar a Dios en los labios y los corazones de todos, la misma se reafirma en esta distinguida matrona que ha dejado una honda huella, no solo durante su larga existencia, sino a lo largo de la vida de este periódico, pues fue la madre de todos quienes tuvimos la dicha y la felicidad de compartir sus angustias por servir mejor a su tierra, así como acompañar hasta el finito de su existencia al editor fundador, don José Rafael Cortés, y de luchar por el sostén de un medio que con ella alcanzó sus momentos más estelares de su existencia.
Ha sido un largo recorrido, cuyos testigos son los miles y miles de personas que cada mañana despertaron leyendo el fruto de sus desvelos, que supo mantener en todo momento, recordando sus años jóvenes de atleta que diera tantas glorias al baloncesto tachirense y venezolano.
Hoy está a la diestra de Dios Padre, con la sonrisa que siempre la adornó, la firmeza de sus propósitos, y el ejemplo que siempre dio, tanto a su sacrosanta familia, como a esta su gran familia de La Nación.
Los arcanos ya tienen estampado el paso circular por esta tierra de la presencia de tan ilustre mujer, que quedará en la memoria de todos los que fuimos bendecidos por su formación, bonhomía y amor por esta su tierra tan querida.
Y si bien estamos de luto, la tristeza que nos embarga esperamos sobrellevarla al recordar a doña Gloria, paradigma de rectitud que jamás se olvidará en los anales tachirenses. Paz a su alma.